Saeko & IvanDiana fue la primera en conseguir salir de la Central, cargando con uno de los soldados. Poco más tarde, Saeko y Gengar consiguieron lo mismo a duras penas.
Pero cuando llegó el turno de Cool Wind, todos se quedaron sorprendidos por sus actos. Logró empujar al último guardia a fuera y cerrar la puerta de golpe ante la atónita mirada de Diana, encerrándose dentro.
—
¡¿Qué estás haciendo?! ¡Espera!Pero ya era tarde: la puerta había sido cerrada.
—
D-disculpen, señoritas... —balbuceó el soldado inteligente, el primer en haber sido salvado por la rubia.
—
¡Ahora no! —le interrumpió ella, echándole una mirada a Saeko—
¡Manda a tu fantasma ahí dentro, que saque a ese idiota atravesando el metal o algo así!—
C-creo que... yo... M-me he equivocado —insistió de nuevo el guardia, que empezaba a recobrar el sentido en sus piernas—.
Antes de salir... Bueno, no parecía que estuviese sobrecargando la central para que explotara...—
¿Qué? ¿Entonces qué va a pasar?Dentro, Ivan estaba apunto de descubrirlo. Sin rastro alguno del experimento amarillo, la torre central cada vez estaba más y más cargada de electricidad. Si hacía caso a las palabras del alien, aquello explotaría en cualquier momento: era hora de coger a Pikachu y ponerse a salvo gracias a la
Evasión Sombría, más propia de los sincorazón.
Y entonces, ocurrió.
La torre liberó toda la energía acumulada en una gigantesca descarga eléctrica que se extendió por todas las direcciones posibles. De nada sirvió la puerta cerrada o que uno estuviese fusionado con el suelo: la electricidad afectó a todos estuviesen donde estuviesen en un radio imposible de saber.
Saeko, Diana, Ivan, los tres soldados: todos cayeron al suelo (o surgieron de él) inconscientes. Muertos, tal vez. El único que sobrevivió fue Pikachu.
Tras la descarga, la central se quedó en absoluto silencio. Ninguna máquina encendida, ninguna luz parpadeando. El único ruido fue el de una pequeña esfera verde cayendo al suelo. En ella, había escrito un número: 221.
Saito & NeruEl intento por alcanzar a 626 fue bastante desastroso.
Por mucho que se empeñaran los dos aprendices en darle caza, entre las naves sincorazón que no paraban de disparar a diestro y siniestro, y la propia velocidad que llevaba el vehículo del experimento azul (por no hablar de su temeraria manera de conducir, ¿dónde se habría sacado el carnét?) fue imposible atraparle.
La única oportunidad que tuvieron fue cuando unos sincorazón acorazados chocaron contra la nave roja, haciendo que se tambalease. Los dos chicos, finalmente, pudieron colocarse casi a su altura aprovechando el descenso de velocidad. Justo a tiempo para escuchar una voz robótica.
Hiperpropulsor activado.
Sistema cargándose.
Fue en ese momento cuando los
Electro de Saito impactaron en la parte trasera de la nave, provocando pequeños cortocircuitos por todo el aparato. 626, que había tirado de una palanca, empezó a hacerles gestos con los brazos para que se marcharan, insultándoles en un idioma que no entendían. Pocos segundos después, la voz volvió a hablar:
Atención: sistema de orientación fallando.
Fallo en la navegación. No conectar el hiperpropulsor.
Repito. No conectar el...
La abominación, nerviosa, no terminó de escuchar lo que el ordenador de abordo le decía, y volvió a bajar la palanca. Sabiendo que algo iba mal, 626 se giró de nuevo hacia los aprendices gritando y golpeando el cristal, pero esta vez no eran gruñidos de enfado o de ira. Podría decirse que parecía... ¿Asustado?
Ni Neru ni Saito pudieron saber la respuesta. De pronto, el famoso hiperpropulsor de la nave roja se activó liberando una fuerte onda expansiva que empujó a ambos aprendices a mucha distancia, cada uno en una dirección opuesta.
De 626 y su nave no quedó rastro: habían desaparecido a una velocidad imposible de imitar.
Todo empeoró cuando un proyectil alcanzó de lleno el
glider de Saito, que apenas se había recuperado. El impacto acabó separando al chico de su vehículo, dejándole flotando sin control por el espacio.
El siguiente misil, de la misma nave que había disparado el primero, fue directo hacia el indefenso humano. Incapaz de moverse, si recurría a cualquiera de sus habilidades ninguna parecía detener el torpedo. Hasta que...
