Capítulo 2: Ángel de Lucifer
Los aullidos de los perros nerviosos ante la presencia del asesino más brutal de todos los tiempos despertaron a los vecinos de Zaragoza.
Pero el tío se llevó el cadáver hasta un callejón.
No el mismo que el de su primer asesinato.
Metió su mano y gran parte de su brazo por el gran agujero del cuerpo de la joven y la sacó tirando de su intestino.
-¿Cuándo se dejarán de gilipolleces y limpiarán la mierda?-dijo mientras se llevaba lentamente el intestino a su boca.
Y se lo fue tragando como si fuese un puto chorizo y mientras miraba al cadáver sádicamente.
A la mañana siguiente, bien temprano, el Alcalde salió de su despacho pasando por las oficinas con su maletín negro de dinero corrupto en la mano y dos guardaespaldas a cada lado suyo.
La oficina tenía bastantes “mini-teles” colgadas del techo sin audio.
Se paró mirando una de esas “mini-teles” donde daban las noticias. Daban imágenes de la policía deteniendo al dueño de la central nuclear que sobornó al querido Alcalde.
Éste último nombrado apretó con fuerza el mago de su maletín y siguió con su camino, dispuesto a apartarse a cualquiera que se cruzase en su camino.
Pero las cosas cambian cuando más de cien personas se te cruzan en tu camino...
Más de cien personas, entre profesores y padres con hijos adolescentes, lo esperaban en la puerta.
Sólo mirarle la cara en ese momento valía la pena todo ese esfuerzo de reunir a todas esas personas.
Y de entre todo aquel barullo de personas aparecieron los tipos que empezaron todo esto, con sus capuchas negras.
Y el director se acercó al Alcalde mientras los demás se quedaron atrás.
Y los reporteros y cámaras también se acercaron, haciendo su trabajo.
-¿Qué hace toda esta gente aquí?-preguntó el hombre.
-Son profesores de otros institutos de Zaragoza y padres disgustados por la poca educación que se le da a sus hijos-le contestó el director.
-¿Cuántas veces os tendré que decir que no puedo hacer nada?-volvió a preguntar el Alcalde.
-¡Seguro que tienes algún contacto por el Gobierno!-volvió a contestar el Director.
-Os juro que...-quiso decir el Alcalde, hasta que el otro le interrumpió.
-¡No jures tanto! Si no, ¿de dónde proviene el dinero de ese maletín?-y el Alcalde se puso nervioso al escuchar aquellas palabras.
Y sin pensarlo dos veces, el Director de un simple instituto se atrevió a tirarle el maletín de la mano.
Al caer al suelo, todos los fajos de billetes saltaron por el suelo.
Y los guardaespaldas, sin pensárselo, se lanzaron a por el hombre, cogiéndolo cada uno de un brazo y tirándose al suelo, tirando al pobre hombre.
-Arg...-se quejaba de dolor el hombre, mientras se revolcaba por el suelo.
Y esas imágenes grabadas por las cámaras y comentadas por los reporteros en directo y presentadores de las noticias llevaron polémica.
Mucha polémica.
Y esa información llegó a manos del ejército.
-¡Grupo A, diríjase a la base! ¡Se informará allí de la misión!-dijeron por megáfono nada más conocer la información.
Y, tras dar las órdenes, el grupo A, encabezado por el capitán Iago, un joven de 15 años con unas aptitudes grandiosas, se dirigió hacia el ayuntamiento de Zaragoza.
Iago era de una estatura normal. Era moreno y su pelo era medianamente largo y un poco ondulado. Sus ojos eran de color miel. Se tenía que admitir, por obligación, que esos ojos eran bonitos.
Pasaron por la puerta principal, donde un guardia vigilaba su entrada.
Nada más pasar Iago, el vigilante se arrodilló mirando hacia el suelo. Después pasó su ejército, y el hombre se quedó mirándolos.
Ellos no obtenían el mismo respeto que Iago... pero... el guarda había visto algo en ellos.
Llegaron a la puerta del despacho del ya famoso, Alcalde.
Iago se colocó enfrente de la puerta y con los nudillos de su mano golpeó suavemente tres veces la puerta de madera, a primera vista, cara.
-Un momento...-se oyó una voz de hombre mayor al otro lade de la puerta.
-Vamos...-dijo Iago en bajo, impaciente.
Y pasaron cinco minutos, desesperantes, hasta que Iago perdió toda su paciencia.
-¡Abre!-gritó el adolescente mientras le pegaba un puñetazo a la puerta.
Y empezó a sangrar por los nudillos, dejando una marca de sangre en la madera.
Y el Alcalde abrió la puerta corriendo, mirando a Iago, que estaba cabizbajo. El pelo le tapaba los ojos,
-¿Estás bien?-preguntó el hombre, preocupado.
Iago soltó una sonrisa pícara, y contestó:
-Je... Juan Antonio... te conozco desde que entre al ejército hace tres años... y sé perfectamente cómo eres...
-¿Y eso te da derecho a llamarme por mi nombre de pila?-volvió a preguntar el viejo.
