—¡No puedes estar aquí, Hiro Inukai!
A espaldas de los aprendices de la Llave Espada había llegado, a unos diez metros de ellos, el payaso asesino montado en su corcel al que habían abandonado en el bosque mientras ardía. Y el fuego había hecho estragos en él: quitando el hecho de que su propio rostro tenía ligeros restos de ceniza y el maquillaje se le había derretido un poco, Kefka había tenido que quitarse su ropa para mostrar otras más coloridas y brillantes... Pero con indicios de quemado también.
El payaso se colocó de pie sobre el asiento del caballo, demostrando un equilibrio perfecto, y señaló con una de sus largas uñas rojas hacia Hiro. No parecía estar muy contento de verle.
—¡Me retas a un duelo, me prendes fuego y huyes cobardemente! ¡Eres un perro malo, muy malo! ¡Y tú! —señaló hacia Fátima, entrecerrando los ojos—. ¡No sé quién eres, pero ya me caes mal!
Kefka echó a reír y dio un salto hacia adelante, dando una voltereta en el aire y aterrizando sobre la punta de sus pies. Dedicó una amplia sonrisa a ambos y extendió su brazo hacia ellos.
—¡Adelante, mis Sincorazón! ¡Acabad con ellos!
Nadie acudió. El único apoyo que el payaso tenía era, por supuesto, el Noctámbulo restante... Y bastante debilitado.
Aquello sacó de quicio a Kefka. El hombre gruñió y pataleó el suelo con los puños apretados, imitando a un niño pequeño con una pataleta. Frustrado, se giró hacia su caballo y comenzó a chillarle, ignorando por completo a los jóvenes.
—¡Es culpa tuya! ¡Debería haberte abandonado y haberme traído un ejército mayor de Sincorazón! ¡Tantos, que ningún ejército de China podría detenerme! ¿Cómo me lo piensas compensar, eh? ¿Cómo piensas hacerlo?
El caballo, por supuesto, no se dio por aludido. Bufó y se giró, buscando una pequeña montaña de paja a unos metros de allí, hambriento.
—¡No me gustas, caballo! ¡Nunca me gustaste! ¡Estoy harto de ti, harto de tus métodos, de tus malos modales! —Kefka se mordió el puño, con los ojos abiertos como platos, mientras el animal agachaba la cabeza para comer—. ¡No me ignores mientras te hablo, maleducado!
El payaso se lanzó a por el caballo, finalmente furioso. Pero no para seguir protestándole mientras hacía el tonto: esta vez iba completamente en serio. Clavó sus uñas en su piel y le tiró al suelo, mientras el animal relinchaba de dolor ante el castigo de su amo.
—¡Me debes mucho, caballo! ¡Pienso tomarme mi premio!
Kefka comenzó a pegar patadas al corcel, riéndose en alto mientras lo hacía, disfrutando de la tortura. En aquel momento, para prevenir cualquier ataque imprevisto, el Noctámbulo atacó por sorpresa a los jóvenes girando sobre sí mismo de nuevo con el objetivo de tirarles al suelo.
No se perdieron ni un ápice de la escena. El loco se agachó al caballo y, con sus propias manos, comenzó a desgarrar el estómago del animal. La sangre no dejaba de salir, y el corcel ya había dejado de relinchar de sufrimiento. Se podían ver incluso las propias tripas del desgraciado animal, que ya debía haber perdido la vida... Y todo mientras Kefka reía maniáticamente.
El hombre, con el rostro cubierto de sangre, se volvió a levantar del suelo y se giró hacia los muchachos, agarrando con las dos manos algo aparentemente muy preciado. El cuerpo del caballo comenzó a desvanecerse a su espalda, y el payaso extendió ambos brazos para que viesen bien lo que tenía: un brillante y rojizo corazón.
—¡Contemplad! ¡El secreto de los Sincorazón!
El corazón comenzó a verse tragado por unas sombras que aparecían de la nada, tomando forma propia. Kefka caminó de espaldas mientras contemplaba cómo se creaba una nueva y poderosa criatura a sus órdenes: un monstruo de dos metros y medio de alto, cuya mitad baja todavía conservaba el aspecto de un caballo... Y no tardó nada en agacharse a tomar una de las varas con las que se habían estado entrenando minutos antes los soldados, la cual se transformó en una lanza de acero al contacto.
—¡Sufrid ante un centauro fatal!
Una barrera mágica se levanto entre Kefka y el Sincorazón, encerrando en el campo de batalla a Fátima, Hiro y el desmayado Axel. El payaso echó a reír mientras se sentaba en el suelo para disfrutar de la matanza que estaba a punto de darse en el campo de batalla...