El armonioso estruendo afecto, además, al ambiente de forma que se crearon unas pequeñas ondulaciones en el agua de la laguna. La magia comenzó en el justo momento en que las piedras del arco se iluminaron con un brillo cegador que dio paso a una sensación que convirtiéndose en una atmósfera asfixiante. Todo fue arrastrado, sin embargo, por una corriente fresca y pura de aire. Los largos y dorados cabellos de Enok se descolgaron volteándose en el aire débilmente y acariciando el vacío. Olía a Naturaleza.
A esta ráfaga le continúo un perfil o más bien, una figura completa dibujándose sobre los resplandores. El portal se fue apagando lentamente, dejando a la vista lo que se podía considerar como un hada. A juzgar por su semblante y su aspecto ceremonial se trataba de un ser superior, un jefe o algo similar. Su estatura era bastante elevada así como su portento. El color verde predominaba a través de todo su cuerpo haciéndose peculiar concretamente en su cabellera. El bastón sobre su manos además de las alas sobre su espalda era probablemente lo más representativo de aquel ente y lo que hacía asociarlo con uno de aquellos seres tradicionalmente juguetones.
—Han transcurrido años desde la última vez que nos vimos, Fauna. Mi corazón se regocija al ver que estás bien. —Fueron sus primeras palabras, emitidas junto a un gesto ceremonial en dirección a la otra hada, la que Rosa había llamado Tía Fauna.
—Oh, Eir, quien más se alegra soy yo—respondía esta con una inclinación.
Tras este pequeño prólogo comenzaron las presentaciones, una vez más.
—Mi nombre es Eir, y soy la protectora de las Ciénagas. Me alivia ver que os acompañan dos… cuatro… de los nuestros. ¿Qué os trae aquí? Hace años que los humanos no tocan el Cuerno…[/b]
Antes de que pudiese finalizar, Enok sintió a su lado una caricia. Se trataba de la montura del Guardián, que con una expresión muy tierna recorría el muslo del chico. El aprendiz desvió momentáneamente su embelesamiento ante la visión del hada y devolvió el gesto hacia el animal. Algo le decía que aquello pronto terminaría.
Mientras tanto, el gigantesco Guardián se había estado acercando hacia el hada, lenta y extasiadamente. Casi al mismo tiempo, el pequeño ser vegetal que el Guardián había estado guardando dio un salto con el que cayó de lleno hasta la rodilla del aprendiz. Desde allí se valió para rozar la mejilla del muchacho, enrojecida hasta el extremo por la situación que estaba experimentando. Su cuerpo era recorrido por un cosquilleo que le obligó a derramar una pequeña lágrima. Como aquella despedida se alargase un minuto más, el chico se vería en graves problemas para dejarlos ir.
Finalmente, aquellos seres se marcharon, el Guadián, el arbolito y la montura del Guardián, a través del arco iluminado. En cierto modo, ahora todo quedaba más vacío.
—Mi señora, soy el príncipe Felipe, hijo del rey Huberto, y ella es Aurora, la hija del rey Stéfano. He sido yo quien ha tocado el Cuerno… Os suplico ayuda. Mi reino es el único que se mantiene en pie contra Maléfica, pero no lo soportaremos mucho más: no ahora que cuenta con la ayuda de esos demonios, de esas sombras negras. Da igual cuántas matemos, siguen viniendo una tras otra. Maléfica no se detendrá hasta eliminarnos a todos. Y después… Sólo quedarán las Ciénagas. Os suplicamos que nos ayudéis. Es nuestra enemiga común: Maléfica no dudó en eliminar a Nanna y a Nerthus. Es muy probable que Freyja también… Por favor. Trazad una alianza con nosotros. Antes de que sea demasiado tarde.
Aquella intervención, que pilló a Enok en una situación bastante nostálgica, aclaró un poco más las ideas del chico. Como había sospechado, ese señor era un príncipe. Lo que no esperaba es que la chica que había conocido como Rosa fuese una princesa y que en realidad no se llamara por ese nombre, sino Aurora, la princesa Aurora.
