—
Oh. Claro, no querría que esa persona te tuviera que preguntar qué has hecho con ella. Muchas gracias. Ah, una cosa. —Me retuvo un momento. No dije nada ante su anterior comentario—.
Olvidas que, dentro de bastante tiempo, yo seré más fuerte. Pero adelante. Ondina y sus hermanas te estarán esperando..
Sonreí, aceptando el reto. Fátima inclinada, fingiendo que llevaba un vestido invisible era todo un espectáculo, pero no podía olvidar toda su fuerza, poder y dedicación. Ondina me despidió con la mano algo temerosa y no pude evitar saludarla también mientras la Maestra me abría un portal. Me costaría muchísimos años, pero me haría fuerte.
—
Ha sido un placer, Simbad.Sonreí de medio lado, muy suavemente; volví a ponerme la chaqueta y atravesé el umbral.
La joven Maestra había resultado ser un bálsamo que había aliviado mis heridas por el momento. La misión había sido dura, muy dura, pero lo que no te mata te hace más fuerte. Sí. Esa era la clave. Luchar. Mejorar. Olvidar. Suspiré pesadamente, intentando ordenar mis ideas.
Bastión Hueco estaba vacío, como lo solía estar siempre. Fátima había sido muy amable al conducirme allí. A mi casa. No sabía exactamente cuándo aquel montón de piedras se había transformado en mi hogar, pero no era algo que me preocupara. Había descubierto que era un alma errante y solitaria. No maldecida, pero casi. Tenía muchas ganas de echarme en el vano de alguna ventana y dejar que mis dedos flotaran sobre las cuerdas del laúd para esparcir mi lamento.
Cogí el ascensor y me encaminé por el pasillo. Y algo me frenó en seco.
La puerta del cuarto de Myr estaba abierta. Lo recordaba de aquella misión con Celeste. Lo recordaba de haber escuchado un aullido. Lo recordaba de haberme visto en un reflejo taimado, con ojos imposiblemente plateados. Pasé miedo e incertidumbre. Y aún no era capaz de entender por qué había pasado.
Supongo que el Destino es caprichoso. Así que cuando me vi tocando a la puerta en cierta dirección en Ciudad de Paso, supe que tenía algo gordo reservado para mí.
La habitación estaba abierta porque estaban quemando sus cosas. Después de todo lo que había pasado ese día no me supuso un gran impacto en mi salud mental, pero aún así sentí un gran peso en la boca del estómago. Todo es tan efímero. El aire que respiramos, la lluvia, la felicidad. La vida. Los humanos somos frágiles, de existencia corta y más los Caballeros. Tragué saliva, apretando los puños.
La inquilina abrió la puerta, aunque no del todo. Alta, con cabello azulado y ojos imposiblemente azules. Pálida y con el rostro salpicado de pecas. La foto no le hacía justicia. Era bellísima.
Al entrar en su habitación y ver el cuaderno en el suelo había sido imposible no echarle un vistazo. Era lo último que quedaba de Myr, y no me decepcionó: era su diario. Si por un momento se me pasó por la cabeza respetar su intimidad, el pensamiento se disolvió conforme iba avanzando las páginas. Estaba lleno de dibujos, anotaciones, pensamientos… Había un dibujo de los huesos de una mano hiperrealista junto con el nombre de todos ellos, habían páginas llenas inquietantes oraciones en tinta roja, habían sueños. Era retorcido, crudo y cruel, casi como el cuaderno de un psicópata desquiciado. Pero bajo toda aquella explosión expresionista había un hombre atemorizado. Yo lo sabía. No se puede vivir con miedo.
—
Eh… ¿Marjory Watson?—
¿Quién lo pregunta? —replicó. Su voz era suave pero firme.
—
Soy… —Me mordí el labio, sin saber cómo sentirme—.
