Historia editada estilísticamente.
Prólogo:
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Quienes tengan mi misma edad, y quienes no, también, recuerdan dónde estaban y qué hacían la primera vez que oyeron hablar del proyecto. Cuando en el canal de vídeo apareció un flash informativo anunciando que los científicos comenzaban ese mismo día, yo me encontraba en mi habitación con mi portátil. Recibí la noticia a través de un correo electrónico.
No era la primera vez que oía hablar del proyecto, claro. Todo el mundo sabía qué era: el experimento que iba a revolucionar el mundo y que, gradualmente, evolucionaría la raza humana hasta convertirla en otra con distintas condiciones. Los antiguos informes habían conseguido un éxito sin precedentes entre muchos de los investigadores, los cuales habían corroborado toda la información y habían dado el visto bueno. Todo aquello lo convertía en el tema de conversación de personas de todas las edades. Al igual que el ansia de conocer más y más sobre él.
Al principio no entendí, ni yo ni nadie, por qué los medios de comunicación concedían tanta importancia a aquella nueva y descabellada idea. Como si los habitantes del planeta Tierra no tuvieran otras preocupaciones. La crisis energética. El catastrófico cambio climático. El hambre, cada vez más generalizada, la pobreza, las múltiples enfermedades nuevas y sin vacuna. Una docena de guerras. Ya se sabe, lo de siempre: «perros y gatos juntos, histeria colectiva». Por lo general, los informativos no interrumpían las comedias de costumbres interactivas, ni las telenovelas, a menos que hubiera sucedido algo muy grave. Como el descubrimiento de un virus asesino o la desaparición de alguna ciudad bajo una nube atómica. Cosas así.
La verdad es que nuestro comportamiento podía tacharse de lógico ya que en un primer momento únicamente anunciaron lo planeado, es decir: el fin; pero sin los medios. Podía tratarse de un campo de pruebas, entrenamientos forzados o incluso drogas. Pero solo habían mencionado su finalidad y lo que constituiría para la humanidad. Un cambio muy radical, sin duda alguna.
La gente, escéptica, no se podía creer que estuvieran invirtiendo millones de euros en una aspiración tan utópica como era aquella. Nunca hicieron pública la cantidad exacta de bienes económicos, pero los cálculos citaban una suma de por lo menos mil millones. Investigaciones, materiales para la creación de nuevas máquinas, dinero para pagar a sujetos reales en los que confirmar un buen funcionamiento sin virus extraños y, claro, satisfacción personal.
Así que la nueva información revelada prendió como una llama en una gasolinera y recorrió todo el mundo en cuestión de minutos. Todas las cadenas de televisión interrumpieron las series que emitían en aquel momento y lanzaron el vídeo de un empleado que expresaba, hasta el más mínimo detalle, de lo que iba a consistir el proyecto del que tanto se había hablado. Al mismo tiempo ya había usuarios por Internet que grababan la televisión y subían en directo el vídeo, con streamings y capturadoras. Pocos minutos después una usuaria de sobrenombre poco importante colgó el vídeo en la máxima definición de audio y resolución de pantalla. Luego muchos otros copiaron su vídeo y lo subieron en el menor tiempo posible, como si se fueran a hacer famosos por ello. Aunque, lo cierto es que sí recibieron considerables visitas al perfil.
En aquel mismo instante estaba a punto de apagar el ordenador y otorgarme el resto del día libre para descansar cuando un inoportuno sonido atornilló mi cabeza. Lo reconocí, era el que tantas otras veces había escuchado acompañado de una publicidad engañosa, la del correo. Aunque compacto, el expresivo asunto captó mi completa atención durante un buen rato. Me rasqué la barbilla pensativo, intentando averiguar qué había detrás de aquel “Ver de inmediato” sin entrar en él, como un reto. Ni siquiera me detuve a conocer el nombre del emisor, no importaba demasiado.
Sumido en mis pensamientos, no me acordé de que el link del aviso desaparecía en diez segundos si no entrabas directamente por él, por lo que tuve que perder unos minutos entrando manualmente al correo.
Un suave trago de saliva fue el primer efecto que provocó mi acierto. El asunto se alargaba hasta leer “el ambicioso proyecto de científicos locos”. Coincido completamente con ambos adjetivos.
El vídeo estaba designado como “Invitación a Géminis”. Géminis era el nombre del proyecto con el que nos habían atosigado tanto tiempo, cosa que se explicaba en él.
Este se inicia con el sonido de las trompetas de los primeros compases de una canción antigua, de la época romana. Indagando un poco más en el tema pude asociarla con sus victorias. Suena durante unos segundos sobre un fondo negro. Se escucha un redoble de tambores de fondo para conmemorar la aparición de un hombre algo decrépito. Una prominente barba adorna su inexpresiva cara, y le da el toque oscuro que le falta al cabello rubio. No es un hombre de cincuenta años, lleno de sabiduría proveniente de un par de carreras universitarias. Es un hombre, quizás con diez años encima más que yo, bien vestido y peinado para que la gente vea en él un tipo elegante. Por su aspecto, pude deducir que era una de esas personas que no dormían bien pensando en si alguien pensaba mal de ellos. Se viste con una bata blanca de médico que le tapa hasta las rodillas, sin ni una mota de polvo en ella. El vaquero desgastado conjunta bastante bien con ella, aunque no sería mi elección para aparecer en un vídeo visto por millones de personas, tampoco se dejaba en ridículo.
Es el prototipo de los jóvenes de entre veinte y treinta años: alto, atlético y guapo. Mi primera impresión fue de molestia. Tantos cuidados y tanto gasto para transmitir un mensaje. De todas formas, la importancia del mensaje no se mediría en absoluto por la carisma y forma del emisor. En mi opinión.
La situación inicial es esta: el joven, mirando profundamente hacia el horizonte, es grabado por una cámara inmóvil de frente. Hace sol, pero el ángulo está previamente colocado y preparado para enfocar su cara. De fondo se puede ver una colina alta, era un poco extraña, como irreal, digamos. Ni me paré a meditar si conocía el lugar en el que se encontraba. Deduje que todo era un montaje, creado por lugares que habían sido escogidos de la red, siendo así ficticios o retocados.
En el ángulo inferior izquierdo de la pantalla aparecen unas líneas que indican el nombre del grupo, el de la canción, la casa discográfica y el año de aparición del tema, como si se tratase de un videoclip emitido en algún canal musical. Pero la ventana del vídeo es tan pequeña que no soy capaz de leer las letras. Qué poco cuidaron el vídeo antes de subirlo.
Entonces, intercambiando miradas con la cámara, imita con sus dedos una tijera y detiene la canción al momento. En ese preciso instante desaparece la colina y todo a su alrededor cambia de pronto, excepto la cámara. Cortando y copiando escenas. No era difícil, hasta yo lo podría hacer con el programa específico y un par de noches entregándome a ello.
Ahora el tipo se encuentra dentro de un laboratorio. Saluda con gesto militar y fija la vista en la cámara. Deduje que trataba de expresar confianza y disciplina. Luego baja la mirada, como distraído o arrepentido, buscando palabras para expresarse a una audiencia que sobrepasaría los límites previstos. Abre su mano, esperando a que ocurra algo, y aparece un pergamino enrollado tan largo que se sale de la cámara. Parece arcaico y escrito con letras desconocidas de una lengua muerta. Él no leía, se limitaba a contar lo que hubo practicado antes de comenzar a grabar. Se le daba bastante bien fingir.
»Estoy presente en este cortometraje para comunicar al mundo la función del llamado Proyecto Géminis—. Sigue leyendo, cada vez más deprisa, pasa sobre varios párrafos de jerga legal hasta que las palabras me llevan a lo interesante del vídeo, al porqué de tantas reproducciones y visitas en tan poco tiempo.
»Permitid que os adelante lo más destacado. Para comenzar, el Proyecto Géminis fue bautizado con ese sobre nombre por varias identidades que lo llevan a cabo. No es un esquema, ni un boceto de un experimento, ni un plan. Es un proyecto que se llevará a cabo durante el próximo mes. El “géminis” es una simple coincidencia, tanto yo como mis compañeros nacimos bajo ese signo zodiacal.
