Prólogo:
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Me despertó el desesperado grito de un hombre al que poco le importaba yo y mi sueño. Abrí los ojos rápidamente y me encontré con que me había dormido sobre la paja de la cubierta, ahora amontonada en la esquina de la habitación de carga, donde estaban dispuestas la mayoría de las mercancías que habíamos prometido transportar de un lado al otro del mar.
Reconocí la voz: era la del capitán. A juzgar por el tono y la potencia del grito, ya que era bastante raro que lo oyera estando tan lejos de la cubierta, deduje que había problemas. Y estaba en lo cierto. Unos instantes más tarde, algo colisionó por estribor y provocó que muchos de los barriles, llenos de vino, se dispersaran por el lugar como pelotas sin control. Algunas de las cajas que contenían los objetos más ligeros también cedieron a la fuerza y rebotaron por lo suelos.
Esto no le va a gustar al capi, pensé mientras hacía estallar mis dedos.
A pesar de ir descalzo, traté de ser lo más veloz posible en alcanzar la altura de la puerta y salir de aquel caótico panorama. Paseé la mirada lentamente por el lugar, intentando buscar alguna referencia, para mí solía ser letal despertarse en fase de sueño profundo, porque recordaba cómo me llamaba y poco más. No me hizo falta mucho tiempo para divisar la puerta de madera que se me mostraba en frente, esperando a ser abierta. Me acerqué a ella, trazando un pequeño arco para no toparme con los obstáculos, y giré el pomo.
Entonces escuché unos golpes que provenían del piso de arriba, como golpes fuertes provocados con propósito de hacer ruido, pero demasiado seguidos como para ser de una misma persona. Dejé atrás el pasillo desierto y alcancé las escaleras, que me llevaban directamente a la cubierta, sentía una curiosidad creciente por saber qué estaba ocurriendo ahí afuera, pero había algo dentro de mí que me decía que no debería ir. No obstante, tampoco sospechaba nada, tan solo se me ocurrió que pudimos haber naufragado en la costa, a causa de un fallo en el faro, porque la niebla en aquellos días era muy habitual.
Me equivocaba.
El aire asaltó mis sentidos al completo. Me despertó de golpe, porque una ráfaga entró inesperadamente por mi nariz e inundo mis pulmones y yo no pude hacer nada para impedirlo. Pestañeé varias veces, incrédulo, al ver la situación que se mostraba en el barco.
Mis camaradas luchaban a la desesperada, algunos con sables o espadas de acero, otros disparando sus revólver, o incluso con las nuevas escopetas modernas. En cambio, una buena parte se encontraba semiinconsciente y jadeando, tirados en el suelo como sacos de maíz, sangrando a gota gorda por simples hendiduras corporales provocadas por algún tajo de estoque.
Si me estuviera mirando a mí mismo, podría acertar a decir que mi mirada se mostró fría y distante, mi cara se transformó con una mueca de angustia. Mis manos se fueron a la boca, para de una forma u otra, esconder mi sobresalto. Mi mente se puso a cien en cuestión de segundos.
La leyenda era cierta. Os relataré qué cuenta esta vieja y cruenta leyenda, por si no la habéis oído todavía.
Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar aislado de todas las islas conocidas, un navegante curioso y su tripulación de piratas cazatesoros, se lanzaron a la búsqueda de un invisible tesoro en un poco inteligente intento de conseguir fama y dinero, dos de los ideales más adorados en aquella época. Zarparon un lunes a horas tempranas y tardaron poco en convertirse en meros personajes de conversaciones de barriobajeros que no tenían nada mejor que hacer que ir a beber a cualquier taberna y sacar a la luz aquel lejano tema. Meses después comenzaron a llegar noticias sobre bucaneros y piratas que desaparecían por entre la niebla y que nunca volvían. Poco después, carcomidos por la curiosidad, algunos valientes viajeros pudieron comprobar que, en efecto, muchas de las antiguas embarcaciones perdidas se encontraban bajo el mar, por otra parte, no se encontró ni rastro de las personas que viajaban en ellas.
En definitiva, que se concluyó que aquellos buscadores retuvieron alguna maldición y se transformaron en seres deambulantes, fantasmas, que saqueaban y atacaban al resto, como si fuera por una posible venganza, o incluso por la protección de aquella isla, para mantenerla alejada del mundo mediante la ley del más fuerte. Nadie pudo corroborar todo esto, nadie hasta que yo...
Los cuerpos estaban completamente teñidos de sangre, como si les hubieran clavado la espada un centenar de veces para producir el desangramiento al completo de todas las partes del cuerpo. Los que todavía jadeaban eran rematados a golpe de martillo, para terminar rápido con aquel abordaje que se había convertido ya en tortura para unos, y en diversión para otros. Estos segundos, disfrutaban de aquello, se les notaba en la cara. Parecían normales, hasta utilizaban armas comunes, de metal, pero había ciertas cualidades que delataban su apariencia fantasmal. No caminaban, levitaban, aunque no a mucha altura, también decir que producían los efectos sonoros propios de las personas, con sus cánticos de borrachera y alegría, algunos hasta bailaban. Pero, quieto, yo no me podría confiar ni un segundo, y menos al escuchar las palabras del capitán.
Al abordaje, chicos, pronunció entre risotada y risotada.
Al tanto, el resto dejó de matar y se preparó para saquear el barco y deshacer todo lo que se encontraran a su paso. En sus miradas huecas solo podía encontrar odio y destrucción. Me giré y salí corriendo hacia el lado contrario de la colisión, para olvidarme ya de todo aquello.
