Ya, todo muy conmovedor, sí. ¿Nos dejarás pasar ya?
Se echó a un lado, por fin teníamos vía libre.
—Pero os advierto que si el Alcalde ha perdido el juicio, estaremos en problemas.
»Los secuaces de Aaron infectaron el Corazón sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo. Palamecia intentó ocuparse de ello y de Aaron al mismo tiempo. Ya habéis visto el resultado. Peor aún, sin su otra mitad, el poder del Caos, que debería haber sido para Gárland… No ha sido capaz de controlarlo.
»No sé con qué nos encontraremos.
Cogí aire, tratando de serenarme. No entendía a lo que se refería con «el poder del Caos», pero si había sido la última baza de Palamecia para acabar con Aaron y ocuparse del Corazón debía ser algo muy peligroso.
Al menos, lo suficiente como para haber vuelto loco al Villano Final más peligroso.
Me estaba obligando a no apartar la mirada del desconocido, a sabiendas de que nada impedía que todo lo que nos había contado no fueran más que patrañas, pero al llegar a la plaza no tuve más remedio que preocuparme por lo que estaba pensando.
La situación era mucho más aberrante de lo que nunca hubiera podido imaginar cuando nos llamaron.
Este mundo…
No lo digas.
A pesar de que todo parecía salido de un cuadro de lo más abstracto, Ciudad de Paso todavía tenía que tener una esperanza de salvarse. Aunque los colores abandonaran su cielo, aunque todo se hubiera deformado.
Aunque todo pareciera perdido de nuevo.
Mi mirada pasó por encima de la cúpula de oscuridad, a sabiendas de que fuera lo que fuera que contenía, peleaba por escapar. Pero a pesar de esa preocupación, no fue lo más impactante que se presentó en escena.
El Corazón.
Ahí estaba, el núcleo de toda Ciudad de Paso. Pero no era como debía ser, nada más lejos de la realidad. La corrupción lo había contagiado, y parecía bombear oscuridad que salía a la superficie… o eso parecía haber estado haciendo.
Ahora parecía haber detenido todo ese proceso, ¿pero por qué?
—Por fin llegan los actores.
Mi cuerpo se tensó, y a pesar del sudor frío que lo recorría pude girarme. Seguía sin haber nadie a nuestra espalda, al menos hasta que alcé la vista al cielo. No tardé en localizar al enemigo, sobre un trono flotante.
Chihiro.
Desde ahí, parecía una verdadera deidad a la que no podíamos alcanzar. Habría invocado mis alas al momento para ir a por ella, y esperar a que el resto se dignara a seguirme, pero algo dentro de mi gritaba que no lo hiciera. No tardé en descubrir por qué: no estaba sola.
En los tejados circundantes a ella, había cuatro personas. Conocía a dos de ellas, se trataban de Andrei y Dark Light. Los otros dos eran algo extravagantes, uno un enano vestido de verde y el otro, un joven paliducho de aspecto enfermizo.
—¡Escuchadme! Esa ya no es Chihiro, me la encontré en el ayuntamiento junto al chico que parece enfermo, Karel. Aaron, el cuerpo que tenía seguramente ha muerto, pero de algún modo ha transferido su corazón a otro cuerpo; el de Chihiro... Matándola a ella en el proceso, y además ahora se hace llamar "Xihn". Creo que ahora tiene tanto los poderes que tenía Chihiro como los de Aaron. Es mucho más peligroso que antes, pero aún no se ha habituado a su nuevo cuerpo. Probablemente no esté en su máximo potencial.
Miré al Maestro de Bastión Hueco, tratando de asimilar toda aquella información en cuestión de segundos. El muchacho enfermo se llamaba Karel, y Aaron se había adueñado del cuerpo de Chihiro. ¿Se suponía que había un modo de hacer eso?
Nunca había oído de una habilidad así, pero ahora que me fijaba... desprendía un aura extraña, terrorífica. Una que nunca había tenido la Chihiro que yo había conocido, o al menos de una manera totalmente distinta.
Si lo que Ragun decía era cierto, ¿entonces la verdadera Chihiro había muerto? ¿O estaba tirada, moribunda, en uno de los callejones de Ciudad de Paso?
—El tiempo corre, así que seremos… directos. Estáis encerrados, no podéis abandonar este lugar y si alguno trata de demostrar lo contrario con un Portal, pagará las consecuencias. Además, tenéis un trabajo que hacer.
Aaron, Chihiro, o como quisiera llamarse ahora, señalaba el corazón del mundo. Aunque éste seguía detenido, parecía al borde del colapso.