―
Fulgor.Una enorme bola de fuego se llevó por delante tanto el misil como la nave que lo había disparado, generando una explosión gigantesca. Saito habría salido volando ―otra vez― por la fuerza que generó, pero alguien le sujetó con firmeza. Casi sin darse cuenta, el aprendiz se encontró entre los brazos de una mujer que le acunaba cual bebé.
―
¡Anda, mira lo que he pescado! ―enfundada en una armadura, su voz delató a Ariasu. E incluso sin que hubiese hablado, su peculiar y reconocible gorro seguía intacto incluso bajo una chapa de metal―.
¿Estás bien, Saitito?Subida en su propio
glider, la Maestra echó un vistazo a su alrededor, inspeccionando la zona. Su vista se paró en Neru, quien seguramente no reconocería a aquella mujer como una de las maestras de Bastión Hueco, y mucho menos de lejos.
―
Oh, ese no es de los míos ―comentó, juguetona―.
Una pena que estemos tan cerca de la Federación, a Shinju le encantaría que se lo llevase como juguete. Últimamente rompe todos los que le llevo.»
Será mejor que entremos, la Consejera estirada me está esperando. Ah, pero antes...Con un ligero movimiento de la mano, volvió a liberar un
Fulgor hacia un grupo de naves sincorazón. Puede que lo hubiese hecho aposta o no, pero desafortunadamente para Neru, él se encontraba muy cerca de ellos. La nueva explosión hizo que el aprendiz de la luz perdiese completamente el control de su
glider. Girando y girando, se perdió en el inmenso espacio...
Saito, por su parte, fue llevado por la Maestra de vuelta al interior del Transporte Penitenciario. Había fallado en su misión de capturar a 626, pero al menos estaba a salvo.
* * * *SaekoMaldito dolor de cabeza. Si Saeko había tenido alguna vez en su vida una resaca, aquello sería mucho peor. Poco a poco abriría los ojos y volvería a la realidad, desorientada y confusa en un principio.
La aprendiza se encontraba tumbada en una incómoda cama, demasiado pequeña para ella. A su alrededor, encontraría una pequeña habitación metálica poco amueblada: dos camas (una ocupada por ella), una mesita entre las dos, un gran armario lleno de objetos extraños, y unas sillas repartidas por toda la estancia. Que todo fuese metálico indicaba que, al menos, debía de seguir en la nave de la Federación.
No había rastro de Gengar. Pero Saeko sí que estaba acompañada por alguien: sentada en la otra cama, estaba Diana.
―
Estás despierta, bien ―comentó, bebiendo de un pequeño vaso―.
Si te quedabas en coma fijo que Ariasu me echaba la culpa.―
Estamos en el hospital de la nave, en una habitación de descanso. Han pasado tres horas desde la descarga en la central, ¿te acuerdas? Nos trajeron aquí para curarnos, aunque yo que tú miraría que no te falta algún dedo o algo así, estos aliens no están acostumbrados a tratar humanos.Era cierto lo de la curación: si Saeko se examinaba, vería que no tenía herida alguna por todo su cuerpo (ni la faltaba nada, afortunadamente). Se sentía débil y le dolía la cabeza, pero por lo demás estaba bien.
Tras la explicación, Diana se levantó de la cama y caminó con tranquilidad hacia la salida.
―
La Maestra Ariasu está en algún lado de la nave, y Saito está en la habitación de al lado, están intentando regenerarle un pie o algo parecido ―se limitó a decir. Abrió la puerta, pero en el último momento se giró para mirar a Saeko a los ojos―.
Es difícil hacer amigos en Bastión Hueco, te lo digo por experiencia. No rompas una amistad por algo tan estúpido como el orgullo o lo que sea que te pase por la cabeza. Ve a verle.―
Es un consejo, haz lo que te de la gana con él.Se encogió de hombros, despreocupada, y abandonó la habitación cerrando la puerta tras de si. Saeko se quedó sola, asimilando la información que le habían dado.
Gengar, Ariasu, Saito, muchos a quien buscar. Aunque, de momento, sólo sabía dónde estaba uno de ellos.
NeruLa explosión provocada por el
Fulgor había sido horrible. Chocar contra una piedra especial mientras giraba sin control, todavía peor.
Una trompa de agua fría hizo despertar a Neru. Tirado en un duro suelo y sin la armadura puesta, el muchacho se encontró de pronto en un escenario completamente nuevo.
Estaba en un barco.
Sí, en un barco. Pero lo más raro era que, cuando mirara a su alrededor no habría un cielo azul, ni oiría el ruido propio de las olas del mar chocando contra el barco. No. A su alrededor, sólo había espacio. Seguía en el espacio, o en el intersticio si prefería llamarlo así, pero en un barco... ¿Hecho de madera?