»¿Por qué fue esta idea tan descabellada concebida en nuestras mentes? Pues bien, por unas razones que nos afectan a todos por igual y que hasta un ciego podría darse cuenta de ellas. El mundo está sumido en la más profunda de las crisis que han sido datadas hasta ahora. Los combustibles fósiles, ya casi nulos, escasean y se utilizan de formas irresponsables. El cambio climático es aún más preocupante. ¿Por qué llueve en julio si el proverbio dice “en abril aguas mil”? ¿Por qué nos azota el invierno en las últimas semanas de marzo?
Levantó la vista y observó la cámara con esa mirada que pone uno cuando quiere convencer a alguien y que está dispuesto a lo que sea por conseguirlo. Fue fácil descubrir sus intenciones parando el vídeo y atendiendo concienzudamente a todos los aspectos de su constante expresión facial.
»Pues bien, todos queremos que esto cambie, ¿me equivoco? Fácil y compacto: hemos conseguido potenciar algunos de los cromosomas humanos mediante elementos óxidos en la materia sanguínea de los sujetos.
Su cara decía “¿Me entendéis? Lo he sintetizado mucho para que sea apto para todos los públicos, y me ha costado muy poco hacerlo” adornada con una sonrisa congruente con el pensamiento. Ese comportamiento me sentó como un jarro de agua fría. No era de mi agrado que gente así se considerara más lista que el resto solo por haber estudiado una carrera y creerse el centro de atención.
»Es muy simple a mi modo de ver las cosas. El trabajo lo haremos nosotros, por lo que los sujetos no tendrán ni que mover un dedo. Dicho esto y, con no muchas más cosas que aclarar por el vídeo, doy por abiertas las puertas para todo aquel que quiera probar. Necesitamos gente adulta, con un mínimo de dieciocho años
Abre las manos considerando la oferta, diciendo entre líneas “os trataremos como en vuestra casa”. La mirada ahora expresa confianza, entornando los ojos. Asiente con la cabeza y remata susurrando que es algo muy importante, algo grande que cambiará el curso de la historia. Un punto y aparte. Se tomó muy en serio hasta el último detalle en la puesta en escena del corto. La mirada en cada frase, el trago de saliva en el punto de inflexión. Conocía perfectamente las maneras para dirigirse a un público extenso y era consciente de que aquel vídeo lo verían desde jóvenes hasta ancianos. Deduje que en algún momento de su vida había aprendido oratoria, o por lo menos que sabía algo del tema.
Pasados unos segundos de expectación, se vuelve negro y desaparece el chico. Pensé que se acabaría el vídeo. Me equivoqué al estudiar la nueva escena. Una oficina con diseño rústico es ahora el lugar escogido para continuar. Una gran mesa rectangular es lo primero a lo que se va la vista debido al efecto producido por el barniz y la luz del sol. La resolución es inmejorable, diría que han cambiado la cámara. En este punto juraría que era lo más real del vídeo hasta el momento. Mueve una especie de silla con ruedas, se sienta lentamente procurando no caerse e inca los codos durante unos segundos. La pared derecha, pintada de un naranja oscuro para provocar un efecto más rústico si cabe, está decorada con diplomas. En la parte izquierda se encuentran las ventanas abiertas, dejando fluir el aire para refrescar la habitación.
En frente de él se encuentra unos cuantos objetos menos llamativos, pero que le dan un aspecto cálido de relleno. Una lámpara de bajo consumo apagada que apunta hacia unos documentos desordenados y esparcidos por toda la mesa. James coge uno al azar y continúa con la invitación. Esta vez pude asegurar que a juzgar por el movimiento de sus ojos en torno a las líneas del texto, sí leía.
»Los que vengáis dar por seguro un buen alojamiento y una buena asistencia durante el tiempo que haga falta. En cambio, no volveréis a vuestros hogares hasta terminar con Géminis —“lo cual es lógico” añadió con la mirada.
Pausa dramática. Ese tío me gustaba cada vez más por su forma de hablar, pero al mismo tiempo odiaba sus aires egoístas.
»Estamos investigando un caso erróneo que se da en las personas que comparten el grupo sanguíneo cero negativo. No sabemos el por qué de esto, pero intentaremos solucionarlo. De todas formas, pueden venir igual, pero no estoy apto para confirmaros nada.
Pausa, como buen orador que es, para recitar algo que no está escrito en ninguno de los documentos.
»Para acudir a esta serie de pruebas, hemos formado una cadena de centros, dedicados única y exclusivamente a esto, en todos los núcleos urbanos de todos los países de Europa, América y Asia, exceptuando el país nipón. Esto significa que podéis acudir a la capital de vuestra provincia si estáis interesados.
Al final del vídeo, James incluía un link a la página web oficial del proyecto Géminis, donde se encontraba un enlace al vídeo y la explicación más detallada en letra, así como mapas y localizaciones de cientos de empresas repartidas por todas las provincias de medio mundo. Poco después me daría cuenta de que ese hombre llevaba los planes en Internet y atendía personalmente los comentarios, aunque eso era solo la teoría, porque en la práctica no había visto ni una respuesta suya. Me resultó bastante extraño que ya hubiera medio millón de usuarios registrados en ella, como si tuvieran acceso a más información por tener cuenta. A pesar de todo, la página no estaba muy trabajada ni decorada. Tampoco era necesario.
“Así va el mundo”, aventuré a decir cuando acabó el vídeo.
Lo cerré y eliminé el correo, no necesitaba ese vídeo, sabía que lo vería muchas más veces en la televisión, incluso por la radio. Estaba más que seguro de que nadie iba a aceptar la Invitación a Géminis, sería de locos.
Pero me equivocaba.
Transcurrió una semana. Una semana caótica en la que los minutos parecían horas, las horas días y los días semanas. Para mí transcurrieron casi dos meses en ese corto plazo de confusión. El mundo tardó en derrumbarse por completo una semana. Dios creó el mundo en siete días, bueno, se tomó uno para descansar; nosotros lo destruimos en el mismo tiempo. O, mejor dicho, lo terminamos por destruir en el mismo tiempo.
Quizás exagero un poco, pero es que me sentí muy mal en aquel momento. A lo mejor fue por mi inútil existencia. Éramos tan frágiles y débiles que cualquiera podía aparecer en un vídeo con un mínimo de poder de convencimiento, un par de pensamientos utópicos y una cara bonita para plantar una pequeña semilla en nuestras mentes y dejar al tiempo el resto.
Nueve de cada diez personas aceptaron la Invitación a Géminis y participaron en el experimento. Mi madre también fue.
Esa semana fue horrible, entre exámenes de final de curso (que la mitad se cancelaron por falta de personal docente), discusiones en casa entre mis padres para decidir el futuro de la familia y tantas noticias devastadoras en la televisión. Cumplí los dieciséis años, fue el único motivo por el que mi madre aguardó tanto tiempo sin irse de casa. Días después tomó un avión hacia Madrid y la perdimos para siempre.
Aquel día fue horrible para mí. Me metí en la ducha y lloré desconsoladamente mientras el agua aguijoneaba mi espalda. Nunca me había sentido tan apesadumbrado como entonces, ni siquiera con la muerte de mis abuelos. ¿Se nota que cuando se fue la di por muerta? Consideré que una parte de mí se había ido con ella. Para siempre.
Que yo recuerde, el planeta Tierra nunca estuvo en peor estado que en la primera semana de julio. La pobreza, un tema muy interesante que azotaba a casi toda la población, estaba en su máximo auge, provocando la muerte de miles de personas. Los que tenían algún bien económico, se lo fundían en el viaje hacia los puntos designados por James. Estos habían dejado su trabajo, reduciendo a un mínimo preocupante la producción de comida.
Mi padre tuvo suerte en este punto. Siendo trabajador de una creciente y prometedora empresa que permitía a sus usuarios entrar en la red desde cualquier parte y en cualquier momento. También fue útil para mí: conectarme con mi teléfono vía Internet era uno de los pequeños caprichos que me permitía en aquellos tiempos. Me servía para matar el tiempo y pasar un buen rato, poco a poco se fue convirtiendo en rutina. Después lo utilicé como terapia para las depresiones.
