“Soiartze miraba por la ventanilla del coche la cabeza apoyada su mano izquierda, observando la gran ciudad había ante ella pasando lentamente. La gran Nueva York. Siempre había oído hablar de ella, pero nunca la había imaginado tan grande, tan llena de vida. Suspiró, y puso cara triste. Prefería su casa en Alemania, tranquila y sin complicaciones de ningún tipo…
El conductor la observó desde el espejo, y continuó conduciendo. Se encontraba en una limusina negra, como la de los famosos, pero no le animaba. Una vida de dinero y fama no llenaría el vacío de su corazón.
-Es la primera vez que viene a América, ¿verdad? –Preguntó el conductor-. Le gustará. Hay mucho que hacer en esta ciudad que, ni aunque viviese eternamente, terminaría.
Soiartze se quedó callada, sin prestar atención, y mirando por la ventana. Acababan de entrar en un barrio distinto a lo anterior visto, con un aire a pobreza y desesperación. Vio en un callejón a un mendigo dormido bajo un periódico, y a otro con una gran barba observándoles con lo que parecía ira.
-¿Por qué hay pobres? –preguntó ella, de golpe. No lo había planteado, simplemente le salió de la boca al verlo. El conductor se extrañó con la pregunta y la pensó un momento.
-Bueno… Supongo que para que haya ricos, ¿no?
Soiartze volvió a bajar la cabeza, decepcionada con la respuesta. Esperaba algo más profundo, más exacto, y menos cruel.”
“Soiartze llamó a la puerta de madera, perfectamente cuidada y decorada, y con un “pasa” de su interior, la abrió. La habitación era un gran despacho muy buen amueblado, con estanterías y librerías a ambos lados, llenos de libros y premios. La moqueta, de color verde oscuro, pegaba con las paredes, verde claritas, y la gran ventana al final del despacho, por la que se podía ver el parque Bell Tower y sus árboles desgastados por el otoño, como si fuese un gran cuadro. En el centro, una mesa de madera perfectamente tallada, con papeles y un ordenador en ella, y al lado de la chica, un par de sillones. El hombre sentado en el escritorio se levantó y fue a por ella.
-¡Soartze, cariño! –La saludó, acercándose a ella y dándole un abrazo, la cual aceptó sin quejarse-. Me alegro de verte. ¿Fue bien el viaje?
-Normal –contestó ella, con voz neutral. No tenía muchas ganas de charlar.
-Siéntate, vamos –le invitó el hombre mientras ocupaba uno de los sillones. Soiartze aceptó y se sentó en el otro, el cual era realmente cómodo y agradable-. Bueno, hace días que nos vemos. Desde que fui a visitarte al orfanato. ¿Te ha cuidado John?
Soiartze imaginó que John era el hombre que le había acompañado en el avión y había conducido el coche, y recordó que apenas había hablado con él.
-Sí –contestó, cabizbaja.
El hombre se quedó observándola un momento, y chocó sus palmas.
-Si tienes ganas de llorar…
-No, gracias –se apresuró a decir ella-. No quiero llorar.
Hizo una mueca con la boca, desaprobando el comportamiento de la chica, y levantó la vista.
-¿Qué te ha parecido esta mansión? –preguntó él-. ¿Has observado su arte, su acabado? ¿Lo grande e imponente que es, que pretende ser?
Soiartze negó con la cabeza. Apenas había prestado atención a la casa, pero ahora que se daba cuenta, era muy grande a primera vista, demasiado para un hombre solo.
-Estás, para tu información, en el barrio de Riverlade, el más lujoso de Nueva York –le informó él-. En este barrio, verás mansiones a cada paso que des, cada cual más espectacular que la anterior. Son majestuosas, y sin duda, te recordarán al estilo georgiano. Todas son una absoluta obra de arte. ¿Se nota que me gusta el arte?
Soiartze miró a otro lado, incómoda. El hombre suspiró.
-Claro que este arte puede chocar al llegar a la realidad.
La chica levantó la vista al oír aquellas palabras, y le miró a los ojos. Él sonrió, victorioso al haber captado su atención.
-Bronx es uno de los barrios más pobres de Estados Unidos –explicó él-. Seguramente lo habrás visto al venir en coche. ¿Y sabes por qué Riverland está al lado de Bronx? Porque, con las falsas vidas que los ricos vivimos, nos creemos nuestras mentiras después de un tiempo. Y Bronx nos recuerda que, para nuestra desgracia, la vida no es fácil. Es dura, triste e injusta. Y no nos gusta ver la realidad, por lo que compramos helicópteros.
Soiartze le observó, interesada. No era el típico ricachón que sólo se interesaba en sí mismo. Tenía algo en su historia, su pasado, que le había hecho ver el mundo tal y como era.
-¿Por qué hay pobres? –le preguntó, esperando una respuesta mejor que la de John. Él sonrió.
-Porque son la encarnación de la injusticia; lo único que nos recuerda que este mundo, por mucho que nos esforcemos, nunca será justo.
Soiartze clavó sus ojos en él. Esa era la respuesta. La respuesta definitiva, la auténtica, la que tanto había esperado. Sintió un vuelco en su corazón y, por primera vez desde hacía tiempo, sonrió.
