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Inclusive si me las había arreglado para hacer mi primer hechizo, Kazuki no me dijo nada. Si bien sí recibí palabras de elogio por su parte por haber creado Hielo accidentalmente, fueron secas y sin emoción; no porque al Maestro no le interesara, supuse, sino porque era un distraído al que le disgustaba el trabajo. Fuese como fuese, me molestó no recibir ninguna clase de felicitación por mi logro. Esperé alguna palabra de Yami, pero tampoco llegó. Bufé. De los tres Maestros con los que había entrenado, una era tan disciplinada que prefería no decirme casi nada, una estaba loca y bailaba por doquier, y al otro sencillamente no le interesaba.
Si no me agradara estudiar por el simple hecho de conocer más, seguramente ya me habría deprimido por la falta de atención. Uno necesita que lo impulsen a su meta de vez en cuando, después de todo.
—Lo que Yami eh... acaba de hacer es concentrar energía vital alrededor de su cuerpo —comenzó a explicar Kazuki, moviéndose como quien da una clase frente a un auditorio. El Maestro tenía todas las pintas de ser un mago negro, a juzgar por su atuendo. ¿Daría clases de magia, de vez en cuando?—, es algo así como... el alma de una persona. En su eh... caso ella tiene afinidad a Oscuridad por lo que uhm... le resulta más sencillo realizar habilidades que tengan que ver con dicho elemento. Existen eh... objetos que permiten tener más de una afinidad y existen algunas personas, aunque son muy pocas que... tienen varias a la vez.
Como atendiendo a su nombre, Yami ya había comenzado a bailar de un lado a otro, girando con gracia y soltura. Sus bailes, aunque bastante espontáneos e improvisados, eran bastante hermosos. ¿De qué mundo vendría? Su atuendo me recordaba tremendamente al de alguien más, pero no podía recordarlo... Lo tenía en la punta de la lengua...
Y luego pensé en lo que Kazuki había mencionado sobre objetos que pueden cambiar la afinidad. Tener dos afinidades, independientemente de cuál fuera la mía, seguro que era una gran ventaja en batalla. Supuse que habría ya Aprendices experimentando con ese método, aunque debían ser más entrenados que yo si se les permitía tener aquellos artefactos.
—Eh... Ahora yo os mostraré cómo se hace. Imitadme y haced lo que yo os digo —Kazuki se colocó frente a nosotros tres y llevó sus manos hacia adelante, de la misma manera que Yami lo había hecho anteriormente. El Maestro cerró los ojos y, sereno, comenzó con su explicación. Alzando mi mano derecha, lo seguí:
>>Primero, visualizaos a vosotros mismos, no penséis en nada más, sólo observad vuestro interior, ¿quiénes sois? Haced que vuestro corazón os... responda a esa pregunta.
—¿Quién soy yo? —pensé, haciéndome la pregunta a mí mismo, meditativo, con los ojos profundamente cerrados y en silencio—. Sencillo. Soy Xefil, hijo de Arazec y Lucina, proveniente del Reino Encantado. Aprendiz de consejero real y Aprendiz de la Llave-Espada.
Mi corazón dio una leve punzada. ¿Lo estaba haciendo bien?
—Ahora eh... sentid vuestro corazón. ¿Notáis esa sensación de paz en vuestro interior? Eso es... vuestra alma, vuestro corazón, también se conoce como Descenso al Corazón, allí es donde está vuestro verdadero yo, no existen mentiras ahí dentro, solo vuestra realidad.
No podía ver nada, salvo la oscuridad de mis párpados cerrados. Pero podía sentirlo... sí, sentía... como si una brisa me golpeara en el rostro... El olor a tinta sobre un pergamino... y el olor a las hojas secas del otoño... Había algo más... Verde, sí... El color verde, oscuro, como las hojas de un pino... ¿Un tinte de rojo? Rojo sangre, brillante... No podía ver nada, salvo la oscuridad de mis párpados cerrados. Pero podía sentirlo... sí, sentía... mi corazón.
—Por último, proyectad vuestra alma a vuestro alrededor, como si os hubiéseis hundido tanto en vosotros mismos que vuestro aura escapa de vuestro cuerpo
Kazuki terminó finalmente su explicación, como pude notar por el ruido que hicieron sus vestimentas cuando bajó los brazos. Seguramente ahora nos contemplaba atentamente (o tan atento como le fuese posible) junto con Yami, esperando ver qué era lo que podíamos hacer entre los tres. No quise abrir los ojos hasta saber que lo había logrado.
Pero no me tomó mucho tiempo. Sentí... como si me liberara... Como si me dejara caer de un sitio muy alto o como si fuera montado en mi Glider en el Espacio entre los Mundos... Paz...
Abrí los ojos y descubrí que de mi mano brotaba un vapor suave y poco natural. Magia. Era de color morado oscuro, con algunos lugares donde se tornaba completamente negro. De vez en cuando, un pequeño relámpago recorría su interior, como si se tratase de una nube de tormenta en miniatura.
Aquello no era oscuridad. La de Yami, afín a ese elemento, no había lucido de tal manera. La suya había sido completamente negra, además de ser más un aura que la rodeaba que un vapor que brotara de ella. ¿Qué era aquello? ¿Sería algo malo? ¿Por qué era tan diferente a la de Yami, o a la de Exuy, que no era más que transparente? Comencé a asustarme. ¿Y si la maldición en mi reino me había traído consecuencias? ¿Y si...?
Mi pañuelo me golpeó en la cara, como si el viento me lo hubiera arrojado encima. Sacudí la cabeza para quitármelo del rostro, pero apenas se hizo a un lado; mi cabello se movió de una manera bastante inusual. Extrañado, me llevé la mano libre a la cabeza y descubrí que mi cabellera estaba de punta, como si un hechizo Electro me hubiese dado de lleno. Luego toqué el pañuelo: por más que intentara apartarlo, no se movía de su sitio, como si algo lo estuviese jalando hacia arriba. El resto de mis ropas lo acompañaron, estirándose hacia el cielo como si alguien me estuviese lanzando un Aero desde el piso de mosaicos.
—¿Es esto normal? —pregunté, esperando que el Maestro Kazuki supiese responderme.