La escasez de víveres, quizás lo peor y más importante, ya no había agricultores, ni pescadores, ni granjeros, ni nadie que trabajase para producir comida. Fue como una vuelta al pasado, a nuestros orígenes, mi padre compró animales para criarlos en nuestra gran finca, pero no salió del todo bien la operación y terminamos por comprar mucha fruta justo al recibir toda aquella información. Fuimos precavidos.
Nació una nueva subcultura, aunque en foros la llamasen secta, la palabra correcta era subcultura. Los herejes, todos los que hasta el momento tenían las cartas para formar la nueva especie eran denominados por ese nombre. En los foros con más usuarios registrados también se notó una escandalosa pérdida de actividad, casi todos los odiaban por motivos de envida o rabia. Conocer a alguien de mucho tiempo y que de repente te cambie por salvar el culo, quieras que no, da rabia. Pero, la verdad estaba oculta detrás de todos ellos, cada vez desaparecían más personas registradas y todos sabían que se habían convertido en herejes.
Transcurrió una semana más.
Empezamos a perder todo rastro sobre nuestros familiares y colegas herejes. La gente empezó a dar por supuesto que aquello era solo la estafa excéntrica de unos locos millonarios. Otros opinaban que, aunque el proyecto y la formación funcionasen, el mundo ya no estaría allí para conceder una segunda oportunidad. Entretanto, yo seguí aprendiendo y creciendo como un chico normal en un ambiente extraño.
Invitación a Géminis y Géminis fueron desplazándose, gradualmente, al territorio de la leyenda urbana. Los científicos que mantenían a millones de personas y lo llevaban a cabo no contactaron de ninguna forma con el resto de la población de humanos, no lo hicieron hasta que se dieron cuenta de su error. Un error que convirtió lo malo en peor.
Fue entonces, la noche del 15 de julio de 2014, el nombre de James Kart apareció en la pantalla de nuestra televisión y su persona, muy diferente en todos los aspectos, nos puso al tanto de lo que había ocurrido. Fue, para nuestra desgracia, como si alguien nos rociara con agua fría durante cinco duros y tensos minutos.
Aparece el joven James en pantalla, tras un fondo real en el que se encuentran otros dos empleados del laboratorio, va vestido con una bata negra, unos pantalones de pana con un color rojo muy llamativo. Sus ojos azules se fijan en la cámara y no pestañea durante diez segundos.
»El experimento ha fallado. No hemos obtenido los resultados deseados. En lugar de ello, lo que sí hemos hecho ha sido desatar una plaga de hombres y mujeres que están dispuestos a morir por carne humana. Los llamamos... herejes. Pero no os preocupéis, la situación está controlada.
Pausa y pienso que yo ya había advertido aquella posibilidad. Me quedé boquiabierto llevando las manos a la cabeza como gesto de sorpresa. Pensé en mi madre, y en todas las demás personas que conociese y que hubieran aceptado Invitación a Géminis. ¿Podría caber la posibilidad de sujetos exentos? ¿O simplemente que no hayan llegado a los puntos? Para qué pensarlo. Para torturarme día a día con los suplementos de la sociedad. Para vivir con aquella estúpida esperanza de encontrar a mi madre en una esquina, sentada, con el rostro manchado y un aspecto desgarrador y triste, implorando el perdón de Dios y pordioseando a toda la gente que pasara por su lado. No y mil veces no. Mi madre estaba muerta, lo había aceptado. Era capaz de vivir con aquello. “Por favor, Jeff, no guardes ninguna esperanza”, me dije. Pero sabía, aunque me costara reconocerlo, que en el fondo de mi corazón existía una lucecilla que velaba por el recuerdo de mi madre día tras día, noche tras noche, tal y como había hecho ella conmigo quince años atrás y durante toda mi vida.
James abre la boca por última vez, suelta un hilillo de voz y se ve incapaz de continuar. El vídeo se apaga y la sociedad queda sentenciada.
«Nos habían cargado el muerto». Mi padre se levantó bruscamente del sofá y en un arrebato de ira le pegó un puñetazo a la televisión y la apagó. Gritó unas palabras realmente confusas que en absoluto entendí y se encerró en su cuarto durante las siguientes horas.
Quizás no sea el tipo perfecto para sobrevivir a una sociedad apocalíptica, pero yo no escogí mi destino.
Son muchos los libros, los dibujos animados, las películas y las miniseries que han intentado contar la historia de lo que sucedió después, pero ninguno acierta. Así que he decidido aclararlo, de una vez por todas.
No era la primera vez que oía hablar del proyecto, claro. Todo el mundo sabía qué era: el experimento que iba a revolucionar el mundo y que, gradualmente, evolucionaría la raza humana hasta convertirla en otra con distintas condiciones. Los antiguos informes habían conseguido un éxito sin precedentes entre muchos de los investigadores, los cuales habían corroborado toda la información y habían dado el visto bueno. Todo aquello lo convertía en el tema de conversación de personas de todas las edades. Al igual que el ansia de conocer más y más sobre él.
Al principio no entendí, ni yo ni nadie, por qué los medios de comunicación concedían tanta importancia a aquella nueva y descabellada idea. Como si los habitantes del planeta Tierra no tuvieran otras preocupaciones. La crisis energética. El catastrófico cambio climático. El hambre, cada vez más generalizada, la pobreza, las múltiples enfermedades nuevas y sin vacuna. Una docena de guerras. Ya se sabe, lo de siempre: «perros y gatos juntos, histeria colectiva». Por lo general, los informativos no interrumpían las comedias de costumbres interactivas, ni las telenovelas, a menos que hubiera sucedido algo muy grave. Como el descubrimiento de un virus asesino o la desaparición de alguna ciudad bajo una nube atómica. Cosas así.
La verdad es que nuestro comportamiento podía tacharse de lógico ya que en un primer momento únicamente anunciaron lo planeado, es decir: el fin; pero sin los medios. Podía tratarse de un campo de pruebas, entrenamientos forzados o incluso drogas. Pero solo habían mencionado su finalidad y lo que constituiría para la humanidad. Un cambio muy radical, sin duda alguna.
La gente, escéptica, no se podía creer que estuvieran invirtiendo millones de euros en una aspiración tan utópica como era aquella. Nunca hicieron pública la cantidad exacta de bienes económicos, pero los cálculos citaban una suma de por lo menos mil millones. Investigaciones, materiales para la creación de nuevas máquinas, dinero para pagar a sujetos reales en los que confirmar un buen funcionamiento sin virus extraños y, claro, satisfacción personal.
Así que la nueva información revelada prendió como una llama en una gasolinera y recorrió todo el mundo en cuestión de minutos. Todas las cadenas de televisión interrumpieron las series que emitían en aquel momento y lanzaron el vídeo de un empleado que expresaba, hasta el más mínimo detalle, de lo que iba a consistir el proyecto del que tanto se había hablado. Al mismo tiempo ya había usuarios por Internet que grababan la televisión y subían en directo el vídeo, con streamings y capturadoras. Pocos minutos después una usuaria de sobrenombre poco importante colgó el vídeo en la máxima definición de audio y resolución de pantalla. Luego muchos otros copiaron su vídeo y lo subieron en el menor tiempo posible, como si se fueran a hacer famosos por ello. Aunque, lo cierto es que sí recibieron considerables visitas al perfil.
En aquel mismo instante estaba a punto de apagar el ordenador y otorgarme el resto del día libre para descansar cuando un inoportuno sonido atornilló mi cabeza. Lo reconocí, era el que tantas otras veces había escuchado acompañado de una publicidad engañosa, la del correo. Aunque compacto, el expresivo asunto captó mi completa atención durante un buen rato. Me rasqué la barbilla pensativo, intentando averiguar qué había detrás de aquel “Ver de inmediato” sin entrar en él, como un reto. Ni siquiera me detuve a conocer el nombre del emisor, no importaba demasiado.
Sumido en mis pensamientos, no me acordé de que el link del aviso desaparecía en diez segundos si no entrabas directamente por él, por lo que tuve que perder unos minutos entrando manualmente al correo.
Un suave trago de saliva fue el primer efecto que provocó mi acierto. El asunto se alargaba hasta leer “el ambicioso proyecto de científicos locos”. Coincido completamente con ambos adjetivos.
El vídeo estaba designado como “Invitación a Géminis”. Géminis era el nombre del proyecto con el que nos habían atosigado tanto tiempo, cosa que se explicaba en él.
