Fría y agitada mañana se mostraba ante los recién abiertos ojos del aprendiz perruno que reposaba sobre la rama de un árbol con un cigarrillo en la boca, contemplaba desde lo lejos el ajetreo y barullo de aprendices y Maestros corriendo de arriba para abajo ¿Pero cual era el motivo que les impulsaba a aquel revuelo?
El día le era familiar al aprendiz, y no en vano, pues en su casa siempre se había celebrado...
La noche de los Reyes Magos.¿Podía ser, tal vez, lo que el aprendiz había esperado tanto tiempo, después de todo tenía razón y al igual que papá Noel también existían? No sabía que hacer en aquel momento ¿Bajar del árbol en busca de estos desconocidos personajes, permanecer ahí y vigilar el jardín en busca de sus camellos? Era difícil de decidir, hasta que su estómago empezó a rugir, el hambre se levantó en el mestizo y, deseoso de probar bocado, bajó de un salto de aquella temblorosa rama y se dirigió sin mas al comedor.
Su duda creció en el momento en que empezó a ver aprendices aglomerados ante lo que parecía una gran montaña de regalos, era increíble la montaña que se levantaba en medio del comedor, daba alarde sin duda al poder mágico de aquellos tres reyes, pero el aprendiz ni se acercó a la montaña de regalos, pues el sabía que si no se enviaba una carta a los reyes estos no te traerían un regalo...
¿O tal vez sí?—
¡Kupóa donde va, maestro Hiro! — Gritó una voz conocida que se escondía dentro de la gran pila de regalos —
¡Kupóaqui hay algo para ti!.
Del montón de regalos uno se levantó sobre los demás y empezó a moverse hacia el incrédulo aprendiz, poco a poco las pilas de regalos se desmoronaban a un lado y dejaban ver al pequeño Moguri que cargaba sobre su cabeza con el
regalo parlante, adornado con un fino lazo de seda roja y bien envuelto con un papel de un precioso color
caqui.
—
Kupómira, te han dejado un regalo, deberías abrirlo.
No podía creer las palabras del Moguri ¿Un regalo para el? Imposible, no consideraba que se hubiera portado bien, y menos que mereciera un regalo, sobretodo sin haber enviado una carta a los reyes, pero aun así el Moguri insistió, señalando un lado del regalo donde estaba escrito, de una forma horrorosa, la palabra
Hiro.
—
¿Un regalo para mi? — se preguntó —
Imposible, no lo merezco, sin duda los reyes se han equivocado.
—
Kupóo saben que un chico fue muy bueno el año pasado y les ayudó a repartir regalos a los aprendices de Tierra de Partida en su nombre — Guiñó un ojo el Moguri, recordando la breve aventura navideña del año pasado.
Aunque fuera cierto no sabía que hacer ¿De verdad merecía el regalo, debía abrirlo, o otra persona se lo merecía más? Su cabeza no había parado de dudar desde que se despertó aquella fría mañana, y no parecía que sus dudas se fueran a aclarar rápidamente, así que como no tomaba la iniciativa MoguDer la tomó por el.
—
Kupócon permiso — Estiró de golpe aquel fino lazo de seda roja y destripó aquel precioso papel de color
caqui, contemplando el regalo del aprendiz.