—Dos combinados, por favor.
Un día libre que no iba a desaprovechar. Los maestros nos propusieron ir a unas islas tranquilas donde hacía ya una temporada celebré la fiesta de Halloween, pero fue tan breve que era como si nunca las hubiese visitado; además se encargaron de lanzar unos hechizos y cosas raras que no me importaron lo más mínimo para que nadie se entrometiese ni aparecieran los sincorazón, ese día yo no estaba para pensar ni memorizar mucho.
Nikolai se ofreció a prepararse conmigo y llegar juntos al lugar acordado, ni que decir que Gengar se negó en rotundo a venir, el pobre hubiese muerto nada más pisar la arena bajo el sol. Llevé una pequeña maletita con comida, toallas y ropa de recambio, además de coger el único bikini que tenía en mi armario. Y no, no es que fuese muy dada a ir a la playa, la verdad.
Después de instalarnos en un sitio concreto, un poco alejado de miradas indiscretas y de toda la muchedumbre que iba de un lado a otro, nos decidimos por ir a un chiringuito de la zona regentado por un hombre gigantesco cuyo nombre, que lo escuché una sola vez, me dejó patidifusa. Vi por la playa aprendices de los dos bandos comiendo, corriendo y jugando de un lado a otro como los niños que eran, hasta Saxor que trajo a su lagarto y Victoria iba vestida con su armadura. No era nadie para criticar a los demás, pero menudo gusto tenía para vestir, solo mirarla ya me provocaba una insolación. La próxima vez que le tuviese que dar clases, tendría que enseñarle también algunos conceptos básicos.
El servicio fue exquisito, tomé el vaso, decorado con una graciosa sombrilla, para llevarlo a la boca muerta de sed. En ese momento iba vestida con el bikini, decorado con mariposas blancas sobre un fondo negro, además de un sombrero de paja que me había traído para la ocasión y me protegía del sol. Qué decir que hasta me había recogido el pelo en dos coletas para no asfixiarme más de la cuenta; lo tenía demasiado largo.
Le indiqué con la vista a Nikolai que viniese conmigo a pasear por la playa, mientras tomábamos aquellas bebidas, sintiendo la suave arena acariciando mis pies y la brisa relajante el rostro. Me recordó a aquella misión reciente, donde me tocó ir a Atlántica, y me pregunté si me podría transformar también en una caimán dentro del agua. Pero como fuese, no quería asustar a Nikolai, así estaba bien, con dos piernas y sin colmillos ni escamas.
En un momento dado le busqué la mano en la que llevaba el brazalete, y al tocarlo le sonreí.
—No te separas de él, ¿no? —comenté, divertida.
Y así pasamos el rato. Más tarde los maestros Ryota y Ronin propusieron un juego: una yincana. No sabía lo que era porque no era muy dada a los deportes, pero en teoría, si había entendido bien, consistía en superar unas pruebas para ganar unos premios. Un Moguri nos entregó unas tarjetitas para colgarnos alrededor del cuello con un número, y yo era la participante dieciséis. Número par, me gustaba.
—¿Qué dices? ¿Nos apuntamos? Ya que estamos, vamos a aprovechar. No todos los días te dan unas vacaciones así. —me comentó, ilusionado y sonriendo de oreja a oreja. Hasta yo me quedé sorprendida por su entusiasmo.
—Pareces un niño, Nikolai —le recriminé, intentando burlarme de él un poquito—. Pero vale, tenemos que llegar a la final, tú o yo. —Y sonreí, esperando su propuesta. Entonces caí en algo muy, pero que muy importante. Alarmada y asustada, exclamé un gemido de sorpresa—. ¡Pero primero tenemos que ponernos crema solar! No pienso volver a casa cocida como una langosta.
Menos mal que había traído conmigo en mi maleta, así que fui a por ella. Le pediría ayuda a Nikolai para que me recubriera la espalda, y yo le ayudaría a él también.