Voces y murmullos devolverían a Neru a la realidad: a su alrededor, un grupo de variopintos alienígenas le observaban con caras de pocos amigos. Destacaba uno justo enfrente de Neru: un enorme ser de roca, que alcanzaba y superaba con facilidad los dos metros. Vestido con ropas elegantes, casi propias de un marinero de alto rango (sombrero incluido), atravesaba con la mirada a Neru.
Entonces, sin mediar palabra, el grandullón se apartó para dejar paso a un nuevo extraterrestre. A una nueva, para ser más exactos.
Una mujer, sin duda, alta, esbelta, y vestida con ropas elegantes. Aunque su silueta era humana, su rostro reflejaba claros rasgos felinos y sus penetrantes ojos verdes intimidaban a cualquiera. Su pose, firme y autoritaria, y la forma en la que los demás aliens la miraban dejaba claro que ella era la que mandaba allí.
―
Estás a bordo del Legado R.L.S. Soy la capitana Amelia, de la Federación Galáctica. Apareciste de pronto cuando caías del mástil del barco, muchacho ―su mirada se clavó en los ojos de Neru como una daga―.
Nombre, ocupación y planeta de origen, si eres tan amable. Y espero, por tu bien, que tengas una buena explicación para todo esto.―
No tolero polizones en mi navío.Todos los extraterrestres presentes en cubierta centraron su atención en Neru, esperando cualquier orden de su capitana para actuar.
En efecto, a Neru más le valía tener una buena excusa.
IvanEl despertar de Ivan fue más tranquilo que el de los demás. Sin dolor de cabeza ni ruido alguno, el fugitivo iría abandonando el mundo de los sueños hasta encontrarse en una pequeña habitación metálica, tumbado en una cama. Puede que en un primer momento le pareciese estar de vuelta a su celda, pero todo era más blanco y el colchón mucho más cómodo que el de allí.
Oh, pero había algo mal, desde luego. El joven encontraría sus manos aprisionadas con unas enormes esposas que le cubrían de muñeca a muñeca, imposibles de romper por mucho que se esforzase. Además, de su cabeza había desaparecido la máscara y las gafas. De Pichu, o mejor dicho de Pikachu, ni rastro.
Pero todavía no había llegado a lo peor.
Apoyado contra la pared al lado de la puerta había un hombre con ropas de mago, aparentemente dormido por las cabezadas que daba. Ivan le reconocería sin problemas, a pesar de no haberle visto en años.
Kazuki.
Un simple movimiento del muchacho bastó para que el Maestro alzara la mirada y clavara sus ojos en los de Ivan.
―
Cuánto tiempo, eh, Ivon.Pillado.
SaitoTras el rescate de Ariasu, la Maestra había llevado a Saito hasta el hospital del Transporte, situado dentro de la zona residencial, para que le trataran el pie destrozado. Aunque se había topado con un inquietante problema: aquellos extraterrestres tenían poco conocimiento sobre los
homo sapiens, y prácticamente todos los médicos, doctores y cirujanos de la nave habían ido para aportar su opinión.
Saito escuchó de todo. Desde un grupo de cirujanos que insistían en que debían de extirparle "esa protuberancia horrible que le salía en mitad de la cara" (también conocida como nariz), hasta los que opinaban que le faltaban brazos y querían hacer que le crecieran unos nuevos en zonas poco recomendadas.
Al fin, una doctora se había impuesto sobre el resto y les había obligado a salir antes de que transformaran a Saito en un monstruito. Su salvadora, un ser con forma de esfera rosa llena de ojos y que caminaba sobre dos patitas, parecía estar más puesta en los humanos. Le aseguró que sabía lo que hacía, y con un pinchazo en el brazo, el aprendiz se sumió en un profundo sueño.
¿Cuánto tiempo estuvo dormido? Difícil de saber. Aunque un extraño sueño en el que Diana entraba en la habitación, le acariciaba el pelo y se marchaba parecía haber sido muy real. Finalmente, cuando despertó, se encontró completamente solo en la misma habitación que antes.
En su pie izquierdo había un gran aparto mecánico que le llegaba hasta la rodilla. No paraba de pitar y los engranajes se movían por dentro, e incluso de vez en cuando notaba algún que otro pinchazo.
En la mesilla, al lado de la cama, había una nota:
¡No te mover! ¡No te quitar aparato!
Estaba escrito en su idioma, aunque no parecía que lo dominase mucho.
Así pues, Saito se encontró solo y, en teoría, incapaz de moverse por prescripción médica. Aunque que un aprendiz se saltara las normas tampoco sería ninguna novedad.
¿Merecía la pena salir y ver qué había sucedido en esas horas o era mejor guardar reposo?
Fecha límite: sábado 16 de agosto.