Me acerqué con cuidado. Era la primera señal de presencia que veía desde que había despertado. El Piro se desvaneció en mis manos cuando un pasillo lleno de antorchas iluminó mis pasos. Al fondo brillaba la hoguera, una promesa de calidez y sequedad, y la figura de Simbad blandiendo una tea con aire inquisitivo.
—¿Y este sitio tan mono?
—Celeste, ¿estás bien?
Calada hasta los huesos y, casi con toda probabilidad, con un agradable olor a alcantarilla. Había visto días mejores.
—Sobreviviré. Menos mal que no estamos en invierno —comenté—. He visto y oído toda clase de cosas en este mundo, pero, ¿un laberinto debajo de la ciudad? Esto es nuevo.
Simbad asintió.
—Creo que estamos atrapados aquí.
En alguna parte habría una salida, pero si realmente había algo ahí debajo con nosotros, teníamos que encargarnos de ello primero. Suspiré y bajé la mirada, preguntándome qué demonios pasaba ahí, cuando las antorchas proyectaron una tercera sombra en el suelo.
Abrí la boca para chillar, pero antes de poder siquiera invocar la Llave Espada, Simbad me había quitado de en medio y apuntaba con una guadaña al cuello del recién llegado.
—Dime una sola razón para la que tu cabeza no vuele por los aires —gruñó con voz dura.
La máscara le devolvió una mirada vacía. Se trataba de una figura alta, uno o dos centímetros más baja que yo. Delgada, quizás. Sus ropas holgadas y sueltas no dejaban entrever musculatura ni curvas. Ladeó la cabeza con curiosidad.
—Pobres inocentes hihihihihihihi. —El eco de su aguda risa resonó por todo el túnel. Se quitó la guadaña de encima con burlesca facilidad y rió de nuevo—. Habéis caído en mi red de hilos… Hacía mucho que nadie venía hihihihihihih.
—¿Quién eres? ¿Por qué nos has traído hasta aquí? —pregunté con una seguridad y una fiereza que no sentía. Por algún motivo, tenía los pelos de punta.
—¿Quién soy? Hihihihihihihi. ¡Esa es una bueeeeeena pregunta! Premio para el primero que lo adivine, hihihihihihih.
Enarqué una ceja en dirección a Simbad. Iba a sugerir que pasáramos al ataque para interrogarlo cuando el desconocido saltó hacia atrás, lejos del alcance de cualquiera de nuestras armas. Medio oculto en la oscuridad, extendió los brazos y la luz arrancó un destello en sus manos desnudas. ¿Un arma..?
—Pequeños, pequeños niños de la Llave... —canturreó—. Seréis un buen entretenimiento. ¿Empezamos ya el espectáculo?
Di un paso hacia delante. Estuviera loco de verdad o sólo lo fingiera, no parecía que fuéramos sacarle nada en claro —no de aquella manera, al menos. La Llave Espada acudió a mi mano, pero un tirón desvió mi brazo en el momento de disparar. La magia se estrelló contra la pared, bien lejos del enmascarado, que se perdió entre las sombras.
—Hihihihihihihi. ¡Más suerte la próxima vez, señorita! Su turno, monsieur, ¿o prefiere saltárselo?
»Estoy aquiiiiií... ¡Hihihihihihihi!