Las carcajadas de los soldados pusieron todavía más nerviosa a Fátima que si se hubieran mostrado hostiles. La burla era sinónimo de desprecio, es decir, de que no se tomaban en serio las palabras de Hikaru. De modo que…
Tal y como había temido, el capitán Shang lanzó una mirada fría a Hikaru.
«
Que no le haga daño. Que no le haga daño. ¡Que no le haga daño!».
—
¡Silencio!El orden se impuso poco a poco en el corro de hombres, pues muchos no podían contenerse por lo ridículo de la situación. Fátima, en cambio, estaba comenzando a sudar y tenía los músculos tan rígidos que casi dolían. Se mordía el labio inferior, preguntándose qué hacer, qué iba a pasar, qué…
Shang inmovilizó contra el suelo a su compañero con rapidez y eficacia. Ping, a un chasquido de dedos del capitán, le entregó rápidamente unas cadenas. Después, el capitán ordenó a uno de los hombres que se encargara de Hikaru. Sin perder un segundo, se pusieron en marcha.
Fátima le dedicó una última mirada a su compañero y dijo con los labios, pero sin emitir un sonido, «lo siento». Después miró al perro y suspiró.
—
No pienso llevarte a la batalla, por mucho que le gustes a Ping. No es sitio para un animal.
Si intentaba seguirla trataría espantarlo con la mano, pero tampoco insistiría mucho para no llamar la atención del resto de soldados. Tuvo que ponerse en uno de los últimos lugares de la fila, completamente separada de Mulán, que se adelantó a una primera posición con Shang y sus guardias personales. O los que Fátima suponía que eran sus guardias personales, ya que vestían igual que Mulán. Y, encima, le hicieron cargar con una pesada carreta llena de… ¿cohetes? De un vistazo furtivo comprobó que todas las demás iban tiradas por caballos. Fulminó con la mirada la distante figura del capitán. Luego cogió la carreta y empezó a tirar.
Con los puños apretados y la mirada clavada en el frente, esforzándose porque las ruedas no se metieran en algún inoportuno agujero, realizó el camino sin emitir queja alguna, aunque no pudo evitar mirar hacia los lados con nerviosismo. No había forma de saber qué iba a pasar, qué había planeado Andrei, pero se sentía completamente expuesta. Quería estar junto a Mulán, aunque sólo fuera por saber que contaba con una aliada a poca distancia.
Se estremeció. Intentaba mantener lejos de sí los pensamientos de Andrei, pero era difícil cuando no hacía otra cosa que preguntarse qué podía estar tramando. Al menos antes había tenido cosas que hacer. Ahora sólo podía caminar y contener las ganas de restregarse agua por todo el cuerpo una vez más. Se le revolvió el estómago y la bilis le llenó el paladar. Se frotó los ojos en un intento de contener las lágrimas, pero no pudo evitar que se le hundieran los hombros y que le moqueara un poco la nariz.
Tenía miedo. Muchísimo miedo. Una misión que había comenzado como algo sencillo se había trocado en aquella locura. Todos sus compañeros se habían quedado atrás, incluído el Maestro Ronin, y estaba sola en medio de un ejército que se dirigía a una batalla… Donde les aguardaba una trampa de Andrei. Para mejorar el panorama no había nada más delicioso que saber que no había nada que pudiera hacer y, aun así, se le había pedido que rompiera las normas de la Orden para inmiscuirse en la guerra. La sola idea de formar parte del enfrentamiento entre hunos y chinos bastaba para que quisiera salir corriendo.
Una cosa era acabar con Sincorazón, que suficientemente aterradores y poderosos resultaban de por sí.
Y, otra muy distinta, levantar su arma contra un humano. Bueno, contra muchos humanos. Gente que no le había hecho nada, contra la que no albergaba ningún tipo de odio y que buscarían matarla a cualquier precio. Luchar contra tipos locos como Kefka era difrente, lo hacía para defender su vida.
Pero ahora… ¿Ahora qué iba a hacer? ¿Pelear para intentar salvar a los chinos? ¿Para ser testigo de las manipulaciones de Andrei?
Siempre le había parecido que mantener la regla de no intervención en los mundos era muy difícil de cumplir por culpa de los vínculos que uno trazaba con la gente que los habitaba. Pero ese día entendió que la norma era, en cierta manera, cómoda. Descargaba de responsabilidades. Forzaba a no tomar partido. A decir «me hubiera gustado, pero no ha podido ser». Fátima ya no tenía ninguna excusa y resultaba que no quería participar en una guerra que no era suya, por amiga que fuera de Mulán.
