Fue horrible.
Me había inscrito a una misión sin de antemano saber siquiera qué debía hacer en ella. Había apuntado mi nombre cegado por la ira, pues los Maestros no parecían preocuparse por el estado en el que el Reino Encantado se hallaba. Me había anotado sin ver la descripción, esperando que me ayudara a deshacerme de mi enfado.
Y había terminado en una clase de cocina.
La impartía el mismísimo Higashizawa, el legendario chef sedentario de Tierra de Partida cuyos platillos se repartían cada mañana, tarde y noche en el comedor, y que eran bien amados y recibidos por los numerosos Aprendices que, posiblemente, en sus viejos mundos no tenían ni para un trozo de pan. Amante del arte culinario que preferiría salvar un tarro de mostaza a proteger al castillo de los Sincorazón, siempre sedentario de su cocina, ahora resultaba que quería instruir a Aprendices en la cocina. ¿Estaría a punto de morir, acaso, y temía que sus habilidades quedasen en el olvido? ¿O los Maestros lo habían obligado a hacer algo más por los Aprendices? ¿Tenía algo que ver con aquel desastroso incidente en el comedor, cuando a la Maestra Yami le habían entrado ganas de cocinar para todos?
De cualquier manera, allí me hallaba yo, haciendo Dios sabía qué en las cocinas de Tierra de Partida, rodeado por muchos ingredientes, condimentos, utensilios... ah, y muchos otros Aprendices, también. Había sido una Misión popular, al menos. ¿Ofrecía recompensa? No, seguramente no. La experiencia culinaria parecía ser suficiente para muchos. Por otro lado, tendríamos que hacer grupos, puesto que trabajar individualmente traería muchos problemas. Y además, parecía que cada uno debía elegir el platillo que quería cocinar, pues nuestro
Maestro no dijo nada al respecto.
Aquella monstruosidad de dos metros de alto (y tal vez también ancho) no parecía muy entusiasmado, mirándonos con rendijas por ojos y con unos labios que jamás se curvaron en sonrisa. Cruzado de brazos, estudiándonos desde alguna parte oscura y recóndita detrás de sus rastas, no había hecho nada más que estar de pie durante un buen rato. Y cuando finalmente se dignó a hablar, sólo había dado la bienvenida, simplemente, a su curso básico de cocina.
—Organizaros como el dulce ketchup, la poderosa mostaza y la ácida mayonesa: en grupos de tres —había agregado, además, aunque sin preocuparse por acomodarnos él mismo. Ah, y por lo visto, amaba tanto su arte que incluso al hablar la incluía. No supe si considerarlo divertido o admirable. En su rostro no aparecía ni una sola sonrisa, pero mientras les daba indicaciones a otros Aprendices, usando sus peculiares metáforas, su amor a la cocina salía a relucir. Después de todo, sí, tal vez fuese admirable.
—Hey... —saludé, mirando a otros dos Aprendices que se hallaban a un costado mío conversando entre ellos, usando una palabra "moderna" a la que no estaba muy acostumbrado. Ambos, una niña pelirroja de unos diez años y un híbrido canino algo parecido a la Maestra Lyn, parecían hablar sólo entre ellos dos, por lo que, tras asumir que no existía ningún tercero, inquirí—:
¿Está bien si hacemos equipo? Mi nombre es Xefil...Ya que estaba allí, lo menos que podía hacer era intentarlo. Por lo pronto, fuese básico o no, yo ya sabía lo que quería cocinar.
Dios mío, el color de Higashizawa quema en los ojos como una parrilla a un buen corte ;_;