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Watson me tendió una mano, pero quedó suspendida en el aire, pues no necesitaba ayuda. Alcé la vista, escrutando la parte superior de las estanterías, y por ende, la camisa destrozada del Aprendiz, totalmente rasgada e inútil. Afortunadamente, el libro pareció atontando por la caída, por lo que todavía teníamos un poco de tiempo.
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Simbad, ¡sube de nuevo y ve contándome cómo va! ¡Voy a subir a Aru para que no sufra algún daño! Asentí, era buena idea poner a la inconsciente Aru a salvo. Escalé una pila de libros un tanto, vigilando al libro desde las alturas mientras mi compañero conseguía escalar una estantería cercana. Entonces comencé a pensar. Necesitábamos parar a esa bestia, ¿pero cómo? Ya era suficientemente difícil sin ser unas hormigas. Supe que sería tarea imposible.
Estuve a punto de resbalar, afortunadamente, conseguí sostenerme en el último momento, quedándome colgado de un marcapáginas, de esos que son un hilo. Abrí los ojos con esperanza. Tenía una idea. Escalé de nuevo hasta alcanzar una posición segura, y comencé a arrancar marcapáginas de los libros, con cuidado de no abrirlos. En cuestión de minutos, tuve una cuerda larga hecha de marcapáginas, hecha con nudos resistentes. O eso creí.
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¡Un momento! —el grito de Watson me alertó—.
¡Simbad! ¡Tengo una idea! ¡Ayúdame a subir a mi chica! Yo debería comenzar a formular mi testamento en mi mente.Fruncí el ceño. ¿En qué demonios estaba pensando ese idiota? Analicé sus movimientos, buscando algún tipo de señal que me indicara lo que pretendía. En cuanto vi que se encaramaba por encima del libro asesino (que berreaba furioso bajo sus pies) supe exactamente en lo que estaba pensando. Y era una completa locura.
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¿¡Pero tú estás majara!? —vociferé a los cuatro vientos—.
¿En serio piensas saltar sobre el libro? ¡Es un suicidio!>>
Además, ¡¿cómo quieres que suba a Aru, si estamos a por lo menos medio metro de distancia?!—
Quizá si usamos al libro para impulsarnos hasta la parte alta de esa estantería —señaló hacia la estantería dicha, que estaba llena de panaceas—
quizá tenga… Alguna solución al problema.Suspiré, totalmente rendido. Watson era como una maldita tormenta, era impredecible y le gustaba el riesgo. Y era inteligente, lo que le hacía mucho más propenso a meterse en situaciones de las que no sabía salir. Negué con la cabeza, sabiendo que no teníamos otra opción.
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¡Está bien! —accedí finalmente, sujetando la larga cuerda hecha de tela de marcapáginas—.
¡Pero no vas a poder cargar a Aru ni de coña, y ni se te ocurra saltar con ella, estamos a por lo menos a un metro del suelo!Cogí aire, relajando mis músculos, que se habían convertido en puro acero por la adrenalina. No tenía vértigo, pero la caída era importante. Sin pensarlo más, cogí la cuerda con ambas manos. Se me había ocurrido una idea, quizás la última de mi vida, pero para efectuarla solo tenía una oportunidad.
Salté con toda la fuerza de mis piernas. Pataleé un momento en el aire, hasta que conseguí hacer un Planeador y estabilizarme. En el momento en el que duró la caída, el viento azotó mi rostro, y vi pasar por delante toda mi vida en diapositivas en blanco y negro, con el tiempo ralentizado. Volar era maravilloso.
Antes de caer sobre el lomo del libro, enarbolé la cuerda, y con un hechizo Ráfaga, conseguí pasarlo por la boca del tomo. Costó más de lo que pensaba, pero conseguí hacerlo. El libro se quedó estático, como si estuviera evaluando la situación antes de que cayera duramente sobre el pelaje de la portada.
Me recuperé rápidamente del golpe, sabiendo de mi situación y miré a Watson, suspendido a un metro sobre mí, con Aru a cuestas. No podía salir bien. El libro comenzó a moverse inquieto, mascando la cuerda, la cual aferré con más ganas si podía y manteniéndolo a raya en la posición.
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¡No tienes mucho tiempo! —grité—.
¡Ahora o nunca!