SonrisaManolo oyó cómo una voz grave anunciaba las alineaciones de los dos equipos. Se acercó hasta la zona del vestuario azulgrana y pudo ver cómo el entrenador daba las últimas instrucciones a sus jugadores. Estaban concentrados, asimilando la información. Los entendió perfectamente, ya que hablaban en catalán, su lengua materna. Los jugadores salieron del vestuario y vio que se dirigían hacia el túnel de vestidores, reuniéndose con el equipo local. Manolo sabía que ganaría el equipo blanco y entristeció, aunque en el fondo tenía un poco de esperanza. Oyó como la voz del locutor iba anunciando el nombre de cada uno de los jugadores y cómo la afición respondía con entusiasmo. Cuando sonó el silbato de inicio, él se olvidó del partido y se dedicó a ponerse a trabajar. Se dirigió hasta una sala donde había todo de productos de limpieza, cogió un mocho y un cubo y volvió al vestuario. Empezó a fregar y contempló el vestuario: podría coger una camiseta de algún jugador, Cruyff por ejemplo, pero sabía que eso no le sentaría bien al jugador, así que simplemente se dedicó a seguir fregando. Rato después, se sentó en un banco del vestuario, cansado. De repente, apareció un hombre, que miraba a todos lados, nervioso. Manolo, sorprendido, le preguntó si necesitaba algo.
- Sí, ¡escóndeme! – Le dijo el hombre. Manolo, se quedó quieto, sin saber atenderle, así que el hombre rápidamente se metió en un armario de algún jugador. Inmediatamente después aparecieron unos cuantos policías, que estaban enfurecidos.
-¿Algún problema, agentes? – Preguntó Manolo.
- Sí, ¿ha visto usted a algún hombre sospechoso por aquí?. – Dijo un policía. Manolo se puso nervioso, sin saber qué responder.
- No. – Dijo algo inseguro. Los policías no le hicieron caso y siguieron corriendo pasillo abajo, en busca del culpable.
-Ya puedes salir – Dijo Manolo. El hombre salió del armario y Manolo pudo observarle mejor: era un hombre de unos veinte y tantos años, alto, de pelo moreno y vestido con la equipación del Real Madrid.
-Muchas gracias. – Dijo el hombre.
-No hay de qué. – Respondió Manolo. - ¿Quién eres?
-Soy Matías García, encantado. – Se presentó.
-Manolo Rodríguez. – Dijo él encajando las manos. - ¿Por qué te perseguían esos hombres?.
-Ahora mismo no te lo puedo contar, la verdad es que tengo prisa. – Dijo mientras salía del vestuario. – Pero si quieres, puedo invitarte a algo más tarde y te lo cuento, ¿te apetece?.
-Está bien. – Contestó Manolo. – ¿A las cinco al Sol?
-Perfecto. - Dijo Matías mientras se alejaba corriendo. – ¡Y gracias!
Manolo llegó puntualmente al bar. Estaba situado en una calle concurrida, con gente de todas las edades paseando. Aún se seguía preguntando cómo había podido aceptar aquella petición tan... ¿extraña?. Sin duda, era algo demasiado raro y simplemente habría podido haberse quedado en su casa con su mujer e hijos, pero quería desvelar aquel pequeño misterio. Manolo entró en el bar. Olía a tabaco y había un gran ambiente, lleno de viejos jugando al dominó y hombres fumando y charlando sobre política y economía. Un camarero le preguntó algo, pero le vio en una mesa un poco apartada y Matías le saludó con ganas. Manolo se dirigió hacia él, cogió una silla y se sentó delante suyo. Matías llamó a un camarero y le pidió que le llevara unas cuantas tapas.
- Gracias por aceptar mi invitación. – Dijo Matías. El camarero llegó con la comida y la dejó en la mesa. – Venga, no te cortes, come lo que quieras.
Manolo estaba incómodo con la situación. Matías rió fuertemente y se llevó un puñado de patatas bravas a la boca.
- Hoy es un día feliz para mí. – Dijo Matías con la boca llena.
- ¿Por qué? – Preguntó Manolo, extrañado.
-¿Aún no lo sabes? El Barcelona ha ganado 0 a 5. Seguro que Franco debe de estar furioso. – Dijo Matías riendo a carcajadas.
-Yo también soy catalán. – Añadió Manolo con una sonrisa.
-¡Hombre! Entonces perfecto, seguramente debes de haber oído hablar de mí. – Dijo Matías con una sonrisa pícara mientras le picaba la espalda.
-La verdad... no te conozco. – Dijo Manolo un poco confuso. Matías rió.
-¡Pues claro que no! En persona no me debes conocer, pero seguro que has oído hablar de mí.
Manolo seguía sin entenderle. Matías sacó su cartera y sacó unos recortes de periódicos. Manolo hizo una lectura rápida, hasta que al final lo comprendió.
-¿Eres el “Camaleón”?. – Dijo Manolo, algo incrédulo. Matías asintió enérgicamente y se levantó de la silla.
