Y de nuevo volvió a leer la misma frase:
— Hay… en… el… bosque… un… gran…lugar…
La había pronunciado tantas veces que ya ni siquiera se molestaba en leerla de verdad, sino que se dedicaba a recitar el libro de memoria sin fijarse en las palabras. Cansado de aquel monótono libro, lo cerró y apoyó su cabeza sobre la cubierta del libro como si se tratase una almohada. Bavol soltó un leve suspiro y fijó su mirada en la vela que había colocado junto al libro para ver en la oscuridad de su cuarto.
El fuego ejercía un efecto hipnótico sobre él, cuantas noches habría pasado alrededor de una pequeña fogata escuchando las historias que relataban los adultos. Estos últimos días, en los que prácticamente no había hecho nada, echaba de menos aquellas pequeñas diversiones. No había encontrado nada para entretenerse. Algunos aprendices, con los que había coincidido en el comedor, le habían hablado de los inventos que había en los mundos de los que provenían y con los que pasaban horas divirtiéndose.
Sin embargo, Bavol no los utilizaba, hasta se negaba a usar los más prácticos sin compañía. Por ejemplo, para encender o apagar la luz tenía que pedírselo siempre a algunos de sus compañeros o algún moguri. El chico admitía que eran objetos maravillosos, pero había comenzado a recelar de ellos desde aquel día en el que se llevó un buen calambrazo. Como se había vuelto poco práctico tener que llamar siempre a alguien para que le encendiera la luz de su cuarto, había decidido coger unas cuantas velas. Algunos le habían dicho que el fuego de aquellas velas podía acabar siendo más peligroso que la electricidad que corría de los cables, pero Bavol había preferido ignorar aquellos consejos.
Cerró los ojos y se dejó llevar por sus propios pensamientos. Se preguntó qué podía hacer para entretenerse un rato. No le apetecía entrenar, tampoco leer el mismo libro y todavía estaba preparando su plan de aventuras en otros mundos. Tras un rato sumido en la más absoluta pereza, decidió pasar un rato fuera en los jardines contemplando aquel hermoso cielo nocturno. No tenía nada mejor que hacer y, al fin y al cabo, en los jardines siempre pasaba algo interesante.
Alzó la cabeza y con un soplido apagó la vela.