Hana y Simbad
La Perla de Simbad fue efectiva y cogió al Sincorazón, que había dado media vuelta, como si persiguiera a alguien. El problema fue que ahora se volvió hacia ellos. Raphaël había conseguido deshacerse de los guardias que habían ido a por él y que intentaban protegerse de los ataques de los monstruitos. En efecto, aunque puede que más por escapar que por ir tras Frollo, Raphaël intentó dirigirse hacia las escaleras. Simbad lo atrapó antes de que pudiera alejarse.
—Espera, ¡espera Raphael! —El noble, espada en mano, retrocedió para dejarle luchara contra el gran Sincorazón. Si estaba sorprendido por sus habilidades, no lo demostró—. ¡Deja a Frollo, Fiore se ocupará de él! ¡Ahora nuestro principal objetivo es avisar a la princesa! ¡Y no te preocupes por Fiore! ¡Estará a salvo!
El noble apretó las mandíbulas y se agachó para impedir que uno de los pequeños Sincorazón lo atacara.
—¡Pero es él quien es peligroso para la princesa!
Simbad lo atrajo hacia sí con fuerza.
—Sé que no te he dado motivos para que te fíes de mí, menos después de arruinar tu reputación. Pero s'il vous plait, no tendremos otra oportunidad de detener a Frollo.
»¡Confía en mí!
Raphaël vaciló, pero solo un momento. Quizás pensó que el chico se había quedado a ayudarlo y no tenía por qué hacerlo. Asintió. Dejó que Simbad fuera por delante, si bien echó una mano para desviar a los Sincorazón. Como solo los actos de Simbad eran útiles, tuvo que malgastar buena parte de su magia y retrasarse para rechazar y eliminar a los Sincorazón. Luego, Raphaël pasó por encima de dos de los heridos. Tres de los soldados habían desaparecido.
Otra cosa no, pero para cometer crímenes los Sincorazón eran básicamente perfectos. No dejaban pruebas.
Salieron con esfuerzo de las mazmorras del palacio, porque las escaleras eran dolorosamente empinadas. Se tuvieron que detener un momento para recuperar el aliento. Raphaël tenía una fea quemadura en un brazo y sangre en la cara, que no parecía ser suya. Pero por lo demás y unas pocas contusiones de Simbad, habían salido casi intactos.
—Ahora pégate a mí si no quieres que te echen de aquí—dijo Raphaël, con la voz ronca. Se abanicó con una mano. ¿Por qué hacía tanto, tanto calor? En las mazmorras casi no se habían dado cuenta, pero allí arriba, aunque corría el aire, parecían estar en una sauna.
Apenas sí dieron unos pasos cuando vieron que allí fuera, el mundo era un caos. Igual que Hana, que les llevaba varios minutos de ventaja, vieron que los criados iban de un lado a otro entre exclamaciones de horror, que los soldados abandonaban sus puestos y los nobles corrían a las ventanas.
Desde una de estas, los dos jóvenes pudieron ver por qué había tanta tensión: París estaba ardiendo. El fuego lamía tantas casas que las columnas de humo lo llenaban todo. Y se acercaban al palacio.
—¡Seguro que han sido los gitanos!—chilló una doncella jovencita.
Raphaël maldijo, cogió a Simbad de un brazo y avanzaron a empujones entre la multitud. Entonces empezaron los alaridos de horror y una tromba se les lanzó encima. Raphaël consiguió empujar a Simbad contra una de las paredes antes de que se los llevaran por delante.
Dos Neosombras avanzaban por el pasillo. Atacaban a quienes se interponían en su camino, pero no parecían interesadas en terminar con ellas. Al contrario, iban buscando algo que estaba por delante.
Puede que un corazón como el de Simbad. Raphaël se puso tenso. Quizás en medio de toda esa gente todavía no habían localizado a Simbad, pero no tardarían en hacerlo. El joven vio que había unas escaleras cerca. Raphaël conocía el palacio, ¿quizás podría guiarle y dar un rodeo? ¿O se arriesgaban a perder demasiado tiempo? Puede que Simbad prefiriera ocuparse de las Neosombras, o incluso intentar pasarlas de largo directamente por el pasillo.
Hana siguió a Frollo por el pasillo y tuvo que abrirse paso a codazos para impedir que la multitud le hiciera perderlo de vista. Vio por las ventanas que la capital ardía, pero estaba demasiado ocupada persiguiendo a Frollo, que parecía dirigirse a algún lugar concreto.
Al final, Frollo giró por un pasillo y frenó en seco. Una dama de cabello dorado, acompañada por cinco mujeres que debían ser sus doncellas, acababa de salir de una estancia.
—Juez Frollo, ¿qué hacéis aquí? Deberíais estar en la ciudad, ayudando a la gente.
—Permitidme un momento, Alteza. Hay algo que debo deciros. Algo muy… grave.
La princesa frunció el ceño.
—Dejadnos un momento a solas. Anunciad a mi hermano que me reuniré con él de inmediato.
