A pesar de que el tono suplicante de Ragun había cambiado por uno mucho más decidido y atrevido, Moglin no le hizo caso, puesto que no hizo nada por luchar con él. Su atención estaba más puesta en Ivan, que enfadado porque el ser de una raza diferente (que consideraba increíblemente inferior) lo hubiese dañado, en vez de pararse a pensar como habitualmente hacía, atacó sin más.
Y por eso mismo, quizá no se diera cuenta de que era una mala forma para intentar golpear a un moguri, que pese a su baja estatura y pequeño cuerpo (que lo hacía un blanco más difícil), disponía de dos alas de murciélago a su espalda a las que sólo les tuvo que dar un impulso ascendente para esquivar la magia. Si bien el viento de la ráfaga había intentando atraer y desequilibrar su vuelo, las alas fueron mucho más resistentes, acostumbradas a ejercitarse cada día contra el aire.
—Entonces, ¿qué hay de esos cubos de fregona, mozos? —acabó por jactarse Moglin, a quien la situación inicialmente lo había puesto en guardia, pero que según iba pasando el rato, se relajaba cada vez más.
Al no hacer caso de su razón, dejándose llevar por el instinto, Ivan había desaprovechado mucha magia en acciones inútiles que se lo estaban pagando ahora y que, además, le hicieron sentirse poco a poco más cansado. Ragun, por su parte, se podría decir que estaba casi completo de energías.