-No estoy para esas tonterías, Juan, esto es muy serio-contestó Iago, enfurecido.
Ahora le estaba mirando a los ojos al Alcalde.
-Pero... ¿qué problema hay?-volvió a preguntar Juan.
-La brutalidad de uno de uno de tus guardaespaldas contra un ciudadano normal pondrá en peligro la fama de Zaragoza. Los turistas no querrán venir y perderemos dinero.
-¿Y? Zaragoza hace mucho que pierde dinero. ¡Zaragoza está sin blanca desde hace mucho!-Juan, al pronunciar aquellas palabras, rodeó del brazo a Iago y siguió mientras lo llevaba hacia su mesa-Ese es un problema que perdurará durante muchos años más, y, sobretodo, en estos tiempos que corren.
-¿Qué quieres de mí?-preguntó Iago, nada confiado, mientras quitaba el brazo de Juan de su hombro.
Y el Alcalde se colocó enfrente de Iago, le miró a los ojos con una mirada desafiante y convincente, y contestó:
-Lo básico. Que te olvides de esta pequeña polémica, te laves las manos, y te vayas de esta habitación como si nada de esto hubiese ocurrido.
-Y una mierda-le susurró el jefe militar.
-Tú lo has querido...-le dijo el hombre mayor en tono desafiante.
Hasta que Iago le cogió del brazo izquierdo, le dio media vuelta y le subió el brazo hacia arriba, bloqueándolo.
Y Juan intentó librarse moviéndose a todos lados, pero, se acabo rindiendo, cada vez era peor, cada vez sufría más daño, y se apoyó con su otro brazo en su escritorio, para, por lo menos, no ser dominado por la llave del jefe militar.
Una gota de sudor cayó de la frente de Juan Antonio. No podía más.
-¡Ayuda!-gritó el hombre sufriendo.
-¡Mierda!-gritó Iago, al ver que venían sus guardaespaldas.
Y el ejército acompañante del adolescente, cubrió la puerta y apuntaron con los cañones de sus metralletas.
Seguidamente, se oyó una cadena de disparos que alertó a toda la Plaza del Pilar, plaza principal de la ciudad y donde se encontraba el Ayuntamiento, escenario de aquella escena.
-¡Dime! ¡Dónde coño está el dinero!-comenzó a gritar Iago, nervioso.
-¿Qué dinero?-contestó el Alcalde.
Y el adolescente golpeó la mesa con su puño libre, rompiéndola por la mitad.
-¿Y ahora qué dices?-volvió a preguntar.
-La locura no te hará llegar a tu objetivo-continuó Juan Antonio con una sonrisa desesperante-El dinero está en un lugar donde te negarán el acceso por tus pecados.
-¿Qué demonios dices?-volvió a preguntar Iago, ahora ya más cuerdo, pero un guardaespaldas le placó por la espalda al joven, lanzándole por encima de la mesa.
Seguidamente, el gorila se subió a la mesa, observó dos segundos a Iago retorciéndose de dolor en el suelo, bocabajo, y después se tiró, bloqueándolo.
Todo quedó con un silencio espeluznante.
Pequeñas salpicaduras de sangre en las paredes de militares caídos por la brutalidad de los hombres del Alcalde.
Personas con miedo a hablar por posibles represalias.
Minutos después, Iago salió esposado por la puerta principal, acompañado se un policía bastante robusto. Y atrás, Juan Antonio acompañado por sus dos gorilas.
Frente la puerta había un coche policía. En el asiento del co-piloto estaba Fernando.
Sí, Fernando Morantes.
Iago lo miró, lo conocía de antes.
Fernando le negó con la cabeza, a saber por qué, y Iago agachó la cabeza.
Y una reportera se le acercó rápidamente antes de entrar al coche.
-¿Se puede saber por qué se le detiene?-preguntó la chica.
-Por defenderos...-continuó el joven-pero, buscad el dinero negro. Se encuentra en un lugar donde no podría entrar por mis pecados.
Y, sin dejar un segundo más, lo metieron al coche a la fuerza.
La reportera se giró hacia la cámara, y comentó:
-Bueno, y esas son las conclusiones sacadas después de todo este alboroto. Ahora sólo falta que todos se pongan a pensar en donde está el dinero y vayan a por él.
Ese comentario resonó en varias televisiones de Aragón, pronto, de España entera.
Las carreteras se colapsaron, un gran cúmulo de personas en la puerta del Ayuntamiento.
Ese comentario llegó hasta a San Valero. En la televisión de la cafetería, donde se encontraban la mayoría de alumnos, incluidos Miguel y “Quique”.
-Está claro. Está en el Ayuntamiento, si no, ¿en qué otro lugar podría estar?-dijo uno en alto en medio de la cafetería.
-¿En la Iglesia del Pilar?-contestó en tono sarcástico Miguel, sin siquiera apartar la mirada del televisor.
-¿Por qué debería estar allí?-preguntó de nuevo el chico.
-Eres un poco corto, David-contestó “Quique”.