Este se inicia con el sonido de las trompetas de los primeros compases de una canción antigua, de la época romana. Indagando un poco más en el tema pude asociarla con sus victorias. Suena durante unos segundos sobre un fondo negro. Se escucha un redoble de tambores de fondo para conmemorar la aparición de un hombre algo decrépito. Una prominente barba adorna su inexpresiva cara, y le da el toque oscuro que le falta al cabello rubio. No es un hombre de cincuenta años, lleno de sabiduría proveniente de un par de carreras universitarias. Es un hombre, quizás con diez años encima más que yo, bien vestido y peinado para que la gente vea en él un tipo elegante. Por su aspecto, pude deducir que era una de esas personas que no dormían bien pensando en si alguien pensaba mal de ellos. Se viste con una bata blanca de médico que le tapa hasta las rodillas, sin ni una mota de polvo en ella. El vaquero desgastado conjunta bastante bien con ella, aunque no sería mi elección para aparecer en un vídeo visto por millones de personas, tampoco se dejaba en ridículo.
Es el prototipo de los jóvenes de entre veinte y treinta años: alto, atlético y guapo. Mi primera impresión fue de molestia. Tantos cuidados y tanto gasto para transmitir un mensaje. De todas formas, la importancia del mensaje no se mediría en absoluto por la carisma y forma del emisor. En mi opinión.
La situación inicial es esta: el joven, mirando profundamente hacia el horizonte, es grabado por una cámara inmóvil de frente. Hace sol, pero el ángulo está previamente colocado y preparado para enfocar su cara. De fondo se puede ver una colina alta, era un poco extraña, como irreal, digamos. Ni me paré a meditar si conocía el lugar en el que se encontraba. Deduje que todo era un montaje, creado por lugares que habían sido escogidos de la red, siendo así ficticios o retocados.
En el ángulo inferior izquierdo de la pantalla aparecen unas líneas que indican el nombre del grupo, el de la canción, la casa discográfica y el año de aparición del tema, como si se tratase de un videoclip emitido en algún canal musical. Pero la ventana del vídeo es tan pequeña que no soy capaz de leer las letras. Qué poco cuidaron el vídeo antes de subirlo.
Entonces, intercambiando miradas con la cámara, imita con sus dedos una tijera y detiene la canción al momento. En ese preciso instante desaparece la colina y todo a su alrededor cambia de pronto, excepto la cámara. Cortando y copiando escenas. No era difícil, hasta yo lo podría hacer con el programa específico y un par de noches entregándome a ello.
Ahora el tipo se encuentra dentro de un laboratorio. Saluda con gesto militar y fija la vista en la cámara. Deduje que trataba de expresar confianza y disciplina. Luego baja la mirada, como distraído o arrepentido, buscando palabras para expresarse a una audiencia que sobrepasaría los límites previstos. Abre su mano, esperando a que ocurra algo, y aparece un pergamino enrollado tan largo que se sale de la cámara. Parece arcaico y escrito con letras desconocidas de una lengua muerta. Él no leía, se limitaba a contar lo que hubo practicado antes de comenzar a grabar. Se le daba bastante bien fingir.
»Estoy presente en este cortometraje para comunicar al mundo la función del llamado Proyecto Géminis—. Sigue leyendo, cada vez más deprisa, pasa sobre varios párrafos de jerga legal hasta que las palabras me llevan a lo interesante del vídeo, al porqué de tantas reproducciones y visitas en tan poco tiempo.
»Permitid que os adelante lo más destacado. Para comenzar, el Proyecto Géminis fue bautizado con ese sobre nombre por varias identidades que lo llevan a cabo. No es un esquema, ni un boceto de un experimento, ni un plan. Es un proyecto que se llevará a cabo durante el próximo mes. El “géminis” es una simple coincidencia, tanto yo como mis compañeros nacimos bajo ese signo zodiacal.
»¿Por qué fue esta idea tan descabellada concebida en nuestras mentes? Pues bien, por unas razones que nos afectan a todos por igual y que hasta un ciego podría darse cuenta de ellas. El mundo está sumido en la más profunda de las crisis que han sido datadas hasta ahora. Los combustibles fósiles, ya casi nulos, escasean y se utilizan de formas irresponsables. El cambio climático es aún más preocupante. ¿Por qué llueve en julio si el proverbio dice “en abril aguas mil”? ¿Por qué nos azota el invierno en las últimas semanas de marzo?
Levantó la vista y observó la cámara con esa mirada que pone uno cuando quiere convencer a alguien y que está dispuesto a lo que sea por conseguirlo. Fue fácil descubrir sus intenciones parando el vídeo y atendiendo concienzudamente a todos los aspectos de su constante expresión facial.
»Pues bien, todos queremos que esto cambie, ¿me equivoco? Fácil y compacto: hemos conseguido potenciar algunos de los cromosomas humanos mediante elementos óxidos en la materia sanguínea de los sujetos.
Su cara decía “¿Me entendéis? Lo he sintetizado mucho para que sea apto para todos los públicos, y me ha costado muy poco hacerlo” adornada con una sonrisa congruente con el pensamiento. Ese comportamiento me sentó como un jarro de agua fría. No era de mi agrado que gente así se considerara más lista que el resto solo por haber estudiado una carrera y creerse el centro de atención.
»Es muy simple a mi modo de ver las cosas. El trabajo lo haremos nosotros, por lo que los sujetos no tendrán ni que mover un dedo. Dicho esto y, con no muchas más cosas que aclarar por el vídeo, doy por abiertas las puertas para todo aquel que quiera probar. Necesitamos gente adulta, con un mínimo de dieciocho años
Abre las manos considerando la oferta, diciendo entre líneas “os trataremos como en vuestra casa”. La mirada ahora expresa confianza, entornando los ojos. Asiente con la cabeza y remata susurrando que es algo muy importante, algo grande que cambiará el curso de la historia. Un punto y aparte. Se tomó muy en serio hasta el último detalle en la puesta en escena del corto. La mirada en cada frase, el trago de saliva en el punto de inflexión. Conocía perfectamente las maneras para dirigirse a un público extenso y era consciente de que aquel vídeo lo verían desde jóvenes hasta ancianos. Deduje que en algún momento de su vida había aprendido oratoria, o por lo menos que sabía algo del tema.
Pasados unos segundos de expectación, se vuelve negro y desaparece el chico. Pensé que se acabaría el vídeo. Me equivoqué al estudiar la nueva escena. Una oficina con diseño rústico es ahora el lugar escogido para continuar. Una gran mesa rectangular es lo primero a lo que se va la vista debido al efecto producido por el barniz y la luz del sol. La resolución es inmejorable, diría que han cambiado la cámara. En este punto juraría que era lo más real del vídeo hasta el momento. Mueve una especie de silla con ruedas, se sienta lentamente procurando no caerse e inca los codos durante unos segundos. La pared derecha, pintada de un naranja oscuro para provocar un efecto más rústico si cabe, está decorada con diplomas. En la parte izquierda se encuentran las ventanas abiertas, dejando fluir el aire para refrescar la habitación.
En frente de él se encuentra unos cuantos objetos menos llamativos, pero que le dan un aspecto cálido de relleno. Una lámpara de bajo consumo apagada que apunta hacia unos documentos desordenados y esparcidos por toda la mesa. James coge uno al azar y continúa con la invitación. Esta vez pude asegurar que a juzgar por el movimiento de sus ojos en torno a las líneas del texto, sí leía.
»Los que vengáis dar por seguro un buen alojamiento y una buena asistencia durante el tiempo que haga falta. En cambio, no volveréis a vuestros hogares hasta terminar con Géminis —“lo cual es lógico” añadió con la mirada.
Pausa dramática. Ese tío me gustaba cada vez más por su forma de hablar, pero al mismo tiempo odiaba sus aires egoístas.
»Estamos investigando un caso erróneo que se da en las personas que comparten el grupo sanguíneo cero negativo. No sabemos el por qué de esto, pero intentaremos solucionarlo. De todas formas, pueden venir igual, pero no estoy apto para confirmaros nada.
Pausa, como buen orador que es, para recitar algo que no está escrito en ninguno de los documentos.
