—Bueno, pues ya está, Dos. Hemos conseguido salir. Quién iba a decir que nos iba a pasar esta aventura —dijo Simbad tras que estuvieran a salvo.
—Y que lo diga, señor Simbad, ha sido toda una casualidad que no solo no seamos dos Portadores que se hayan visto envueltos en el mismo problema técnico, sino el descubrir una planta abandonada de entre todas las existentes —asintió la droide volviendo a hablar de aquella forma tan suya —. Y no debe preocuparse, mantendré los datos referentes a Flan bajo una contraseña cifrada e imposible de adivinar.
Con un ding proveniente del ascensor, los dos ocupantes supieron que habían llegado a su destino. Finalmente estaban en la planta cuarenta.
—Ah, sí, yo tenía que comprar una pieza para mi motocicleta… —recordó Simbad haciendo que a Dos se le encendiera la bombilla al recordar ella también sus compras.
—Pues menuda casualidad, señor Simbad, porque yo buscaba herramientas de reparación, de fijo que las encontramos en la misma tienda y todo —continuó la droide —. Quizás debamos darnos prisa, no sea que nos cierren la tienda.
Desplegando el visor sobre sus ojos y mostrando en él el mapa de la planta, Dos echó a correr por el pasillo en dirección a su objetivo, haciéndole gestos al portador para que se diera prisa y la siguiera.
—Que ganas de volver y contarle todo esto al Maestro, se va a quedar patidifuso —río la robot deseosa de regresar a Tierra de Partida cuanto antes, porque deveras que tenía ganas de hablarle a alguien de su primera aventura en solitario.
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