No me sorprendí ante la disculpa de Nadhia. Había trazado un plan tan perfecto, tan meticulosamente medido, que por supuesto que se iba a disculpar a mí y me iba a pedir mi perdón. Mi amistad era demasiado importante para ella, porque yo valía eso y mucho más, y era algo que los dos sabíamos. Sonreí prepotentemente, contento por el resultado.
—¿Seguimos siendo amigos, verdad?
Reí por lo bajo y coloqué mi mano en el hombro de Nadhia. Se la veía tan preocupada por recuperar mi amistad que cómo no iba a decirle que no: aunque no lo admitiese, la valoraba muchísimo. A ella, a Ragun, a Fátima.
—¡Sólo si me compras un helado! —le dije con una sonrisa en la boca, sabiendo que podía aprovechar un poco la situación—. ¡Pero sólo si tiene tres sabores! ¡Y de cono gigante, claro!
No lo supe en aquel momento, y tardaría en saberlo. Los Cats, Nadhia, mi padre, Ragun... Se estaba formando una bola en mi vida a la que era ajeno, pero que no hacía más que crecer y crecer. Todos intentaban mantenerme aparte para no hacerme daño, pero cuanto más vives en la ignorancia, más duro es el paso al mundo real. Los hijos siempre estamos destinados a pagar los pecados de nuestros padres...
Y yo no fui la excepción.
Spoiler: Mostrar