»Para acudir a esta serie de pruebas, hemos formado una cadena de centros, dedicados única y exclusivamente a esto, en todos los núcleos urbanos de todos los países de Europa, América y Asia, exceptuando el país nipón. Esto significa que podéis acudir a la capital de vuestra provincia si estáis interesados.
Al final del vídeo, James incluía un link a la página web oficial del proyecto Géminis, donde se encontraba un enlace al vídeo y la explicación más detallada en letra, así como mapas y localizaciones de cientos de empresas repartidas por todas las provincias de medio mundo. Poco después me daría cuenta de que ese hombre llevaba los planes en Internet y atendía personalmente los comentarios, aunque eso era solo la teoría, porque en la práctica no había visto ni una respuesta suya. Me resultó bastante extraño que ya hubiera medio millón de usuarios registrados en ella, como si tuvieran acceso a más información por tener cuenta. A pesar de todo, la página no estaba muy trabajada ni decorada. Tampoco era necesario.
“Así va el mundo”, aventuré a decir cuando acabó el vídeo.
Lo cerré y eliminé el correo, no necesitaba ese vídeo, sabía que lo vería muchas más veces en la televisión, incluso por la radio. Estaba más que seguro de que nadie iba a aceptar la Invitación a Géminis, sería de locos.
Pero me equivocaba.
Transcurrió una semana. Una semana caótica en la que los minutos parecían horas, las horas días y los días semanas. Para mí transcurrieron casi dos meses en ese corto plazo de confusión. El mundo tardó en derrumbarse por completo una semana. Dios creó el mundo en siete días, bueno, se tomó uno para descansar; nosotros lo destruimos en el mismo tiempo. O, mejor dicho, lo terminamos por destruir en el mismo tiempo.
Quizás exagero un poco, pero es que me sentí muy mal en aquel momento. A lo mejor fue por mi inútil existencia. Éramos tan frágiles y débiles que cualquiera podía aparecer en un vídeo con un mínimo de poder de convencimiento, un par de pensamientos utópicos y una cara bonita para plantar una pequeña semilla en nuestras mentes y dejar al tiempo el resto.
Nueve de cada diez personas aceptaron la Invitación a Géminis y participaron en el experimento. Mi madre también fue.
Esa semana fue horrible, entre exámenes de final de curso (que la mitad se cancelaron por falta de personal docente), discusiones en casa entre mis padres para decidir el futuro de la familia y tantas noticias devastadoras en la televisión. Cumplí los dieciséis años, fue el único motivo por el que mi madre aguardó tanto tiempo sin irse de casa. Días después tomó un avión hacia Madrid y la perdimos para siempre.
Aquel día fue horrible para mí. Me metí en la ducha y lloré desconsoladamente mientras el agua aguijoneaba mi espalda. Nunca me había sentido tan apesadumbrado como entonces, ni siquiera con la muerte de mis abuelos. ¿Se nota que cuando se fue la di por muerta? Consideré que una parte de mí se había ido con ella. Para siempre.
Que yo recuerde, el planeta Tierra nunca estuvo en peor estado que en la primera semana de julio. La pobreza, un tema muy interesante que azotaba a casi toda la población, estaba en su máximo auge, provocando la muerte de miles de personas. Los que tenían algún bien económico, se lo fundían en el viaje hacia los puntos designados por James. Estos habían dejado su trabajo, reduciendo a un mínimo preocupante la producción de comida.
Mi padre tuvo suerte en este punto. Siendo trabajador de una creciente y prometedora empresa que permitía a sus usuarios entrar en la red desde cualquier parte y en cualquier momento. También fue útil para mí: conectarme con mi teléfono vía Internet era uno de los pequeños caprichos que me permitía en aquellos tiempos. Me servía para matar el tiempo y pasar un buen rato, poco a poco se fue convirtiendo en rutina. Después lo utilicé como terapia para las depresiones.
La escasez de víveres, quizás lo peor y más importante, ya no había agricultores, ni pescadores, ni granjeros, ni nadie que trabajase para producir comida. Fue como una vuelta al pasado, a nuestros orígenes, mi padre compró animales para criarlos en nuestra gran finca, pero no salió del todo bien la operación y terminamos por comprar mucha fruta justo al recibir toda aquella información. Fuimos precavidos.
Nació una nueva subcultura, aunque en foros la llamasen secta, la palabra correcta era subcultura. Los herejes, todos los que hasta el momento tenían las cartas para formar la nueva especie eran denominados por ese nombre. En los foros con más usuarios registrados también se notó una escandalosa pérdida de actividad, casi todos los odiaban por motivos de envida o rabia. Conocer a alguien de mucho tiempo y que de repente te cambie por salvar el culo, quieras que no, da rabia. Pero, la verdad estaba oculta detrás de todos ellos, cada vez desaparecían más personas registradas y todos sabían que se habían convertido en herejes.
Transcurrió una semana más.
Empezamos a perder todo rastro sobre nuestros familiares y colegas herejes. La gente empezó a dar por supuesto que aquello era solo la estafa excéntrica de unos locos millonarios. Otros opinaban que, aunque el proyecto y la formación funcionasen, el mundo ya no estaría allí para conceder una segunda oportunidad. Entretanto, yo seguí aprendiendo y creciendo como un chico normal en un ambiente extraño.
Invitación a Géminis y Géminis fueron desplazándose, gradualmente, al territorio de la leyenda urbana. Los científicos que mantenían a millones de personas y lo llevaban a cabo no contactaron de ninguna forma con el resto de la población de humanos, no lo hicieron hasta que se dieron cuenta de su error. Un error que convirtió lo malo en peor.
Fue entonces, la noche del 15 de julio de 2014, el nombre de James Kart apareció en la pantalla de nuestra televisión y su persona, muy diferente en todos los aspectos, nos puso al tanto de lo que había ocurrido. Fue, para nuestra desgracia, como si alguien nos rociara con agua fría durante cinco duros y tensos minutos.
Aparece el joven James en pantalla, tras un fondo real en el que se encuentran otros dos empleados del laboratorio, va vestido con una bata negra, unos pantalones de pana con un color rojo muy llamativo. Sus ojos azules se fijan en la cámara y no pestañea durante diez segundos.
»El experimento ha fallado. No hemos obtenido los resultados deseados. En lugar de ello, lo que sí hemos hecho ha sido desatar una plaga de hombres y mujeres que están dispuestos a morir por carne humana. Los llamamos... herejes. Pero no os preocupéis, la situación está controlada.
Pausa y pienso que yo ya había advertido aquella posibilidad. Me quedé boquiabierto llevando las manos a la cabeza como gesto de sorpresa. Pensé en mi madre, y en todas las demás personas que conociese y que hubieran aceptado Invitación a Géminis. ¿Podría caber la posibilidad de sujetos exentos? ¿O simplemente que no hayan llegado a los puntos? Para qué pensarlo. Para torturarme día a día con los suplementos de la sociedad. Para vivir con aquella estúpida esperanza de encontrar a mi madre en una esquina, sentada, con el rostro manchado y un aspecto desgarrador y triste, implorando el perdón de Dios y pordioseando a toda la gente que pasara por su lado. No y mil veces no. Mi madre estaba muerta, lo había aceptado. Era capaz de vivir con aquello. “Por favor, Jeff, no guardes ninguna esperanza”, me dije. Pero sabía, aunque me costara reconocerlo, que en el fondo de mi corazón existía una lucecilla que velaba por el recuerdo de mi madre día tras día, noche tras noche, tal y como había hecho ella conmigo quince años atrás y durante toda mi vida.
James abre la boca por última vez, suelta un hilillo de voz y se ve incapaz de continuar. El vídeo se apaga y la sociedad queda sentenciada.
«Nos habían cargado el muerto». Mi padre se levantó bruscamente del sofá y en un arrebato de ira le pegó un puñetazo a la televisión y la apagó. Gritó unas palabras realmente confusas que en absoluto entendí y se encerró en su cuarto durante las siguientes horas.
Quizás no sea el tipo perfecto para sobrevivir a una sociedad apocalíptica, pero yo no escogí mi destino.
Son muchos los libros, los dibujos animados, las películas y las miniseries que han intentado contar la historia de lo que sucedió después, pero ninguno acierta. Así que he decidido aclararlo, de una vez por todas.
