por Arte » Jue Abr 16, 2009 12:03 am
Capítulo 4
Paseos, cenas, comidas y, aunque con menor frecuencia, noches. Noches de estar juntos bajo las estrellas, de comernos a besos y perdernos entre las manillas del reloj. De amarla hasta morir, hasta sentir el dolor del propio querer perforándome el pecho, de quedarme ciego si no era para verla; sordo, si no era para escuchar su voz. ¿Qué sentido tendría la vida sin ella? Ninguno. Yo había caído sobre aquella vorágine oscura, sobre su melena negra, sobre el profundo pozo de sus ojos, y no había vuelta atrás. Ya nadie podría rescatarme, pero tampoco quería ser salvado. Quería perderme en ese hechizo, entre sus curvas de miel, entre el paraje prohibido del Edén que ella ocultaba entre su cuerpo.
Por primera vez, supe qué era amar.
Pero, con el amor, y como casi todo el mundo sabe, llegan otras cosas.
Fui hasta el club, a rescatarla un día más de las garras de otros, sedientes del sentimiento fingido en el sexo por dinero. Me estaba empobreciendo por momentos. Trabajaba el doble, hacía horas de más e incluso ayudaba en el bar de Cristian para ganar algo extra. Todo no era suficiente. Pero no me importaba; quería evitar a toda costa que otros la tocasen. Esa idea turbaba a pasos agigantados mi mente, cegándome cada vez más.
-¿Ocupada? ¿Cómo que “ocupada”? –allí estaba yo, de nuevo, frente a Lorraine -. ¿Toda la noche? ¿Cuánto da él? Yo puedo dar más…
-Lo siento, chico. Hoy no.
-¿Por qué? –me ponía nervioso por momentos -. ¿Qué hace distinto hoy al resto de días? ¿Quién es él?
-Tranquilízate un poco, y acepta de una vez qué es ella. Asumirlo te ahorrará muchos disgustos. Hoy no, y punto.
-¡Maldita sea!, ¿¡Por qué no!? –di un puñetazo sobre la mesita de la recepción, tambaleándola. Ella dio un chasquido y un hombre enorme y cuadriculado, situado a unos dos metros, se acercó hasta mí. Quería echarme, por supuesto -. No, un momento. Sólo quiero saber con quién pasará la noche.
-Ven mañana, chico, y esta noche duerme y descansa –aquel armario empotrado andante me tomó por el brazo y me acompañó ‘amablemente’ hacia la salida.
-Espera, no. Quiero hablar un momento con ella –mi histeria iba aumentando de manera directamente proporcional a mi acercamiento forzado hacia la salida - ¡Arte! ¡¡Arte!! ¡Dejadme verla un momento!
-Nadie se ha muerto por un solo día, chaval –y aquella masa compactada de músculos me echó definitivamente de un empujón. El suelo estaba frío.
Me quedé un rato allí, sentado, embobado mirando el cartel: El club Lorraine. Maldito club, malditos todos los que lo componían y malditos los viejos podridos, basura sobrante de la sociedad, desechos de carne cuya mayor aspiración era surtirse de las pieles tersas y estilizadas de aquellas chicas, de mi chica…
Miré al suelo de roca, aún sentado, e hice un mohín de descontento. ¿Mi chica? ¿Realmente lo era? No, claro que no… Aunque quisiera creer lo contrario, ella no pertenecía a nadie. El arte no pertenece a nadie, ¿cierto? Sólo se les concede a unos pocos afortunados, que deben cuidarlo, amarlo y protegerlo, pero que es tan vago, tan ambiguo e indeciso que puede abandonarte cuando quiera, ¿y quién tendría derecho de reclamar nada?. Suficiente halago es que se presente ante ti, por breve que sea el tiempo en el que te conceda ese regalo.
-Malditos… malditos todos –repetí, susurrando. Quise enjuagarlo, que no cediera, pero mi llanto finalmente abandonó a mis ojos y se deslizó por mis mejillas. Ardía.
Y la brisa me acunó, y me acarició y, en parte, me consoló. Y allí me quedé, sin darme cuenta, hasta que los rayos del sol me despertaron. Abrí los párpados con deliberada lentitud. Al principio no sabía demasiado bien dónde me encontraba pero, tras concederme unos segundos de prórroga para aclarar mis ideas, supe qué había pasado.
Mis tendones estaban engarrotados. El pavimento de la calle no era el mejor de los lugares para pasar la noche. Me desperecé y crují los huesos de mi cuello y espalda. Quise levantarme, pero me sentía demasiado cansado. Miré hacia la puerta; ya no debía de quedar nadie. Con nadie me refería a ningún cliente, claro. Ya que estaba allí podría entrar y preguntar por ella, pensé.
Antes casi de que me planteara hacerlo, un hombre enchaquetado salió de allí. Me miró con asco, casi con furia, por unos segundos. Al principio me pareció mayor por su pelo canoso, pero al detenerme en sus facciones reparé en que no debía tener mucho más de cuarenta años. Le mantuve la mirada, desafiante, pero finalmente él siguió su camino y pasó de largo. No le hice mucho caso. Me incorporé, sacudí un poco mis pantalones y me recogí el pelo en una pequeña coleta. Entré.