Las doncellas obedecieron, aunque mirando de mala manera a Frollo… excepto un par. Seguramente las que pertenecían a otra facción política. Marie, que más bien debía ser una criada de la princesa en vez de una doncella, pasó al lado de Hana y se quedó en el pasillo, mordiéndose una uña y dispuesta a esperar a su princesa, junto con una de las damas más mayores. Hablaron entre ellas, pero había tanto ruido que era difícil escucharlas.
Y entonces, estalló el caos cuando aparecieron tres Neosombras. Una de ellas atacó directamente a Marie y a la otra doncella, mientras que otras dos continuaron de largo, por donde Hana había venido. La multitud lanzó en grupo por el pasillo, aterrorizada
Ambas siguieron de largo por el camino que ella había venido. Quizás en busca de sus compañeros. O puede que no la hubieran visto. Suerte la suya. Podía decidir si matar de una vez a Frollo, que había entrado tras la princesa en una sala, o ayudar a la gente antes de que fuera demasiado tarde.
Celeste y Saito
Esmeralda, agradecida, le dio de beber al hombre la Ultrapoción. Celeste se percató de la suavidad de los movimientos de la joven, de la mirada de profunda preocupación que dedicaba al parisino. Este tosió y derramó parte del contenido de la Ultrapoción, pero consiguió abrir los ojos.
—¿Esme…ralda…?
—Shhh, calla. Tienes que recuperar fuerzas.—Esmeralda le posó un dedo en los labios y le dedicó una sonrisa de ánimo. El hombre cerró los ojos pero cuando la chica lo ayudó a levantarse, colaboró en lo que pudo—. No, no fuese ese monstruo. Fue Frollo. Frollo mandó que dispararan a Febo después de salvar a la familia del molinero. Ese loco quería quemarlos vivos ahí dentro…
Entonces a las dos se les cayó el alma a los pies al ver cómo ardía la ciudad.
—A la Corte. Rápido, antes de que alguien se dé cuenta de que estamos aquí. —Esmeralda asintió con firmeza
—Mamma Louisa se ocupará de él.
—Te ayudaré a cargar con él... Entre las dos creo que vamos a poder. Sólo... sólo necesitamos tener cuidado con la herida.
—Es fuerte, seguro que resistirá—dijo Esmeralda con una sonrisa. Se pusieron en marcha y de pronto dijo—:Sabía que me resultabas familiar. Eres Celeste, ¿verdad? La pequeña prófuga. No sé cómo has vencido a esa cosa pero… Gracias. Muchísimas gracias. Estoy segura de que tu familia se sentirá orgullosa en cuanto lleguemos a la Corte y…
De pronto Esmeralda se puso pálida y volvió a mirar en dirección hacia la Catedral.
—¡Quasimodo! ¡Quasimodo sigue ahí, y nunca abandonará Notre Dame por su propio pie!
Se detuvo en seco, sin saber qué hacer. Entonces Febo gruñó con esfuerzo y dijo:
—Márchate... Puedo... puedo ir solo.—respiró hondo y luchó por ponerse de pie solo. Se tambaleó un poco, pero les dedicó una sonrisa. Era un tipo guapo y, en otras circunstancias, habría sido una muy bonita—. Él te necesita más que yo.
—¡Pero los demonios podrían volver a por ti, Febo…!
—Sobreviviré.—Con una mano temblorosa, le apartó un mechón de pelo de la cara—. Ve. Seguramente tus amigos ya sepan a estas alturas que París está ardiendo. Les irá bien y lo sabes.
Esmeralda siguió luchando consigo misma. Entonces Febo se volvió hacia Celeste y dijo:
—Claro que si me das una de esas… pócimas… Podría intentar acompañarla. O quedarme aquí y así no se preocuparía por mí. Te lo compensaré en cuanto pueda aunque, ahora mismo, como ves, no tengo nada.
Los dos miraron a Celeste. ¿Qué haría? ¿Acompañar a Esmeralda, convencerla igualmente de ir a la Corte? ¿Irse a la Corte con Febo? ¿Curar a Febo para que fuera con la chica? ¿O curarle igual y que fueran los tres…?
Saito consiguió huir y también arrojar todos los fragmentos, menos uno, al río. El último quemaba como si quisiera que lo soltara o, peor aún, que lo usara. Tenerlo en la mano era un tormento y si trataba de cargarlo en otra cosa, como, por ejemplo, envolverlo en una camisa, quemaría la tela.
Y Gárland, supuestamente, llevaba dos; uno de tierra y otro de aire. Al menos por lo que Saito había podido ver, claro.
Ahora que había escapado, no tenía mucho sentido regresar a Notre Dame. ¿O sí? Quizás pudiera ayudar a sus Maestras en la batalla.
Pero había otro problema : el calor y el incendio. La mitad de la ciudad estaba ardiendo, la gente huía de las casas empavorecida y los pocos guardias que había no conseguían organizar a nadie para controlar el fuego. Era como si estuvieran buscando a alguien, como si no tuvieran apenas guías.
Y no veía por ninguna parte a sus compañeros, pero sabía más o menos hacia dónde se había dirigido cada uno. Volver a Notre Dame, ir en busca de su compañera Celeste o ir hacia el palacio. Esas eran sus opciones. Y mejor que se diera prisa, porque el cristal le estaba destrozando lentamente.
Fecha límite: jueves 9 de febrero de 2017.