-Sí, el mismísimo. – Respondió. - Soy el rey del camuflaje, el único humorista capaz de aparecer en lugares insignificantes y desaparecer de manera espectacular.
Matías dio una vuelta sobre sí mismo e hizo una reverencia. El resto de la clientela lo miró extrañado, pero los camareros se miraron entre sí y siguieron con su trabajo.
-¡Baja la voz! – Dijo Manolo rojo de vergüenza. – Por aquí hay muchos espías, podrían detenerte.
Matías se sentó, pero siguió mirándolo risueño.
-Franco no me da miedo. – Replicó.
-No me extraña, tienes agallas por hacer todo lo que haces. – Dijo Manolo exasperado.
-Sólo lo hago para sacar una sonrisa a la gente en estos momentos difíciles.
-Sí, pero por un precio muy caro.
-Sé que soy perseguido, y que lo que hago supone un gran riesgo para mí, pero quiero hacerlo. Vale la pena.
Matías suspiró y sonrió nostálgico.
-Sé que piensas que estoy loco, que colarse en estos lugares es un suicidio, pero sé que al menos, ni que sea una persona, agradece que lo haga. Quiero que la gente piense que, aunque las cosa hoy sean complicadas, siempre hay alguien que te hará sonreír en los momentos difíciles y te animará a que continúes con tu día a día y que algún día, el sol volverá a brillar en estos días grises.
-Te ha salido un buen discurso. – Dijo Manolo sorprendido.
-Nunca voy a perder la sonrisa. – Respondió con una gran sonrisa.
Se oyó un golpe y, sobresaltados, se levantaron de la silla. La puerta del bar se abrió de golpe y entraron un gran número de policías.
-¡Quietos todos! – Dijo uno de los policías mientras apuntaban a todos con una pistola. – Que nadie se mueva o resultará perjudicado.
- Primero de todo. – Dijo otro policía. - ¿Quién nos ha llamado?.
-¡He sido yo! – Dijo un hombre que estaba al lado de Matías y Manolo. Los señaló con el dedo. – ¡Han sido ellos!.
Los policías se abalanzaron sobre los dos hombres. Manolo y Matías opusieron resistencia, pero ellos los empezaron a golpear fuertemente hasta que se dejaron capturar.
Los dos amigos fueron llevados a comisaría. Quedaron durante días encerrados en la cárcel, pendientes de un juicio. Cuando el día llegó, fueron juzgados. Manolo quedó en libertad, ya que no había realizado ningún crimen. Matías, alias el Camaleón, fue condenado al Garrote Vil.
Manolo decidió buscar información sobre su amigo, buscando artículos pasados. Matías se había dedicado a infiltrarse en lugares públicos haciendo alguna broma para manifestarse en contra del régimen. Reuniones sociales, políticas, ceremonias, partidos de fútbol... Había hecho de las suyas en cualquier compromiso que hubiese tenido el Generalísimo y siempre había conseguido salir ileso, por eso era llamado el Camaleón, por su capacidad de camuflarse y así pillar a su presa desprotegida. Sin duda era un hombre valiente y con grandes capacidades, una persona que tenía claros sus ideales y sus sueños: había luchado contra un enemigo de manera rápida y eficaz. Recordó que le había visto en algunas emisiones televisivas, donde siempre salía sonriendo y sin temor a nada. La última vez se había colado en el desfile de la fiesta nacional española, disfrazado de soldado, donde se atrevió a apuntar a Franco con un fusil y gritar un “España libre”. Se preguntó qué es lo que habría hecho en el partido del Real Madrid – Barcelona.
Un mes después, vio en los informativos que Matías ya tenía fecha para su asesinato. Nueve días después, se dirigió a una pequeña comisaría y preguntó por la pena de muerte del Camaleón. El guardia le llevó a una sala llena de gente. Habían varios policías armados vigilando. En medio, estaba situado Matías, sentado en el garrote. Estaba custodiado por dos policías más. Matías estaba sonriendo, mirando a toda la gente que le había ido a ver. Intentó decir algo, pero un policía le golpeó la cabeza.
- Es la hora. – Dijo uno. Los policías se miraron y los dos que custodiaban a Matías le pusieron el collar en su cuello. Manolo lo miró, triste, y él le devolvió la sonrisa. Manolo tenía un nudo en la garganta, pero aguantó sus lágrimas. Los policías accionaron el garrote y todo el público aguantó la respiración. Matías seguía ahí, sentado, aguantando la sonrisa, pero con una mirada llena de dolor. Se oyó algo que accedía, un sonido de rotura. Matías dejó los ojos en blanco y sus brazos cayeron grácilmente. Matías seguía sonriendo, pero sin parpadear. Todos lo miraban fijamente, recordando a aquel héroe capaz de hacer hazañas sin igual. Un policía pidió que se fueran de allí, pero nadie se movió. Amigos, conocidos, familiares...todos quedaron en silencio, memorando su existencia y admirando a aquél hombre capaz de hacer frente a un enemigo con la arma más poderosa del hombre: la sonrisa.
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