Spoiler: Mostrar
El mar estaba en calma, las olas arrullaban suavemente la costa, las gaviotas cantaban (o, mejor dicho, farfullaban con ese gorgoje tan espantoso suyo) y el tiempo no podía ser más espléndido. ¿Qué más podía pedir el joven Flynn para su escapada? Absolutamente nada.
A pesar de que en las islas en rara ocasión nublaba o hacía tormenta, la racha de días buenos era insuperable. Casi parecía que el destino aseguraba a Flynn un tranquilo viaje más allá del mar, hacia donde el muchacho quería aventurarse desde que había empezado a construir su propia balsa para escapar. Las barcas del puerto tenían sus propios propietarios, y ningún adulto permitía que los niños surcasen las olas libremente, mucho menos hacia la anterior isla de juegos, ahora vetada, por culpa de esas extrañas criaturas.
Y debido a que el puerto estaba vigilado por los adultos (no constantemente, claro, sino lo suficiente), tampoco sería fácil partir sin que ninguno se percatara... A menos, claro, que Flynn tuviese un plan respecto a la balsa recién construída.
Pero, antes de nada, estaba, quizá, el tema del equipaje y de la despedida...
Spoiler: Mostrar