Cap. 1:
Spoiler: Mostrar
El portazo que dio mi padre al salir de la estancia me devolvió a la realidad como sacado de un trance instantáneo, de estos en los que entras durante unos segundos y te quedas varado mirando a un punto fijo. En un acto inconsciente, me levanté y volví a encender la televisión con la esperanza de recibir más noticias sobre los herejes, sin embargo, en pantalla solo apareció un hombre adulto presentando el telediario y comentando otras pequeñeces en comparación con el proyecto.
Me recosté en el sofá y me evadí de la realidad escuchando la profunda voz del señor hablando sobre unas trivialidades que no le importaban ni a él mismo. Que si cerraban un par de mercadillos allá, que si moría un torero por aquí...
Intenté ordenar mis pensamientos y hablar conmigo mismo llevándome las manos a la cabeza y echándome hacia delante. En un principio no quería creerme que realmente había herejes sueltos por las ciudades. Sonaba todo tan poco convincente en el vídeo que si no fuera cierto lo del movimiento masivo de personas a las capitales no me lo creería. Además, estaba mi madre allí. Si hubiera ocurrido algo fuera de norma o algún contratiempo, nos lo habría dicho inmediatamente. Y daba rabia eso. Una ira se apoderaba poco a poco de todo mi cuerpo al sacar conclusiones inapropiadas. Preguntas afiladas como cuchillas se clavaban en mi mente.
¿Y si era cierto?
Aquellas cuatro palabras volaban haciendo círculos alrededor de mi cabeza. Pasaban por delante de mis ojos apremiando una respuesta simple y rápida. Parecía un rompecabezas macabro creado por un profesor de universidad aburrido de pasar horas muertas. Poco a poco fui encajando algunas piezas del puzzle, respondiendo pequeñas incógnitas con pequeñas explicaciones.
Todo surgió de una necesidad. La necesidad de supervivencia, como en tantas otras épocas del ciclo temporal. Pero en este caso se antojaba mucho más superficial. ¿Para qué buscar una solución pudiendo crearla? Allí estaba el quid de la cuestión. “Crear soluciones” fue lo que consiguieron o intentaron los investigadores. Entrar en un laberinto y cortar por lo sano, atajando, destruyendo y creando un camino directo hacia la salida, en vez de romperse la cabeza tanteando los múltiples caminos creados por la naturaleza. ¿Y si quizás no existieran esos caminos? Es decir, ¿y si ya lo habían intentado por otros medios menos peligrosos?
Dejé de darle vueltas al tema. ¿Tanta importancia tenía? Cogí mi móvil del bolsillo y accedí rápidamente a los vídeos del científico para repasar sus últimas palabras. “Hemos soltado una plaga”, “tenemos todo controlado”. Me formulé otra pregunta. ¿En serio lo tenían controlado o era solo para retrasar la desesperación de la humanidad?
Pero, como si me hubiera escuchado, el hombre de la televisión pasó página, cambió tema y respondió a mi pregunta. “Nos informan de que los llamados “herejes” siembran el pánico en Madrid”, dijo con un gesto de amargura en la cara. “Por suerte, podemos confirmarlo con esta grabación.”
Al instante apareció en pantalla lo que era un vídeo casero grabado por un estudiante universitario en el que, aparte de que no se entendía nada de lo que decía, se veía todo un poco borroso. De todas formas, se podía apreciar un cúmulo de personas gritando y escapando en la misma dirección perseguidas por lo que vienen siendo más personas. A primera vista no se podía ver mucha diferencia, pero cuando las enfocó pude notar que estaban a tres cabezas de altura del resto, así como con un cuerpo proporcional. Gritaban y estiraban los brazos para alcanzar a los rezagados y comérselos. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver el rastro de sangre y destrucción que dejaban a su paso.
“Esto ha sido todo por hoy, buenos días” terminó el tipo encargado de despedir el telediario. Luego anunciaron una serie de zombis y demás productos durante unas interminables horas. Me fui de la habitación y, aprovechando la ausencia de mi padre, me dirigí al dormitorio de mi madre.
Ellos dormían separados algunas noches, es más, aquel año creo recordar que solo se habían acostado juntos el día de su aniversario de bodas. Y eso que era mi madre la que no quería dormir con él Dios sabe por qué. Sus pertenencias también estaban separadas en las habitaciones, y eso era lo que me interesaba buscar en aquel momento a mí. El diario de mi madre. Era conocedor de que escribía notas desde que, por lo menos, yo había vuelto de mis vacaciones veraniegas del año anterior.
Apresurado y omitiendo al hombre de la televisión, introduje la mano en uno de los cajones de la mesilla verde del salón, justo debajo de ella, para coger las llaves del dormitorio de mi madre. Allí estaban, entre un par de tarjetas de memoria, móviles viejos en desuso y, eso sí, miles de cables sabe Dios con qué utilidades. Lo cerré procurando no hacer ruido aunque, de todas formas, nadie me oiría. Después salí de la estancia con paso firme y decidido al pasillo.
Mi casa es gran cosa, he de decir. El salón, en el que solíamos ver la televisión y pasar el rato en familia con juegos de mesa o naipes, podría decirse que está en la parte central del edificio. Bueno, para empezar decir que tiene dos pisos; mi habitación ―compartida con mi hermana― y una sala tipo almacén o sótano en el de arriba, y los dormitorios de mis padres, dos baños, el salón y la cocina. Unas escaleras color azabache unían las dos plantas. Desde que se había ido mi hermana, mi habitación había estado a mi total disposición, convirtiéndose así en una sala de videojuegos muy bizarra. Total, que cuando se fue mi madre, la casa fue desmejorando poco a poco. Entre que mi padre estaba “ocupado” y yo apenas cuidaba mi parte, en el momento de buscar el diario se podría decir que aquella era la única parte de la casa ordenada.
Seguí el pasillo y me giré a la derecha. A unos pasos de mi se encontraba mi padre, detrás de la puerta, tirado en su cama leyendo alguna revista o llamando a sus “contactos”. Metí las llaves, abrí el pestillo y entré. A diferencia del resto de la casa, aquella era la única habitación que estaba igual que cuando mi madre aún vivía en casa. Su cama, bajo unas sábanas blancas, permanecía hecha. A su lado estaba la pequeña mesilla en la que guardaba sus objetos importantes, como era el diario, y una novela para las noches. Cinco minutos después, tras buscar y rebuscar por entre aquella maraña de objetos, encontré el diario.
No veía la hora de abrirlo, por lo que, a lo mejor destruyendo el patrimonio familiar, me acosté en la cama de mi madre sin reparo y levanté la portada. Sus letras estaban muy juntas y eran muy pequeñas y minuciosas, apenas existían espacios entre las palabras, y tenían ese estilo particular que tantas veces había visto tintar de los bolígrafos de mi madre. Lo mejor de todo fue que en las páginas estaban fechadas y seguían un orden normal. Perfecta armonía, lo llamaría ella con su voz más dulce y poética.
1 de julio.
“He empezado a escribirte porque cada vez me siento más alejada del mundo exterior”
Querido diario:
Me llamo Diana. Lo sé, la de “naturaleza divina”. Cuando era adolescente tenía una pasión un tanto extraña sobre la proveniencia de los nombres. Pero qué. Pero qué más da eso ahora.
Estamos en una época veraniega demasiado calurosa. Esto viene a cuento de que mis dos hijos, Jeff y Soraya, disfrutan de la playa todas las tardes; mi otro componente familiar, Dave, se limita a viajar por ciudades distribuyendo propaganda y solucionando problemas de red.
Me siento una autómata, y no me gusta. Cierto es que siempre declino las ofertas de mis hijos de llevarme con ellos, porque no me gustaría entorpecer sus tardes juntos. Estoy muy alegre por ambos respecto a su vida escolar, Jeff ha sacado notas casi sobresalientes y Soraya encuaderna su expediente con una no muy pequeña lista de matrículas.
Lo peor está por llegar, sin duda. La chica se hace mayor y se va a Japón en busca de trabajo y el chico se apunta a un campamento de verano que dura un mes.
A medida que iba leyendo no pude esconder el sentimiento de dejadez y pesadumbre que compartía mi madre. Cada palabra cargaba con un tono desganado y jocoso el peso que mi madre había llevado a cuestas todo el día.
