Conforme hablaba la expresión de Celeste se fue suavizando, casi relajando. Hasta yo enterré mi amargura. Sí, había sido una experiencia terrible, pero no era nada en comparación con lo que seguramente se nos venía encima. Sonreí de forma algo forzada. Solo tenía que convencerme de que era cierto.
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Bueno, vivos estamos —asintió—
. Y más o menos enteros. El tiempo ya se encargará de curar el resto.Estuve a punto de decirle que el tiempo era muy relativo, pero su expresión sonrojada me cortó. Su piel era morena, un distintivo de los gitanos, pero el rojo destacó tanto como si de una pálida se tratase. Apartó las manos y parpadeé, confuso. ¿Había hecho algo que la incomodara?
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Oh, y... perdona por el golpe de antes. A veces no pienso antes de actuar. Lo siento, de verdad.No pude evitar soltar una carcajada. Lo cierto es que después de toda la tensión que había pasado ya ni lo recordaba. Hice un gesto para indicar que no tenía importancia. El golpe nunca había sucedido, y aunque tuviera algunas secuelas sabía que estaban solo en mi mente.
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Creo que ahora voy a volver a París. Se supone que he visitado a mi madre, pero ya no estoy tan segura. ¿Quieres venir? Si no recuerdo mal, también teníamos que dar un espectáculo en la plaza... Se me congeló la sonrisa. Rechacé amablemente el brazo que me tendía. Tomé aire.
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No puedo. No puedo volver a la Cité por ahora —. Negué con la cabeza—.
Por ahora lo único que quiero es descansar y… pensar en lo que ha pasado. Era lo que necesitaba: meterme en la cama y dormir. Recuperar fuerzas. Dar un paseo quizás. Tocar canciones hasta quedarme dormido.
Celeste no insistió. La vi deslizarse por el pasillo, como un cervatillo. Fruncí el ceño.
Celeste. No era un nombre francés. El mío tampoco, pero me lo había puesto mi madre tras leer un libro de aventuras antes de fugarse con mi padre. Pero Celeste no. En un lugar donde la población era prácticamente analfabeta y la cultura estaba sesgada para el pueblo gitano, era prácticamente imposible conocer nombres así.
Me giré para volver a mi cuarto y seguí rumiando a la vez que andaba. Sabía que había visto a Celeste en alguna parte, y mi primera sospecha había sido que la había visto por la calle, alguna vez que estuviese tocando para el público pero...
Frené en seco. Cuando giré la cabeza para poder divisarla, ya no estaba.
*****Un niño vagabundeaba por las calles. Le cubría una capa de lana basta, y en ella escondía media docena de bollos bañados en miel que había robado. Al abrir la boca para devorar su botín, se pudo apreciar que estaba mellado.
Estaba atardeciendo, señal que tenía que volver con su familia, pero algo le detuvo. Curioso por naturaleza, no pudo evitar echar un vistazo.
Parecía de su edad, pero al verla de espaldas no estaba seguro. Se hallaba de pie tras el enrejado de una puerta, los últimos rayos del atardecer arrancando destellos cobrizos de su cabello. Pero no era eso lo que le llamó la atención, sino su piel oscura. Nunca había visto a un gitano vivir en una casa como aquella, en un distrito tan lujoso.
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¡Madame! —llamó con la esperanza de captar su atención. Ceceaba un poco por la falta de dientes de leche—.
¿Qué hacéis ahí y no en la Corte de los Milagros? ¿Os han recluido?Su padre siempre le había dicho que tratara a las mujeres con cortesía, como un verdadero caballero. Antoine aseguraba que ellas le abrirían las puertas del cielo, pero nunca entendió por qué. Ante sus miradas de extrañeza, su padre reía y le revolvía el pelo.
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Soy Simbad —se presentó una vez que estuviera más o menos cerca, con una sonrisa resplandeciente aunque demasiado taimada para su corta edad—.
¿Necesitáis ayuda? ¡Yo os liberaré! Esperó su respuesta y su nombre. También esperó a que le abriese las puertas del cielo, como decía su padre; pero evidentemente no ocurrió. Se moría de curiosidad. ¿Sería tal como lo narraban las historias? ¿Plagado de ángeles y nubes?
Un grito proveniente del interior de la casa le puso en alerta. Sabía que no debía estar allí.
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Toma —Le tendió un bollo a través de la verja—.
Tengo que irme. ¡Adiós! ¡Ya nos veremos!Y rápidamente corrió calle abajo, desapareciendo en la ciudad. Simbad volvió a aquel lugar varias veces, pero nunca la volvió a ver. Cuando se lo contó a su padres simplemente se encogieron de hombros y le restaron importancia al asunto; instándole además a que no volviera por allí, que podía meterse en problemas. Su hermana incluso se llegó a reír de él, alegando que había sido su imaginación.
Fue cauto y no volvió a buscarla, pero no podía evitar echar algún vistazo de vez en cuando cada vez que pasaba por delante de la casa, esperando poder verla en alguna ventana. Nunca ocurrió, y por ello se olvidó del tema.
Pero había algo que nunca olvidaría, y sería la letra de una de sus primeras canciones. Una tonadilla sencilla, que a día de hoy persistía en París y que hablaba de aquel fortuito encuentro.
Aquel único encuentro…
Final alternativo:
Al día siguiente, Pantin se despierta. Gime ante el sol y el tremendo dolor de su brazo roto. Chasquea la lengua e intenta incorporarse. Se le ha escapado el ladrón junto con la máscara.
La Orden iba a ser muy severo con él, de eso estaba seguro.
Y se fini. Gracias a Denna por terminar esta saga tan extraña.
La idea nació como una historia mucho más turbia, y los viajes en el tiempo se nos ocurrieron conforme íbamos haciendo este encuentro; y supusimos que podrían quedar genial para una segunda parte. De algo estábamos seguros:
nada debía existir, todo tenía que ser un "sueño", o al menos igual de revuelto.
Después de año y pico y un montón de borradores creo que lo hemos conseguido más o menos.