Vengo de parte de la Orden. En una de las páginas salía yo, junto a la foto de Marjory (que ya había visto antes) y su dirección. Era un dibujo exacto, naturalista, de trazo fino y meticuloso. Estaba sentado tocando el laúd, como si me hubiese dibujado en el momento, aunque nunca tuvimos tanto contacto. Pero no era lo único. Junto al boceto ponía opiniones sobre mí. “Quejica, creo no le gusta mi presencia. Es bueno con la magia y me recuerda mucho a mí.” Era algo que había hecho con más Aprendices, pero no me llegaron tanto como esa, aunque no solo porque era yo.
Había dibujado un par de alas a mi espalda. Negras, de cuervo, preciosas. Nunca le comenté que me encantaba volar y no pude evitar derramar un par de lágrimas. ¿Cómo era posible que me hubiese calado tan hondo? ¿Cómo era posible que me conociese tanto?
Bajé la cabeza para no mirar a Marjory.
—
Verás, tu hermano…—
Ha muerto, ¿verdad? Alcé la cabeza. Las lágrimas se deslizaron por la superficie pecosa de su piel y aclararon sus ojos. Era el vivo retrato de Myr. Noté ardor en la garganta de las lágrimas, pero me reprimí. Asentí con un gesto seco. Marjory se limpió las lágrimas y asintió también.
—
Telepatía —aclaró con voz quebrada—.
Sabía a qué venías incluso antes de que comenzaras tu discurso. Asentí de nuevo, confuso y mareado. Hice el amago de marcharme, pero la mujer me lo impidió cogiéndome del brazo.
—
¿Te llamas Simbad? —preguntó, con los ojos algo enrojecidos y la voz vacilante—.
Myr te nombró alguna vez. Te tenía aprecio. Sonrió, un rayo de luz en un día nublado. No supe qué decir.
—
Lo siento mucho —comenté al final.
—
Casi no le conocía —Sacó un pañuelo y se secó las lágrimas—.
Pero… No era alguien que estuviese hecho para vivir.
Lo sabía. Me quedé quieto un momento, demasiado aturdido. Marjory no tendría por qué haberlo sabido nunca, pero no se merecía la incertidumbre. Parpadeó un momento, frunció el ceño y se llevó la mano dedos a la frente. Alarmado hice el amago de sujetarla, pero me apartó con un gesto suave.
—
Tú… —Parpadeó de nuevo—.
Tú… Tienes…. Tienes algo que no….Abrí los ojos con incredulidad y con el corazón latiendo a toda velocidad.
—
¿Algo?La muchacha pareció desistir, porque relajó todos los músculos y tragó saliva. Me miró con una mezcla de temor y confusión.
—Algo anda mal en tu cabeza. Hay interferencias. Se oyen susurros que no… Nunca me había pasado algo igual…. Hice un gesto con la mano para que callase. Había vuelto a bajar la cabeza.
—Lo sé. Sé que algo no va bien —confesé por primera vez—.
Siento lo de tu hermano.
Me giré en redondo y bajé los escalones de aquella casa en Ciudad de Paso. Aterrado, entristecido.
—
Simbad —llamó. Me giré con los hombros tensos. Ella se hallaba alterada, nuevas lágrimas recorriendo sus mejillas—.
No te fíes de Astaroth. Sea quien sea, no lo hagas, por favor. Astaroth. Ast.
—
¿Qué te importa? —Voz monocorde. Facciones neutras. Mi mente trabajando a velocidades imposibles.
—
Sé que ahora vas a tatuarte a tus hermanos —implicó, enervada pero con el golpe de perder a Myr todavía reciente en sus facciones—.
Sé que tenías una hermana de sangre, gitana. Que murió… —
No me conoces.
Le di la espalda para continuar con mi camino.
Ya tenía un nombre. Un nombre y un diario.
Finiquitado. Gracias a Suzu por hacer este genial encuentro conmigo.
PD: El último post está extraoficialmente aceptado por Happy, ya que Jory y Myr son NPC suyos.