«
No quiero. Tengo miedo. Joder, Ronin. Joder. Esta no pienso pasártela. Ni de coña».
Intentó vaciar su mente antes de sufrir un ataque de nervios y se concentró en guiar la carretilla a través de los obstáculos y las rocas, poniendo un pie delante de otro, forzando los músculos de los brazos para impedir que se le viniera encima o se le escaparan de entre los dedos sudorosos las varas a las que tendrían que haber estado atados los caballos. Más le habría valido traerse unos guantes para que las manos no se le llenaran de ampollas.
Pero, al menos, el esfuerzo para descender por ese terreno, por suerte, fue suficiente para mantenerla ocupada el resto del camino.
****Toda su simpatía por la causa de los chinos se desvaneció al anochecer. Las piernas le temblaban y tenía las manos reventadas. Todo su cuerpo estaba empapado de sudor, su garganta era un doloroso cúmulo de grietas y tenía los labios destrozados de tanto mordérselos para contener maldiciones e insultos contra el capitán que tanto le gustaba a Mulán.
«
Pedazo de cabrón. Si por hablar con Mulán me tratas así, pienso recordarlo para la próxima vez que tenga que salvar al asqueroso campamento de los Sincorazón o de que envenenen el río. Cabrón relamido hijo de puta, ojalá te rebajen al rango de un jodido soldado raso y te pases el resto de tu vida criando cerdos» pensaba en una rabiosa letanía.
Cuando el campamento huno se perfiló en la distancia, Fátima casi rompió a llorar de puro alivio. Le importó bien poco que fuera enemigo. Significaba que habían llegado a su destino y que podía soltar la maldita carretilla, a la cual sus manos parecían haberse pegado después de tantas horas.
—
Aquel debe ser la mano derecha de Shan Yu —la voz del maldito capitán sonó no demasiado lejos. Fátima, exhausta, siguió la dirección de su dedo y, cerca de un fuego que ardía en el campamento le pareció distinguir a un hombre delgado. Pero estaba demasiado lejos como para distinguirle la cara—
. Preparad los cohetes: prepararemos el ataque a distancia.Antes de que Fátima pudiera apartarse, los soldados la empujaron con rudeza. Intentó guardar el equilibrio sacudiendo los brazos y trastabillando hacia atrás, pero tropezó y cayó sobre las posaderas con un resoplido. Irritada y a punto de estallar, se contuvo apretando las mandíbulas y observó con una mezcla de rabia y admiración la organizada fila que habían montado los soldados para trasladar los cohetes hacia el borde del precicipio. A regañadientes tuvo que reconocer que estaban muy bien coordinados… Ya les gustaría a los de Tierra de Partida tener algún tipo de disciplina similar.
Escuchó unos pasos y al levantar la vista vio que Mulán le tendía la mano. Aspiró entre dientes al estrechársela y levantarse, y se frotó las palmas, dolorida.
—
Si crees que me voy a olvidar de lo del perro, estás muy equivocado—masculló, de demasiado mal humor como para no echarle en cara una pequeña parte de sus desgracias a la chica.
Con todo, se dejó guiar hacia un grupo de personas. Reconoció rápidamente el uniforme y arqueó las cejas, sorprendida.
Cuando Mulán tomo asiento y le pidió perdón con una sonrisa, le dedicó una mirada fulminante, pero se obligó a asentir y a indicarle que no pasaba nada…Al menos de cara al público.
—
¿Es este tu famoso amigo, Ping?Al igual que los soldados la examinaban a ella, Fátima estudió con curiosidad al grupo de élite al que la habían invitado. En particula, aunque intentó que no fuera con descaro, al hombre que había hablado. La mitad izquierda de su rostro estaba quemada —le recordó a la Maestra Rebecca y se preguntó qué le habría sucedido—, pero la parte sana era atractiva y esbozaba una sonrisa agradable hacia Mulán. A su lado había un hombre que afilaba una espada y, apoyado sobre su hombro, un oficial más joven dirigía una mirada de censura hacia Fátima, que se revolvió, inquieta. Aun así, pensó que la cercanía de esos dos era muy… interesante y no pudo evitar sonrojarse un poquito.