Escrito así, parecía que la vida de mi madre fuera un simple aspavientos que gira y gira sin cambiar de dirección. Pero es que en realidad lo era. Me sorprendí a mí mismo al sacar esta conclusión y aparté la vista observando el horizonte por la ventana. Observé unas aves volar, unidas y despreocupadas, surcando los cielos. Sacudí la cabeza y me centré en lo que estaba haciendo. Pero poco tardó un imprevisto en entorpecer y obligarme a cambiar mis planes.
Mi padre golpeó la puerta desde fuera e interrumpió mi lectura de la siguiente página de lo poco que quedaba de la vida de mi madre. Me lo guardé rápidamente en el bolsillo trasero con miedo a que, de un momento a otro, el tipo entrara hecho un fiera y me viera con él entre las manos. Luego me levanté y alisé un poco la cama para borrar cualquier rastro de mi presencia. No conté con un detalle: mi padre. El hombretón se plantó frente a mí y me miró a los ojos buscando explicaciones. No las encontró.
Una de mis virtudes inapreciables era la manipulación de los gestos faciales al relacionarme. Era capaz de no mostrar sentimientos, por lo menos en cierta medida y con ciertas personas. De todas formas, cuando algo salía mal, no dudaba en hacerme el distraído y mirar al horizonte. Cada uno tiene sus puntos débiles y sus fuertes, supongo. Aquel era mi fuerte.
El caso es que tras cinco segundos vocalizó lo que ambos tuvimos en mente desde que había entrado en el dormitorio y, con su vozarrón de árbol muerto ―cosa que, por desgracia, había heredado―, me lo hizo saber casi escupiendo en la cara.
―¿Qué coño haces en el dormitorio de tu madre? ―Parecía que le iba a estallar una espinilla de la frente a causa de la rabia que llevaba encima.
―No es motivo para ponerse así. Tan solo venía a coger su pulsera. Ya sabes, mamá y Soraya guardaban las joyerías en el cajón de esa mesilla ―mentí señalando el mueble en el que hacía varios minutos estaba escondido el diario. Mis ojos recorrían de arriba a abajo el cuerpo de mi padre, como si realmente estuviera valorando las posibilidades de enfrentarme a él.
―¿En serio? Nunca he visto a tu hermana con pijadas así, pensé que ella era más... rústica, por así decirlo ―comentó, un poco más calmado, intentando descubrir la verdad.
―Claro, tú no sabes una puta mierda de tu hija porque hace años que no hablas con ella ―estuve a punto de decir, enfadado con él. En cambio, bajé la vista y callé, haciéndome el resignado. Total, de poco servía conversar con mi padre.
Para que os hagáis a la idea de a qué me refiero me retornare al año anterior, cuando la familia vivía al completo en casa. Por aquel entonces mi relación como mi hermana era infinitamente óptima, siempre juntos: como si fuéramos pareja. Mi madre, sin embargo, apenas salía de casa con nosotros (y eso que insistíamos mucho). El caso es que mi padre se pasaba por casa una vez al mes, y parecía que pisar el felpudo le volvía más estúpido. Cuando hablabas con él sentías como si estuvieras hablando con una máquina programada. Cosa que nosotros notábamos más porque al pobre le importaba demasiado poco la familia como para preguntarnos que qué tal nos va la vida, u otras camaraderías que cuentan los padres a sus hijos. En fin, que cuando le daba por hablar, hablaba de trivialidades súper estúpidas y nos contaba “historiacas” ―así las definía él― que le ocurrían durante sus viajes de aquí a allá. Cada una más aburrida que la anterior.
Cuando quiso seguir hablando, me adelanté y pasé por su lado sin tocarlo, saliendo de la habitación. Engulló sus palabras y, el muy bruto, me sujetó por la espalda y me espetó al oído sin cuidado.
―¡Eh! ―Noté como si en aquel momento estuviera tomando una dura decisión por sus gestos ―. Mañana nos vamos, prepárate.
―¿Adónde? ―pregunté omitiendo su brusquedad, interesado.
―Improvisaré —respondió pensativo, llevándose la mano a la barbilla.
Me llevé las manos a la cara para ahorrarme mis siguientes palabras, a lo que mi padre entendió por una mala idea. Me apartó de su camino apoyando su mano en mi pecho y echó a andar lentamente mientras decía:
―Aunque lo más seguro es que vayamos a Santiago.
Me recosté en el sofá y me evadí de la realidad escuchando la profunda voz del señor hablando sobre unas trivialidades que no le importaban ni a él mismo. Que si cerraban un par de mercadillos allá, que si moría un torero por aquí...
Intenté ordenar mis pensamientos y hablar conmigo mismo llevándome las manos a la cabeza y echándome hacia delante. En un principio no quería creerme que realmente había herejes sueltos por las ciudades. Sonaba todo tan poco convincente en el vídeo que si no fuera cierto lo del movimiento masivo de personas a las capitales no me lo creería. Además, estaba mi madre allí. Si hubiera ocurrido algo fuera de norma o algún contratiempo, nos lo habría dicho inmediatamente. Y daba rabia eso. Una ira se apoderaba poco a poco de todo mi cuerpo al sacar conclusiones inapropiadas. Preguntas afiladas como cuchillas se clavaban en mi mente.
¿Y si era cierto?
Aquellas cuatro palabras volaban haciendo círculos alrededor de mi cabeza. Pasaban por delante de mis ojos apremiando una respuesta simple y rápida. Parecía un rompecabezas macabro creado por un profesor de universidad aburrido de pasar horas muertas. Poco a poco fui encajando algunas piezas del puzzle, respondiendo pequeñas incógnitas con pequeñas explicaciones.
Todo surgió de una necesidad. La necesidad de supervivencia, como en tantas otras épocas del ciclo temporal. Pero en este caso se antojaba mucho más superficial. ¿Para qué buscar una solución pudiendo crearla? Allí estaba el quid de la cuestión. “Crear soluciones” fue lo que consiguieron o intentaron los investigadores. Entrar en un laberinto y cortar por lo sano, atajando, destruyendo y creando un camino directo hacia la salida, en vez de romperse la cabeza tanteando los múltiples caminos creados por la naturaleza. ¿Y si quizás no existieran esos caminos? Es decir, ¿y si ya lo habían intentado por otros medios menos peligrosos?
Dejé de darle vueltas al tema. ¿Tanta importancia tenía? Cogí mi móvil del bolsillo y accedí rápidamente a los vídeos del científico para repasar sus últimas palabras. “Hemos soltado una plaga”, “tenemos todo controlado”. Me formulé otra pregunta. ¿En serio lo tenían controlado o era solo para retrasar la desesperación de la humanidad?
Pero, como si me hubiera escuchado, el hombre de la televisión pasó página, cambió tema y respondió a mi pregunta. “Nos informan de que los llamados “herejes” siembran el pánico en Madrid”, dijo con un gesto de amargura en la cara. “Por suerte, podemos confirmarlo con esta grabación.”
Al instante apareció en pantalla lo que era un vídeo casero grabado por un estudiante universitario en el que, aparte de que no se entendía nada de lo que decía, se veía todo un poco borroso. De todas formas, se podía apreciar un cúmulo de personas gritando y escapando en la misma dirección perseguidas por lo que vienen siendo más personas. A primera vista no se podía ver mucha diferencia, pero cuando las enfocó pude notar que estaban a tres cabezas de altura del resto, así como con un cuerpo proporcional. Gritaban y estiraban los brazos para alcanzar a los rezagados y comérselos. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver el rastro de sangre y destrucción que dejaban a su paso.
“Esto ha sido todo por hoy, buenos días” terminó el tipo encargado de despedir el telediario. Luego anunciaron una serie de zombis y demás productos durante unas interminables horas. Me fui de la habitación y, aprovechando la ausencia de mi padre, me dirigí al dormitorio de mi madre.
Ellos dormían separados algunas noches, es más, aquel año creo recordar que solo se habían acostado juntos el día de su aniversario de bodas. Y eso que era mi madre la que no quería dormir con él Dios sabe por qué. Sus pertenencias también estaban separadas en las habitaciones, y eso era lo que me interesaba buscar en aquel momento a mí. El diario de mi madre. Era conocedor de que escribía notas desde que, por lo menos, yo había vuelto de mis vacaciones veraniegas del año anterior.