El diálogo continuó aunque esta vez más que solucionar problemas de entendimiento en el chico, creo muchos más. De alguna forma u otra el hada confirmó que la tal Maléfica perteneció a las propias Ciénagas. También entraban en juego una serie de tesoros, que una vez fuesen reunidos servirían para hacer cooperar a los habitantes de la Ciénaga.
—Pero qué encantadora reunión.
Aquella voz no pertenecía al grupo. Ni aquel tono, irónico y superior al resto. Tampoco las reacciones de cada uno de los allí presentes fueron algo que se pudiese haber esperado en un momento así. Y todo ello junto dio como resultado un cambio radical de la atmósfera.
Entre risas demacradas, una figura muy marcada avanzó hasta el centro del escenario. Se trataba de una mujer, de líneas y contorno muy suave, ataviada con una túnica oscura que cubría todo su cuerpo. En uno de sus hombros reposaba un cuervo, muy posiblemente el cuervo que antes les había estado observando.
La reacción de los humanos se confirmó mientras que los dos caballos, tanto el que habían usado Enok y Nikolai como el otro perteneciente a los desconocidos, se revolvieron nerviosos, relinchando y haciendo ademanes de salir huyendo. Sin embargo, el aprendiz de la llave-espada no logró controlar al equino, que desbocado emprendió un rápido galope hasta perderse entre los árboles.
—Y pensar que personas tan dispares se reunirían para enfrentarse a mí. Mis hermanas, la plebe…Los intrusos a los que nadie invitó…—meditó mientras miraba a Enok y a Nikolai—. Los traviesos aprendices perdidos… Y, oh… ¡Hasta la realeza!
Aquello no iba a salir bien.
—¿No es maravilloso que todos esos dones que le otorgaron mis antiguas compañeras hayan convertido a la princesa en una muchacha de tanta gracia y belleza? Como una flor antes de marchitarse.—El principe se dispuso a blandir su espada pero antes de que pudiese continuar su ofensivo, fue expulsado hacia detrás dejando en el aire un polvo verdoso.
—Maléfica, detente.—Por lo tanto, aquella era Maléfica. La verdad, pensó Enok, es que las habladurías que había ido archivando desde que pisó aquel mundo que se referían a aquel personaje correspondían bastante con la realidad.
El diálogo entre los actores de aquel drama se desarrolló como era de esperar. La tensión se mantenía e incluso parecía aumentar. Finalmente, Maléfica sentenció:
—Si no lo entregáis, lo tomaré yo con mis propias manos. Diablo: coge el Cuerno. Y luego…—añadió dirigiéndose a los aprendices, Enok y Nikolai—.Si sabéis lo que os conviene, vendréis conmigo, Caballeros. Vuestra Maestra os está esperando.
Y llegó así el momento, el momento quizás más decisivo de toda la historia que aconteció durante aquel día. A diferencia de los cuentos tradicionales, este se asemejaba más a un relato. No, los protagonistas no tenían asegurada la victoria. No habría una enseñanza moral, una moraleja que aplicar a la vida cotidiana.
Aquello sería, por descarte, lo más estúpido y lo que más riesgo innecesario supondría. Pero, por alguna extraña sensación, por un deseo casi masoquista, Enok tenía que actuar no como se esperaba de él, sino como una persona con los ideales claros, por muy turbios que llegasen a ser en ocasiones.
No fue necesario entretenerse en invocar la llave-espada entre los dedos de su mano derecha ya que esta apareció al instante. Alzándola mientras esprintaba hacia el cuervo, sus labios dejaron escapar tan solo una palabra:
—Ráfaga.—El hechizo no tardaría en hacer efecto, levantando una corriente de aire que con suerte podría truncar el vuelo del pájaro.
Cuando pudo, miró a Nikolai, su compañero, y asintió con fuerza.
Aprovechando los segundos, volvió a lanzar el mismo hechizo esta vez con el fin de que el ambiente se revolviese un poco más, en dirección a un montículo de hojas caídas. Lo que pretendía era que aprovechando el desconcierto, los demás aprovechasen para huir.
—¡R-Rápido, escapad!
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