Durante el viaje en barco, Kairi se acercó a Hércules en un momento en el que el héroe se encontraba solo, para preguntarle sobre la nueva integrante del grupo:
―Haceis buena pareja
—¿Q-qué? —Dio un brinco en el sitio, sonrojándose de nuevo y haciendo gestos de negación con las manos—. S-sólo somos amigos, nada más.
Ni siquiera él parecía muy convencido de lo que decía, e incluso evitó mirar a Kairi directamente.
—¿Cómo os conocisteis? No parece caerle bien a Pegaso.
—Hace unos años, Meg fue la primera persona a la que salvé de un monstruo, aunque salió un poco mal y creo que en realidad ella ni siquiera necesitaba que la salvasen. —Soltó unas risas, recordando aquel momento—. Nunca le ha caído bien a Pegaso, no se por qué. Es algo mutuo, supongo.
Comentó un par de veces en las que Meg y Pegaso discutieron, la mayoría anécdotas graciosas, antes de volver a requerir su atención el resto del barco, pues aparecieron nuevos sincorazón que destruir.
El resto del viaje transcurrió tranquilo y sin incidentes mayores.
Ragun
Ragun, acompañado de Fátima y Hércules, avanzó por un oscuro pasillo tras haberse adentrado en el templo. Avanzaban en línea recta, siguiendo una luz al final del todo que cada vez se acercaba más y más según caminaban. Sin embargo, todo cambió de pronto sin previo aviso alguno.
El aprendiz ya no estaba en un templo oscuro, sino de pie en las gradas del coliseo de Tebas, rodeado de gente que observaba con emoción el combate que se producía en la arena. Allí, dos jóvenes aprendices se enfrentaban a la armadura de un temible villano.
—¡Desaparece para siempre!
Una versión más joven de Ragun, todavía con dos brazos, clavó su llave espada en el pecho de Gárland, finalizando la pelea y haciéndose con la victoria. Pero a un alto precio: la vida de aquel a quien la armadura poseyó.
Aquella frase resonó en la cabeza de Ragun como si varias voces la hubieran pronunciado a la vez, directamente en su mente.
La escena volvió a cambiar. Los espectadores, Gárland, Fyk, todos desaparecieron dejando a Ragun con la única compañía de... Ragun. La versión joven, el eco del pasado, levantó su llave espada —todavía manchada de sangre— y apuntó con ella al Ragun real.
Un Láser oscuro salió a toda velocidad de la llave espdada del otro Ragun, rozando la mejilla del auténtico aprendiz que lo pudo esquivar por los pelos. Pero no tuvo tiempo de descanso, porque con una velocidad impresionante su yo del pasado había saltado hacia él y empezado a atacarle con su arma.
Por la sangre que caía de su mejilla, podría tenerlo claro. Si no se defendía, acabaría muy mal.
Fátima
Fátima, acompañada de Ragun y Hércules, avanzó por un oscuro pasillo tras haberse adentrado en el templo. Avanzaban en línea recta, siguiendo una luz al final del todo que cada vez se acercaba más y más según caminaban. Sin embargo, todo cambió de pronto sin previo aviso alguno.
La maestra ya no estaba en un templo oscuro, sino de pie en las gradas del coliseo de Tebas, rodeada de gente que observaba con emoción el combate que se producía en la arena. Allí, la final de un torneo amateur acababa de comenzar: Laforet contra Enhebrador.
—¡Enhebrador ha caído fuera, la ganadora es Laforet!
Fue rápido, muy rápido. Con un simple movimiento de la mano de la Fátima de la arena, su oponente había salido volando hasta caer fuera del terreno de combate.
Los vítores y aplausos no tardaron en llegar de toda la gente que rodeaba a Fátima, alabando a la ganadora del combate y gritando su nombre en masa. Entre tanto ruido, aquella frase resonó en la mente de la maestra como si varias personas la hubiesen pronunciado al mismo tiempo.
La escena volvió a cambiar. Se hizo el silencio, y en toda la arena solo quedaron dos personas: la Fátima real, todavía en las gradas, y la Fátima de abajo, en el centro del cuadrilátero de piedra donde se luchaba.
Laforet hizo un gesto con las manos, y disparó un Dragón de agua contra Fátima. Pero el suyo resultó ser el doble de grande y rápido que el que la propia maestra podía producir, y por supuesto sería el doble de potente. Debía de evitarlo como fuera, ¡y rápido! Pero allí no quedaría la cosa, porque la otra Fátima seguiría atacándola con más dragones. ¿Hasta matarla?
Kairi, Nikolai & Malik
―¿Y cómo se consigue el dichoso título de héroe?
—Pregúntale al sátiro —comentó Meg, con aire divertido.
—Debería haberte apostado que mi novia sí podía ganar los Juegos, ¿eh?
—Algunos son más fuertes de lo que aparentan —comentó, con una media sonrisa, y clavando su mirada en la de Malik.
—¿Te sabías el asunto de la maldición del Inframundo cuando me mandaste allí o es algo que los rumores de Tebas no te dijeron hasta que te subiste al barco?
—¿Una maldición? Es la primera vez que oigo hablar de de ella —Se encogió de hombros, pero mantenía el contacto visual. Algo en ella y en su forma de hablar dejaba claro que sabía más de lo que quería contar—. ¿Es que acaso me acusas de algo, Malik?
Su mirada pasó a ser más que nada desafiante, pero el aprendiz no tuvo oportunidad de responder porque un ruido seco, seguido de un sonoro quejido de Pegaso, puso en alerta a todos los presentes. Cuando se giraran, descubrirían que un hombre había aparecido en la playa, atacando al caballo alado al alejarse un poco del grupo para curiosear la arena. Era alto, muy alto, vestido con ropajes sucios y rotos y con una larga melena negra que pasaba de sus hombros. Aunque sin duda lo que más llamaría la atención sería la máscara de metal que le cubría la cara.
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. —Kairi, Nikolai, Malik y por último señaló a Meg con el dedo—. Cuatro muertes. Jijijiji. Cuatro.
Unos ojos amarillos brillaron a través de los agujeros de la máscara y, tras desenvainar dos espadas de la espalda, se abalanzó a toda velocidad hacia delante. Su objetivo: Kairi. Y sobraba decir que sus intenciones no serían amistosas.
¡Debían defenderse!
Siento mucho el retraso, no se volverá a repetir. ¡A recuperar el ritmo!
Fecha límite: sábado 13 de febrero.