Apresurado y omitiendo al hombre de la televisión, introduje la mano en uno de los cajones de la mesilla verde del salón, justo debajo de ella, para coger las llaves del dormitorio de mi madre. Allí estaban, entre un par de tarjetas de memoria, móviles viejos en desuso y, eso sí, miles de cables sabe Dios con qué utilidades. Lo cerré procurando no hacer ruido aunque, de todas formas, nadie me oiría. Después salí de la estancia con paso firme y decidido al pasillo.
Mi casa es gran cosa, he de decir. El salón, en el que solíamos ver la televisión y pasar el rato en familia con juegos de mesa o naipes, podría decirse que está en la parte central del edificio. Bueno, para empezar decir que tiene dos pisos; mi habitación ―compartida con mi hermana― y una sala tipo almacén o sótano en el de arriba, y los dormitorios de mis padres, dos baños, el salón y la cocina. Unas escaleras color azabache unían las dos plantas. Desde que se había ido mi hermana, mi habitación había estado a mi total disposición, convirtiéndose así en una sala de videojuegos muy bizarra. Total, que cuando se fue mi madre, la casa fue desmejorando poco a poco. Entre que mi padre estaba “ocupado” y yo apenas cuidaba mi parte, en el momento de buscar el diario se podría decir que aquella era la única parte de la casa ordenada.
Seguí el pasillo y me giré a la derecha. A unos pasos de mi se encontraba mi padre, detrás de la puerta, tirado en su cama leyendo alguna revista o llamando a sus “contactos”. Metí las llaves, abrí el pestillo y entré. A diferencia del resto de la casa, aquella era la única habitación que estaba igual que cuando mi madre aún vivía en casa. Su cama, bajo unas sábanas blancas, permanecía hecha. A su lado estaba la pequeña mesilla en la que guardaba sus objetos importantes, como era el diario, y una novela para las noches. Cinco minutos después, tras buscar y rebuscar por entre aquella maraña de objetos, encontré el diario.
No veía la hora de abrirlo, por lo que, a lo mejor destruyendo el patrimonio familiar, me acosté en la cama de mi madre sin reparo y levanté la portada. Sus letras estaban muy juntas y eran muy pequeñas y minuciosas, apenas existían espacios entre las palabras, y tenían ese estilo particular que tantas veces había visto tintar de los bolígrafos de mi madre. Lo mejor de todo fue que en las páginas estaban fechadas y seguían un orden normal. Perfecta armonía, lo llamaría ella con su voz más dulce y poética.
1 de julio.
“He empezado a escribirte porque cada vez me siento más alejada del mundo exterior”
Querido diario:
Me llamo Diana. Lo sé, la de “naturaleza divina”. Cuando era adolescente tenía una pasión un tanto extraña sobre la proveniencia de los nombres. Pero qué. Pero qué más da eso ahora.
Estamos en una época veraniega demasiado calurosa. Esto viene a cuento de que mis dos hijos, Jeff y Soraya, disfrutan de la playa todas las tardes; mi otro componente familiar, Dave, se limita a viajar por ciudades distribuyendo propaganda y solucionando problemas de red.
Me siento una autómata, y no me gusta. Cierto es que siempre declino las ofertas de mis hijos de llevarme con ellos, porque no me gustaría entorpecer sus tardes juntos. Estoy muy alegre por ambos respecto a su vida escolar, Jeff ha sacado notas casi sobresalientes y Soraya encuaderna su expediente con una no muy pequeña lista de matrículas.
Lo peor está por llegar, sin duda. La chica se hace mayor y se va a Japón en busca de trabajo y el chico se apunta a un campamento de verano que dura un mes.
A medida que iba leyendo no pude esconder el sentimiento de dejadez y pesadumbre que compartía mi madre. Cada palabra cargaba con un tono desganado y jocoso el peso que mi madre había llevado a cuestas todo el día.
Escrito así, parecía que la vida de mi madre fuera un simple aspavientos que gira y gira sin cambiar de dirección. Pero es que en realidad lo era. Me sorprendí a mí mismo al sacar esta conclusión y aparté la vista observando el horizonte por la ventana. Observé unas aves volar, unidas y despreocupadas, surcando los cielos. Sacudí la cabeza y me centré en lo que estaba haciendo. Pero poco tardó un imprevisto en entorpecer y obligarme a cambiar mis planes.
Mi padre golpeó la puerta desde fuera e interrumpió mi lectura de la siguiente página de lo poco que quedaba de la vida de mi madre. Me lo guardé rápidamente en el bolsillo trasero con miedo a que, de un momento a otro, el tipo entrara hecho un fiera y me viera con él entre las manos. Luego me levanté y alisé un poco la cama para borrar cualquier rastro de mi presencia. No conté con un detalle: mi padre. El hombretón se plantó frente a mí y me miró a los ojos buscando explicaciones. No las encontró.
Una de mis virtudes inapreciables era la manipulación de los gestos faciales al relacionarme. Era capaz de no mostrar sentimientos, por lo menos en cierta medida y con ciertas personas. De todas formas, cuando algo salía mal, no dudaba en hacerme el distraído y mirar al horizonte. Cada uno tiene sus puntos débiles y sus fuertes, supongo. Aquel era mi fuerte.
El caso es que tras cinco segundos vocalizó lo que ambos tuvimos en mente desde que había entrado en el dormitorio y, con su vozarrón de árbol muerto ―cosa que, por desgracia, había heredado―, me lo hizo saber casi escupiendo en la cara.
―¿Qué coño haces en el dormitorio de tu madre? ―Parecía que le iba a estallar una espinilla de la frente a causa de la rabia que llevaba encima.
―No es motivo para ponerse así. Tan solo venía a coger su pulsera. Ya sabes, mamá y Soraya guardaban las joyerías en el cajón de esa mesilla ―mentí señalando el mueble en el que hacía varios minutos estaba escondido el diario. Mis ojos recorrían de arriba a abajo el cuerpo de mi padre, como si realmente estuviera valorando las posibilidades de enfrentarme a él.
―¿En serio? Nunca he visto a tu hermana con pijadas así, pensé que ella era más... rústica, por así decirlo ―comentó, un poco más calmado, intentando descubrir la verdad.
―Claro, tú no sabes una puta mierda de tu hija porque hace años que no hablas con ella ―estuve a punto de decir, enfadado con él. En cambio, bajé la vista y callé, haciéndome el resignado. Total, de poco servía conversar con mi padre.
Para que os hagáis a la idea de a qué me refiero me retornare al año anterior, cuando la familia vivía al completo en casa. Por aquel entonces mi relación como mi hermana era infinitamente óptima, siempre juntos: como si fuéramos pareja. Mi madre, sin embargo, apenas salía de casa con nosotros (y eso que insistíamos mucho). El caso es que mi padre se pasaba por casa una vez al mes, y parecía que pisar el felpudo le volvía más estúpido. Cuando hablabas con él sentías como si estuvieras hablando con una máquina programada. Cosa que nosotros notábamos más porque al pobre le importaba demasiado poco la familia como para preguntarnos que qué tal nos va la vida, u otras camaraderías que cuentan los padres a sus hijos. En fin, que cuando le daba por hablar, hablaba de trivialidades súper estúpidas y nos contaba “historiacas” ―así las definía él― que le ocurrían durante sus viajes de aquí a allá. Cada una más aburrida que la anterior.
Cuando quiso seguir hablando, me adelanté y pasé por su lado sin tocarlo, saliendo de la habitación. Engulló sus palabras y, el muy bruto, me sujetó por la espalda y me espetó al oído sin cuidado.
―¡Eh! ―Noté como si en aquel momento estuviera tomando una dura decisión por sus gestos ―. Mañana nos vamos, prepárate.
―¿Adónde? ―pregunté omitiendo su brusquedad, interesado.
―Improvisaré —respondió pensativo, llevándose la mano a la barbilla.
Me llevé las manos a la cara para ahorrarme mis siguientes palabras, a lo que mi padre entendió por una mala idea. Me apartó de su camino apoyando su mano en mi pecho y echó a andar lentamente mientras decía:
―Aunque lo más seguro es que vayamos a Santiago.