* * *—
...su nombre es mamá.Los tres aprendices se encontraban arropados concienzudamente, tumbados sobre una superficie mullida que no llegaban a discernir por completo en su sopor. Los había despertado el último verso de una hermosa canción... ¿quizás cantada por un ángel? La voz resultaba familiar, pero les era difícil distinguirla mientras volvían al mundo de los despiertos.
Al abrir los ojos, se encontrarían con un techo blanco poco familiar aunque de algún modo relajante. Descubrirían que el cuerpo les pesaba bastante, pero pese a unas cuantas magulladuras podían moverse con bastante libertad. Al incorporarse, verían que se encontraban sobre camas adyacentes de una enfermería. Oyeron pasos cercanos y pudieron ver a Nanashi caminand hacia ellos, acompañada por un moguri enfermero. La Maestra le hizo un gesto a la criatura y ésta se dirigió al fondo de la enfermería, cruzando una puerta que daba a un pequeño despacho y cerrándola tras de sí.
—
Estáis de vuelta en Tierra de Partida. No os alarméis, por favor —dijo la mujer, gravemente—
. Decidme, ¿recordáis algo de lo que os ha pasado en el País de Nunca Jamás mientras yo no estaba?Claro que lo recordaban.
* * *Hikaru, Exuy y Zait no se iban a rendir tan fácilmente. Por mucho miedo que tuviesen, infundado o no, y por muy en desventaja que pareciesen estar, ellos no se dejarían subyugar por aquel monstruo tan fácilmente. La fuerza de cada uno no parecía suficiente para zafarse de la presa de Zande, pero se tenían los unos a los otros: el bastón comenzó a temblar erráticamente cuando al enemigo le comenzó a costar más concentrarse en mantener a los chicos a raya. El arma se aflojó durante una fracción de segundo, suficiente para que Exuy pudiese utilizar sus últimas fuerzas en un ataque Piro directo a la cara de Zande. El malvado hechicero, demasiado ocupado en intentar volver a apretar a los aprendices contra el suelo, no pudo realizar ninguna filigrana para rechazar la bola de fuego, que acabó impactando en su frente. No pareció hacerle mucho daño, pero que a uno le abrasen el rostro siempre es molesto. Los jóvenes escaparon de su improvisada prisión, listos para encararse de nuevo a su contrincante.
El bastón de Zande volvió a sus manos, levitando lentamente. Los brillantes ojos de aquel hombre oscuro destellaban con una ira que los aprendices no habían visto en él durante el resto de la batalla. Con el rostro desencajado por la furia, alzó las manos al cielo y su arma comenzó a girar como una hélice sobre su cabeza. El cielo pareció volverse negro, y una niebla negra mucho más espesa que la que les había cubierto al principio del enfrentamiento comenzó a acumularse alrededor de los cuatro contendientes de la batalla. Los ojos de Zande brillaron con un fulgor estremecedor y parecieron volverse grandes. Muy grandes. Grandes como el mundo. Grandes como el infinito. Los chicos se perdieron en ellos como si fuesen laberintos.
Familiares muriendo. Amigos sufriendo. Ellos mismos, viejos y decrépitos, rogando la compañía de algún ser querido. Pero nadie acude. Nadie los oye. Y ellos siguen observando cómo todo lo que en algún momento pudieron considerar familia, compañero, amistad o amor se desvanecen como si de humo se tratase. Como niebla negra, muy negra.
Y, cuando todo parecía estar perdido: un destello los cegó mientras una Llave Espada parecía rasgar todas aquellas pesadillas y ellos se desvanecían por completo, desmayados.
* * *—
Siento no haber previsto esa dura batalla, aprendices —se disculpó Nanashi, con tono afectado—
. La misión de reconocimiento fue truncada por tal imprevisto, pero gracias a él también hemos podido recabar información esencial para el futuro de nuestra encomienda.La Maestra metió una mano en uno de sus bolsillos en busca de algo y la sacó con el puño cerrado. Se acercó a cada uno de los aprendices y dejó algo en la mano de cada uno: sendas
pulseras de cuentas de diferentes colores, elaboradas artesanalmente.
—
No sé hasta qué punto seréis conscientes, pero hoy no os habéis salvado sólo a vosotros mismos —explicó la Maestra, señalando las pulseras—
. Unos niños que pudieron sucumbir al miedo fueron salvados por la luz de una madre. Y vosotros habéis ahuyentado a la fuente de ese miedo. Estos objetos son su humilde muestra de gratitud.Nanashi pareció sonreír durante unos instantes, pero su expresión fue rápidamente sustituida por un rostro triste. Casi amargo. La mujer apartó la vista de los tres aprendices y se dirigió con paso firme hacia la puerta de la enfermería, dispuesta a salir. Antes de girar el pomo, se paró durante unos segundos y les dedicó unas últimas palabras.
—
Hoy os he fallado como Maestra... pero no volverá a suceder.La mujer desapareció tras el umbral, dejando solos a los tres compañeros.
Como Maestra os he fallado en ese aspecto, pero tened por seguro que no se volverá a repetir.