-Un lugar donde no puede entrar por sus pecados... Dios no deja entrar a los pecadores a un lugar sagrado...-contestó Miguel, mientras se volvió.
-Vale. Id allí ahora. A ver quién será el listo cuando no os encontréis nada allí-propuso David.
-Vale. Encantado-respondió al reto “Quique” mientras se bajaba de la silla para irse.
-¡Eh! Espera, ¿qué haces?-preguntó Miguel asustado.
-Tenemos razón, y vamos a demostrarlo. Vamos, será divertido-respondió su amigo, totalmente convencido.
Y, cuando Miguel se dio cuenta, estaba enfrente de la puerta del Pilar.
Había una gran puerta principal de unos dos metros, cerrada al público, y, a los lados, otra puerta, un poco más bajas, y con una abertura de un metro y medio.
Y un hombre vigilaba las puertas.
Y los dos chicos pasaron por la puerta de la derecha.
El interior de la Iglesia contenía un silencio espeluznante.
Miguel y Quique paseaban por la Iglesia lentamente, procurando no hacer ningún ruido.
El suelo contenía varios jarrones con pinta de caros a las esquinas. Miguel, torpemente, tropezó con uno, creando un ruido que retumbó en toda la Iglesia.
-Perdón...-susurró sus disculpas Miguel.
Aunque, Quique lo miró con una mirada mutiladora. Después, giró su cara y siguió su camino.
Y, en su camino, se cruzó la Virgen. La Virgen del Pilar. El objeto más sagrado de la ciudad.
Los dos se quedaron embobados con su majestuosidad, pero, de repente, la Virgen cayó.
Y hasta los pies de Quique rodó la cabeza de la figura, lo que le asustó, no solo a él, sino también a su acompañante.
-¡Dios mío!-gritó Miguel asustado.
-No, Virgen-le contestó en tono vacilante a Miguel.
Y no pudo aguantarse de mirarle con una cara de odio.
Pero, sin dejar ni un respiro, una sombra pasó por delante de sus miradas que se cruzaban en ese mismo momento, y, no dudaron en seguirla.
A mitad de camino, un sacerdote tirado en el suelo y con un cuchillo clavado en su pecho les cortaba el paso.
-Ayudadme...-suplicó el hombre.
Y aquellos dos se quedaron parados sin saber qué hacer.
Menos mal que una espada le fue clavada en la tripa, caída del cielo. Después, un chico con cabellos medianamente largos calló al segundo que la espada, con su brazo agarró a los dos jóvenes, y corriendo sin rumbo.
-¿Qué cojones...?-se preguntó Miguel.
-Calla-contestó, breve, el chico.
Y, cuando se dieron dar cuenta, ya estaban fuera. Había una furgoneta militar rodeada de coches patrullas y un helicóptero sobrevolándolo.
El chico se paró frente a aquel espectáculo.
-¿Eres Iago?-preguntó Quique, que estaba al lado del joven, aunque, éste solamente le pegó un codazo que le dejó agachado.
Después sacó sus pistolas de su pantalón. Eran extrañas. Más largas de lo normal, con dos bocas y con decorados de calaveras.
-¿Os preocupáis de mí, o del ángel de Lucifer?-preguntó el chico, con una mirada despistante.
Y, al instante, un ángel con alas negras, pelo negro y liso por el flequillo y de punta por atrás.
-Por cierto, soy Iago-dijo, dirigiéndose a Quique.
Los policías salieron de sus coches con sus pistolas en mano y dispararon al ángel. Iago disparó a dos policías que estaban frente suyo.
Fernando Morante se le acercó por atrás y le hizo un placaje.
-¿Qué sabes del caso”Gula”?-preguntó Fernando, con su rodilla en la espalda de Iago.
-A ese que llamáis... “Gula”, no piensa luchar solo. Tiene un ejército preparado. Y será mejor que no te metas.
Seguido a esto, Iago se giró con su codo en alto y le pegó a Fernando, echándolo al suelo. Después, Iago se puso de cuclillas de espaldas a los coches y disparó sin pensar, acertando a tres policías sin fallar ni una. Se giró y, sin seguir fallando, acertó a los policías que quedaban.
Se guardó su pistola de la mano derecha y cogió de la muñeca a Quique, que éste último cogió a Miguel, dirigiéndose a la furgoneta. Se subieron a la parte trasera y la furgoneta arrancó inmediatamente.
Iago cogió un francotirador de la furgoneta y apuntó rápidamente al ángel que les seguía. No pasaron ni cinco segundos, que ya le había acertado.
Lucifer cayó directo al Ayuntamiento, que estaba a unos pasos de la Iglesia.
-¿Qué está pasando?-preguntó Miguel asustado.
-Ahora formáis parte del ejército-dijo, siguiendo con su brevedad en sus frases, Iago.
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No sé por qué, y no me quiero meter, pero, ¿hay menos lectores?
Me gusta que me comentéis y que me digáis en qué fallo para que me digáis en qué mejorar.
Pues eso, hasta la semana que viene.