La linterna que le da a Hikaru su hermana es la que tiene de objeto personal en su ficha. No he especificado como la tiene, así que he jugado un poquito con esto. Espero que no importe.
Rebecca me respondió que eso que sentía era mi Llave Espada y que si pensaba en ella podría invocarla. Me recomendó que fuera con mi familia ya que podría ser la última vez que la viera, y que me esperaba en el bosque que estaba antes de la mansión. Además iríamos en algo llamado nave Gumi que era propiedad de Simon. Era una buena oportunidad para pedirle disculpas más formales. Por último, me advirtió que no revelara nada a nadie sobre esto. Eso no era ningún problema, soy bueno guardando secretos, aunque a veces preferiría no conocer algunos. Rebecca saltó de la torre sobre uno de los tejados que había algo más abajo y se movía como si fuera un gato por ellos. Una persona normal que hiciera eso, seguramente acabaría con sus restos espachurrados contra el suelo. Por lo que aquella chica no era débil como su aspecto físico sugería. Me dirigí a mi casa pensando en alguna buena excusa. ¿Qué podría decirles? Era un buen estudiante, no sacaba nuevcs y dieces, pero solía mantener un buen balance de notables. Podría inventarme que me han dado una beca en un instituto lejos de la ciudad. Llegué a mi casa cuando se puso el sol, y mi madre ya había preparado la cena.
—Hijo mío, ¿dónde has estado todo este tiempo? Es la hora de cenar.— Dijo su madre con su dulce voz.
—Esto... Mamá, papá. He de deciros algo importante.—
—¿Y qué es eso tan importante que tienes que decirnos?— Dijo la voz seria de su padre desde el salón.
Fui con mi madre al salón, y allí estaban mi padre y mi hermana. Estaban comiendo un delicioso plato de sopa. Olía muy bien, ¿sería la última vez que olería aquella sopa? Sólo el tiempo lo diría. Ya en el salón, les dije a mis padres:
—Veréis, es que me he han ofrecido una beca en otro instituto que está lejos de Villa Crepúsculo. La profesora que me lo ha comentado, me ha dicho que tengo aptitudes necesarias para ser un alumno de sobresaliente, pero que debo de explotar mis capacidades. Y eso es lo que me van a enseñar allí... ¿Puedo ir?— Supliqué con cara de cachorrillo.
Mis padres murmuraron entre ellos y me hablaron.
—Hijo mío, mientes muy mal.— Dijo mi madre—. ¿Por qué no nos dices la verdad?—
—Lo siento mamá— le respondí—. Pero me han prohibido decir a donde voy por que podría meter, no solo a ellos, sino a mí mismo también en problemas. Además, quiero ir. Por que a donde voy me enseñarán muchas cosas que me serán útiles para poder ayudar a la gente sin ganarme estas cicatrices— dije mientras señalaba las cicatrices de mi cara.
Volvieron a murmurar, y esta vez, ambos asintieron con la cabeza.
—Supongo que... no hay otra opción. Sabíamos que llegaría el día en el que te tuvieras que ir, aunque no esperábamos que fuera tan pronto. Sólo tienes trece años...— mi madre suspiró y le salieron lágrimas de sus ojos. Vino a abrazarme y sentí su cálido cuerpo contra el mío.
Mi padre asintió con la cabeza y mi hermana también lloraba. Cuando mi madre dejó de abrazarme, me dijo que cogiera algo de ropa para cambiarme, cosa que por supuesto iba a hacer. Me dirigí a mi cuarto y cuando estuve allí, oí la puerta del cuarto de mi hermana cerrarse. Cogí una maleta no muy grande que usaba cuando nos íbamos de excursión a otros sitios lejos de Villa Crepúsculo en el colegio. Abrí la maleta y cogí cinco pares de calcetines, los mismos de calzoncillos y de pantalones con camisetas. Cuando salí de mi habitación, mi hermana estaba esperándome delante de la puerta.
—Hermano, ten, es para ti...— me dijo con un ligero rubor. Me dio una linterna de color rosa que me resultaba muy familiar.
—Hermana... ¿no es esta la linterna que...?— Pero ella me interrumpió.
—¿Que me regalaste por mi cumpleaños? Sí. Te vas lejos, así que... me gustaría que por lo menos tuvieras un recuerdo mío...— dijo algo nerviosa—. Si alguna vez, te sintieras atrapado por la oscuridad... usa la linterna, y piensa que por muy lejos que estemos... nuestros corazones siempre estarán juntos.— Dicho eso, bajó la cabeza como si se sintiera avergonzada de lo que había dicho.
Entonces, yo tampoco pude contener las lágrimas y le di un abrazo. Pero no fue todo lo largo que desearía, pues me acordé de que tenía que ir al bosque. Me despedí de mis padres antes de salir por última vez por la puerta de mi casa. Iba caminando por las oscuras calles de la ciudad, pero no podía evitar echar una mirada hacia mi casa. El estómago me rugió, debería haber cenado con ellos al menos. Llegué al bosque y allí vi, todavía con lágrimas en los ojos, a la Maestra Rebecca y a Simon.