El barco tampoco había quedado mucho mejor que sus tripulantes, entraba agua, supe que se hundiría en cuestión de minutos. Estaban locos, habían chocado los dos barcos casi de frente, sufriendo el nuestro gravísimos daños irreparables. Pero qué más daba en aquel momento, estaba perdido, todos estaban perdidos. Salté por la borda y huí como un cobarde.
Reconocí la voz: era la del capitán. A juzgar por el tono y la potencia del grito, ya que era bastante raro que lo oyera estando tan lejos de la cubierta, deduje que había problemas. Y estaba en lo cierto. Unos instantes más tarde, algo colisionó por estribor y provocó que muchos de los barriles, llenos de vino, se dispersaran por el lugar como pelotas sin control. Algunas de las cajas que contenían los objetos más ligeros también cedieron a la fuerza y rebotaron por lo suelos.
Esto no le va a gustar al capi, pensé mientras hacía estallar mis dedos.
A pesar de ir descalzo, traté de ser lo más veloz posible en alcanzar la altura de la puerta y salir de aquel caótico panorama. Paseé la mirada lentamente por el lugar, intentando buscar alguna referencia, para mí solía ser letal despertarse en fase de sueño profundo, porque recordaba cómo me llamaba y poco más. No me hizo falta mucho tiempo para divisar la puerta de madera que se me mostraba en frente, esperando a ser abierta. Me acerqué a ella, trazando un pequeño arco para no toparme con los obstáculos, y giré el pomo.
Entonces escuché unos golpes que provenían del piso de arriba, como golpes fuertes provocados con propósito de hacer ruido, pero demasiado seguidos como para ser de una misma persona. Dejé atrás el pasillo desierto y alcancé las escaleras, que me llevaban directamente a la cubierta, sentía una curiosidad creciente por saber qué estaba ocurriendo ahí afuera, pero había algo dentro de mí que me decía que no debería ir. No obstante, tampoco sospechaba nada, tan solo se me ocurrió que pudimos haber naufragado en la costa, a causa de un fallo en el faro, porque la niebla en aquellos días era muy habitual.
Me equivocaba.
El aire asaltó mis sentidos al completo. Me despertó de golpe, porque una ráfaga entró inesperadamente por mi nariz e inundo mis pulmones y yo no pude hacer nada para impedirlo. Pestañeé varias veces, incrédulo, al ver la situación que se mostraba en el barco.
Mis camaradas luchaban a la desesperada, algunos con sables o espadas de acero, otros disparando sus revólver, o incluso con las nuevas escopetas modernas. En cambio, una buena parte se encontraba semiinconsciente y jadeando, tirados en el suelo como sacos de maíz, sangrando a gota gorda por simples hendiduras corporales provocadas por algún tajo de estoque.
Si me estuviera mirando a mí mismo, podría acertar a decir que mi mirada se mostró fría y distante, mi cara se transformó con una mueca de angustia. Mis manos se fueron a la boca, para de una forma u otra, esconder mi sobresalto. Mi mente se puso a cien en cuestión de segundos.
La leyenda era cierta. Os relataré qué cuenta esta vieja y cruenta leyenda, por si no la habéis oído todavía.
Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar aislado de todas las islas conocidas, un navegante curioso y su tripulación de piratas cazatesoros, se lanzaron a la búsqueda de un invisible tesoro en un poco inteligente intento de conseguir fama y dinero, dos de los ideales más adorados en aquella época. Zarparon un lunes a horas tempranas y tardaron poco en convertirse en meros personajes de conversaciones de barriobajeros que no tenían nada mejor que hacer que ir a beber a cualquier taberna y sacar a la luz aquel lejano tema. Meses después comenzaron a llegar noticias sobre bucaneros y piratas que desaparecían por entre la niebla y que nunca volvían. Poco después, carcomidos por la curiosidad, algunos valientes viajeros pudieron comprobar que, en efecto, muchas de las antiguas embarcaciones perdidas se encontraban bajo el mar, por otra parte, no se encontró ni rastro de las personas que viajaban en ellas.
En definitiva, que se concluyó que aquellos buscadores retuvieron alguna maldición y se transformaron en seres deambulantes, fantasmas, que saqueaban y atacaban al resto, como si fuera por una posible venganza, o incluso por la protección de aquella isla, para mantenerla alejada del mundo mediante la ley del más fuerte. Nadie pudo corroborar todo esto, nadie hasta que yo...
Los cuerpos estaban completamente teñidos de sangre, como si les hubieran clavado la espada un centenar de veces para producir el desangramiento al completo de todas las partes del cuerpo. Los que todavía jadeaban eran rematados a golpe de martillo, para terminar rápido con aquel abordaje que se había convertido ya en tortura para unos, y en diversión para otros. Estos segundos, disfrutaban de aquello, se les notaba en la cara. Parecían normales, hasta utilizaban armas comunes, de metal, pero había ciertas cualidades que delataban su apariencia fantasmal. No caminaban, levitaban, aunque no a mucha altura, también decir que producían los efectos sonoros propios de las personas, con sus cánticos de borrachera y alegría, algunos hasta bailaban. Pero, quieto, yo no me podría confiar ni un segundo, y menos al escuchar las palabras del capitán.
Al abordaje, chicos, pronunció entre risotada y risotada.
Al tanto, el resto dejó de matar y se preparó para saquear el barco y deshacer todo lo que se encontraran a su paso. En sus miradas huecas solo podía encontrar odio y destrucción. Me giré y salí corriendo hacia el lado contrario de la colisión, para olvidarme ya de todo aquello.
El barco tampoco había quedado mucho mejor que sus tripulantes, entraba agua, supe que se hundiría en cuestión de minutos. Estaban locos, habían chocado los dos barcos casi de frente, sufriendo el nuestro gravísimos daños irreparables. Pero qué más daba en aquel momento, estaba perdido, todos estaban perdidos. Salté por la borda y huí como un cobarde.