—Este mundo está perdido. En el momento en que rompa el hechizo que impide que el tiempo transcurra con normalidad, la oscuridad lo engullirá todo. Mi propuesta es esta: matad al Emperador, que también he encerrado para vosotros. Hacedlo, dadme su corazón, y puede que deje margen para que todos los humanos escapen de este lugar.
»Matadlo, cumplid con vuestro deber, o morid en el intento.
—Ibais tras el Caos desde el principio. Por eso infectaste el Corazón y mataste al Alcalde. Para que tuviera que usarlo y no pudiera controlarlo.
Mientras Chihiro se acomodaba en el trono, el Villano Final se giró hacia nosotros.
—El Caos que contiene Palamecia es incontenible. Lo destruirá todo, a él incluido. Si no actuamos rápido, se nos llevará por delante a nosotros…
—Oh, el tiempo. Pobres mortales, que siempre os inclináis ante su paso.
Y entonces, como por arte de magia, la cúpula que teníamos enfrente reventó. Y lo que salió de ella, fue suficiente como para entender aquel «Caos» del que tanto habían estado hablando hasta entonces.
Se trataba de algo tan simple y frágil como eso, la pérdida de cualquier orden lógico que hubiéramos podido conocer. El mundo entero pareció echarse a temblar y, a medida que avanzaba, aquel desorden parecía adueñarse de todo lo que le rodeaba.
Las farolas, edificios, tejas... todo lo que hubiera en el espacio se retorcía, desaparecía o explotaba ante la presencia del Emperador. La armadura era todo lo que quedaba de Mateus Palamecia, y lo único que servía para distinguirle del monstruo en el que se había convertido.
Mi Llave Espada reaccionó a él, calentándose y vibrando ante el poder que desprendía. A pesar del calor me aferré a ella con fuerza. Tenía el miedo de que fuera lo único que me separaba de acabar reducido a la nada.
Miré durante un segundo como el nuevo dueño del cuerpo de Chihiro y su pandilla seguían como si nada. Ajenos a todo lo que estaba sucediendo, disfrutando del espectáculo que le estábamos brindando.
Porque si no deteníamos a Mateus, moriríamos, y si lo hacíamos volvería a beneficiarse de ello. ¿No había una manera de salir ganando? Había condenado a Ciudad de Paso, y aún así, se saldría con la suya.
Sin importar lo mucho que peleáramos.
Palamecia, o lo que quedaba de él, hizo su primer movimiento contra el Maestro de Tierra de Partida, pero por suerte el Villano Final se interpuso a tiempo. El choque del arma de éste con las garras del monstruo resultó ensordecedor.
No hubo tiempo de reacción, el arma de nuestro aliado temporal salió por los aires a la par que un centenar de luces de diferentes colores y resplandores surgían por todos lados.
¿Para qué servían? No tardé en comprobar una de sus muchas utilidades cuando la espada apareció justo a mi lado.
Mateus estaba desbocado, y siguió atacando hasta arrinconar al Villano Final. No contento con eso disparó un poderoso ataque contra Ragun que, de haberle dado, habría acabado reducido a las mismas agujas de cristal que el edificio que había recibido el impacto.
Tomé un Éter al ver como empezó a acumular energía. Si seguía así, le acabaría dando de lleno al corazón del mundo.
Había que intentar tranquilizarle, al menos lo suficiente como para que se percatara de quién era el verdadero enemigo.
—¡Que alguien lance Libra e informe de cualquier punto débil y también de sus fortalezas y que otro ayude a Gabranth, dadle su espada!
Me percaté de que Maya venía corriendo, y por el comportamiento que la había visto tener con el Villano Final, estaba seguro de lo que había venido a buscar. Salí a su encuentro, espada en mano, y se la tendí con el fin de ahorrarle parte del viaje.
—Pregúntale si hay alguna manera de calmar a Mateus y expulsar eso de su cuerpo antes de que lo mate.
Por mi parte, emplearía un Mareridt con tal de cegar al Emperador por completo y que oyera ruidos allí donde no hubiera Aprendices, para intentar confundirle y que disparara su ataque en esa dirección. Si se había convertido en una bestia sin la sangre fría del antiguo Palamecia, sería más fácil engañar sus instintos primarios.
Correría y me pondría debajo de él, para dispararle un Sagitta Tenebris, alejándome después todo lo posible a la espera de su siguiente movimiento.
Pudiera salvarse o no el Emperador, no me importaba. Pero de lo que estaba seguro era de que aquel primer ataque con todas mis fuerzas iría por la Maestra Nanashi.