—
Sí, es el héroe que salvó a Shang hace un año, antes de que entrarais en el campamento —Mulán le puso una mano en la espalda y la obligó a adelantarse—
. Daliao, estos son Feng, Rei y Jia.Se puso firme y realizó el saludo militar que había visto hacer.
—
Es un honor, señores —dijo con firmeza, aunque la voz le falló un poco por el cansancio.
—
¿Preparado para matar algunos hunos, Daliao? —el hombre de la cicatriz, Feng, le tendió un vaso lleno de algo con alcohol, sin duda—
. Toma un trago con nosotros, anda.Fátima titubeó un instante. Pero en seguida se dio cuenta de que se le presentaba una buena oportunidad: ya que sin duda no podría acercarse a Shang, no después de todo lo que había pasado, podía intentar ganarse a aquellos hombres tan cercanos al capitán. Aunque…
—
¿Es que acaso va a poder con los hunos? Tiene pinta de no haber matado ni la menor rata.
No parecía que a Jia le cayese muy bien.
—
Gracias, señor —Fátima aceptó el vaso que le tendía Feng y agachó la cabeza con respeto.
—
Más bien, parece que huiría nada más ver una.Ignoró la puya, aunque rechinó los dientes silenciosamente.
—
Jia, ¿recuerdas lo que te dije sobre ser un jefe desagradable? —inquirió Rei, más concentrado en pulir su espada que en reprochar nada a su… compañero.
«
No parece que preste muchas atención a tus enseñanzas» pensó con sarcasmo.
—
No hace falta que me lo digas. Rei dio un pequeño capón a Jia, que se replegó y gruñó como un gato con el lomo erizado. Feng rompió a reír, recibiendo una mirada reprobatoria de Shang. Fátima se encogió, deseando desaparecer, cuando los ojos del capitán cruzaron sobre ella.
—
No hacía falta pegarme.A pesar de que Jia no le había causado una buena impresión, Fátima tuvo que contener una sonrisa. Interrogó a Mulán con la mirada antes de tomar tentativamente asiento y tras catar la bebida, la apuró de un trago. Agachó de nuevo la cabeza con agradecimiento, conteniendo la tos, porque fuera fuerte o no, su garganta reseca la recibió como un pequeño incendio.
—
Es cierto que no tengo experiencia en combate directo con los hunos —tanteó. Y tampoco quería tenerlo—.
Pero si es necesario, daré la vida por mis compañeros—miró a Mulán de reojo—.
Espero poder servir con honor al ejército chino. Aunque ya lo es poder luchar al lado de guerreros como ustedes—afirmó, sintiéndose ridícula pero esforzándose por no sonreír ni parecer que estaba intentando ganárselos, aunque fuera su intención. Mantuvo en todo momento una expresión pétrea y, esperaba, llena de respeto—.
Sin embargo… —miró a su alrededor, hacia donde los chinos trabajaban por colocar todos los cohetes. Luego, hacia el campamento huno—.
No tengo la menor idea de táctica, pero no puedo evitar pensar que es un objetivo demasiado pequeño. Pensaba que los hunos eran mucho más numerosos —dejó la pregunta abierta para que pudieran responderla. Seguramente se regodearían en su ignorancia, pero ahora su orgullo no importaba. Debía intentar averiguar todo lo posible para intentar adivinar qué estaba planeando Andrei.
Incómoda, se removió en las piedras y contempló de nuevo el precipicio con incomodidad.
—
Es un buen lugar para tendernos una emboscada. No hay sitio a donde huir—masculló, más para sí misma que para los demás. Miró a Mulán, aunque supuso que cualquier otro podría responderla—.
Disculpen mis preguntas pero de tantas batallas deben saber cómo suelen actuar los hunos. ¿Atacan directamente o prefieren otras tácticas? Esperaba que realmente no les molestaran e interpretaran su interés como respeto y admiración, ya que se ocuparía de intentar mostrar esos sentimientos si respondían a sus preguntas. Y ojalá que Mulán le echara un cable, porque tenían que estar muy atentas.
Con todo, Fátima no podía quitarse de encima la sensación de la emboscada y su cuerpo se puso en tensión, preparada para invocar la Llave Espada para defenderse… Si es que sucedía algo. Quizás estaba imaginando cosas.
Cuando volviera a Tierra de Partida —si lo hacía, pensó con negro sarcasmo— aprendería de tácticas militares. Vaya que si lo haría.