Hana tuvo que frenar su avance ante la intervención de los otros dos muchachos. Intentando calmarse un poco, se giró hacia ellos, para ponerse en situación. Eran cuatro los que se habían levantado aquella noche: ella misma, Edge, la misteriosa joven del “fantasmita” y un chico del que no se había percatado en el instante del rayo.
Además, la mención de su pijama la devolvió a la realidad. Sabía perfectamente que le hacía perder todo el respeto que pudiera labrarse, pero no esperaba encontrarse con nadie más aquella noche. Salvo quien pagase por las consecuencias de despertarla tan tarde, claro.
—¿Bello? ¿¡Bello!? —saltó. En realidad, quería cambiar de tema cuanto antes, así que buscó el modo de desviar la conversación hacia otra parte—. ¿Te parece que es momento de comentar nada sobre lo que llevo puesto, pervertido? —cabe destacar que el conjunto era de manga larga, por lo que tampoco había mucho que mirar.
Después, mentalmente se apuntó cambiar de pijama cuanto antes. Ya fuera quitándoselo a alguien o comprándolo, le daba igual.
Intervino entonces Alec, un muchacho de ¿Ciudad de Halloween?, que parecía bastante puesto en temas de fantasmas. Hana aún no había podido responderle cuando apareció. Uno de verdad. Traslúcido, etéreo, que pasó flotando por el pasillo como quien pasea ricamente por su casa, ignorando a los aprendices. No parecía corpóreo, algo impensable para Hana. Pero, si no lo era, ¿cómo había llamado a sus puertas?
La joven no pudo sino quedarse boquiabierta, hasta sacudir la cabeza y regresar a la normalidad, a base de una bofetada que se dio a sí misma. Mientras tanto, volvieron los pasos, unidos a unos silbidos que no prometían calmar el tétrico ambiente en el que se hallaban. Pero, esta vez, Hana no les dio importancia, porque ya sabía adónde dirigirse y qué hacer.
—Yo soy Hana, y te juro que no conozco de nada a este tipo —se presentó rápidamente, señalando además a Edge. No le gustaba mencionar su procedencia tan a la ligera, así que pretendía que el muchacho lo hiciera por ella.
Acto seguido, sin previo aviso, echó a correr en pos de la masa casi transparente que había pasado hacía escasos segundos. Aún mientras le perseguía, giró la cabeza para gritarles una última cosa:
—¡Si tanto sabes de fantasmas, ayúdame a capturar a ese cabrón!
A pesar de que aquella manta le llevaba un buen trecho, y avanzaba rápido, Hana confiaba en darle alcance para, al menos, probar a hacerle un placaje y derribarla. No se tragaba que fuera un ser de otro mundo de verdad. Ni hablar. Seguía empeñada en la broma del típico graciosillo, con efectos especiales, que intentaba reírse de ella a su costa.
Y, además, en caso de perderlo de vista, sabía perfectamente qué hacer: ir a la sala del trono, de una vez por todas. Llegaría antes que el propietario de los pasos, del silbido y de la manta, y le esperaría para darle la lección que se merecía.
Ni siquiera se dio cuenta que la primera muchacha se había esfumado.