-Conozco tus poderes –dijo el hombre-. Un don misterioso, que tienes desde tu nacimiento por motivos desconocidos. ¿Eres creyente, Soiartze? –se juntó de hombros, sin estar muy segura-. Ese poder te lo ha dado Dios, para poder marcar la diferencia. El mundo es una balanza, y está desequilibrada. Nadie la puede equilibrar, pero tú puedes ajustarla un poco. ¿Quieres hacerlo?
Afirmó con la cabeza, ilusionada. El hombre le dedicó una sonrisa.
-Pues entonces, te entrenaré –le comunicó-. Te entrenaré hasta convertirte en una gran heroína. Política de día, tal vez fiscal, azote de las mafias y con la ley en la mano; y de noche justiciera, luchadora contra el crimen y dando a los ladrones el único idioma que entienden: los puños. Será duro y no habrá tiempo libre. ¿Seguro que quieres?
-Sí –contestó, decidida.
-Que así sea, pues.”
“¿Por qué lo dejaste? Le dijiste que lo harías. Marcarías la diferencia, lucharías contra las injusticias.”
-Sigo… Haciéndolo… -contestó Soiartze, débil. A cada recuerdo que tenía, su cuerpo contestaba menos, como si le quitaran algo más. El hombre negó con la cabeza.
“¿Siendo fiscal? Vaya consuelo. Es sólo la mitad del deber, el trabajo sucio. Para encarcelar a los criminales, primero debes capturarlos.”
-Pero… Ahora tengo una vida… -señaló ella, cayendo de rodillas al suelo mientras él le seguía agarrando por la cabeza-. Un hijo… Que se quedó sin familia por mi culpa…
El hombre negó con la cabeza.
“Necesitas recordar más.”
“El padre se lanzó sobre Soiartze con su palo de madera. Ésta, al verle venir, le bloqueó con el suyo agarrándolo por el centro. Intentó golpearle llevándolo entre las piernas del hombre, pero notó su ataque y la bloqueó, dándole un ligero toque en la cabeza.
-Te he matado –le susurró, sin apartarse.
El hombre se giró y retrocedió, para sentarse en el suelo. Llevaba unos pantalones de chándal que usaba para aquellos ejercicios, de color blancos, y con unos calcetines del mismo color. Acercó su mano, llena de cicatrices, para coger una botella de agua. Vertió su contenido en la boca y tragó, sediento como un camello. Se secó la boca y volvió a levantarse, mientras recogía su palo del suelo.
-Vamos –le animó a Soiartze. Ella negó con la cabeza.
-¿Por qué tenemos que hacer esto? –Preguntó, mientras agarraba el palo-. Me parece completamente prescindible. Deberíamos ejercitar mi poder, no hacer duelos de bastones.
-Ejercitamos tu poder, Soiartze –dijo el hombre, mientras lanzaba el palo con fuerza contra ella. Ésta lo bloqueó, e hizo fuerza hacia él para repelerle y echarle hacia atrás-. Este ejercicio es tan importante como los demás. Debes estar preparada para cualquier situación, y tener siempre lista tu arma.
-La oscuridad es mi arma –puntualizó, mientras se lanzaba a por él-. No necesito nada más.
-Te equivocas.
Soiartze lanzó una estocada contra el hombre, la cual bloqueó. Se agachó rápidamente e intentó tirarle al suelo haciendo una zancadilla, pero éste saltó hacia el aire antes de que se diese cuenta. Aterrizó en su espalda y le tocó levemente el hombro, en señal de que la había matado.
-Tu estrategia es tu arma.
Soiartze dejó el palo en el suelo y se levantó, rindiéndose. Se giró a él y le miró con mala cara.
-Si no prevés la situación, serás pasto de tus enemigos –le reprochó él, enfadado-. Tienes que atacar de un modo u otro dependiendo de los movimientos que haga, su comportamiento. Nunca ataques sin pensar, o morirás. Por eso hacemos este ejercicio.
Soiartze susurró una palabrota.
-Esa boca –señaló él, mientras volvía a ponerse en su posición para otra ronda.
-Por lo menos podrías dejarme usar mi poder –se quejó ella, mientras recogía del suelo su palo.
-Nunca sabes en qué circunstancias tendrás que enfrentarte al enemigo –dijo él-. Puede que algún día, encuentren tu “kryptonita” y tengas que enfrentarte a algún chalado sin tus poderes.
-No es justo –susurró Soiartze.
-Llevas cuatro meses con este ejercicio –señaló él-. Has mejorado, pero aún no has logrado derrotarme. Has estado tan deseosa de que la clase terminara, de que dejara de derrotarte una y otra vez, que no has intentado preveer mis ataques. ¡Vamos! ¡Inténtalo ahora!
Soiartze miró de nuevo su palo, y lo agarró con fuerza. Una vez más, se lanzó contra él, para intentar acabar con el ejercicio de una vez por todas.”
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Estoy felizmente de vacaciones, siento el retraso. Sólo comentar que gracias, Arte, he puesto comillas para diferenciar el pasado con el presente y ya revisaré la anterior parte del capítulo.
Como estoy de vacaciones, debéis entender que no he repasado esta parte mucho (más bien, nada). Siento si hay errores y tal. Además, el ratón que tengo aquí es horrible, me ha costado horrores colgar esto ;_;
Espero que os siga gustando.