Todo lucía diferente sin luces rojas y tenues, sin ese libertinaje escalando las paredes; sin que ninguna mujer con más escote que vestido te preguntara con quién desearías pasar la noche. Me tomé la licencia de subir hasta la habitación de Arte.
Abrí. Mi corazón golpeteó contra mi torso con estrépito cuando vislumbré una cama desecha, unas sábanas enredadas y su ropa tirada por el suelo. Ropa como yo le había quitado tantas otras veces y que, esta ocasión, había sido otro el que las había arrancado de su cuerpo. De su cuerpo perfecto y delicioso. Escuché un ruido proveniente de la habitación del fondo, así que, abandonando por un momento a mis fantasmas, me dirigí hasta allí.
-Arte, ¿estás ahí? –casi pude sentir su sobresalto. Unos pasos más y pude verla, de espaldas, con el pelo enmarañado y una bata que, por primera vez, la tapaba al completo y no traslucía nada. No giró el rostro -. Quiero… -rectifiqué -. Necesito… hablar contigo.
-Lorraine ya me ha contado tu escenita de anoche. Deberías controlar tus impulsos –parecía fría, distante, aún sin mirarme cara a cara.
-De eso mismo quería hablarte –me acerqué -. Arte, de verás que lo he intentado. Desde el principio, desde que supe en donde me embarcaba cuando decidí empezar todo esto, me propuse que no debía exigir, que tú eras libre de tomar tus propias decisiones y de dictar aquello que desearas hacer. Por ello necesito que comprendas lo duro que es para mí decirlo, lo difícil que me resulta pedirte nada. Arte, yo… necesito que dejes este mundo, este trabajo -sus músculos se tensaron -. Y… por favor, date la vuelta y deja que te vea de frente, porque así todo se hace mucho más complicado –fui hasta ella mientras hablaba, la tomé por su cintura y la giré con mis manos -. ¿Qué… qué te ha pasado?
-No es nada. Suéltame –y volvió a voltearse. La tomé por la muñeca y la hice girarse a la fuerza. Emitió un grito de dolor.
-¿Te he hecho daño? Perdona, no quería… -la solté y se agarró con la otra mano la muñeca. Al fijarme, capté que tenía un cerco totalmente morado. Y en su labio, el inferior, hinchado, una pequeña brecha -. Dime ahora mismo quién te ha hecho eso –no contestó -. ¡Maldita sea! ¿¡Quién te ha hecho eso!?
-¿¡Qué te importa!? –retrocedí un paso, seguramente demasiado impactado –. No quiero dejar mi trabajo. Lo único que quiero es seguir con mi vida, la que tenía antes de conocerte. Lo que quiero es que desaparezcas, que te marches y no vuelvas. Lo que quiero es no tener que verte –mis pupilas se empequeñecieron - ¿No te das cuenta? No has sido más que un juego. Un chico guapo y atractivo que me entretenía, que evitaba que estuviera con otros hombres aburridos, pagando incluso más. Alguien con quien pasar alguna que otra tarde. Te lo advertí en un principio, pero no me escuchaste, y lo que has conseguido es llegar hasta este punto –se puso frente a mí, muy seria, muy fría, muy ‘vacía’ por dentro-. Largo, Allen. Largo de aquí, y no te atrevas a pisar este lugar ni una sola vez más en tu vida –me costaba respirar, mi garganta se secó y mi dolor era tan hondo que la vida se me deslizaba por él, incapaz de evadir la gravedad que la atraía.
-No entiendo por qué haces esto –logré expresar tras un segundo que se hizo eterno -.Yo… yo… te quiero.
-Pero yo a ti no –y sonó tan rotundo, tan firme y tan rápido, que no cabía en esa afirmación otra cosa que no fuera lo cierto. ¿Qué hacer? No podía obligarla a amarme. No podía obligarla a nada que ella no deseara. Giré sobre mis talones, me dirigí hacia la puerta y la cerré tras de mí. Tomé aire, me apoyé contra la pared y, por un instante, la conciencia perdí de donde estaba. Cayó sobre mi espíritu el firmamento, en ira y en piedad se anegó mi alma. Me arrastré con mi marcha desganada a través del pasillo, apreciando todo cuanto me rodeaba como si fuera exactamente lo que era, la última vez.
Ya, de repente, no tenía vida, ya no tenía esencia. De pronto, no era más que una sombra, un vago recuerdo de mi yo anterior. Me sentía desterrado, ausente, perdido; sin patria.
Finalmente, salí de aquel pedazo de abismo situado en la Tierra. Alcé la vista y miré su cartel una vez más, como queriendo retenerlo en mi mente. Di media vuelta y caminé. Caminé y me fui.
Me fui para no volver.
Última edición por
Arte el Dom Abr 26, 2009 4:33 pm, editado 1 vez en total