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Gracias, Simbad, muchas gracias… de verdad. Nunca había visto un gesto así en un niño. Se notaba que estaba agradecido y me dispuse a abandonar la estancia con un gesto de cabeza como despedida.
Cuando emergí a las profundidades de la noche, la luna creciente emitió un destello a las calles vacías. Quizá se había hecho más tarde de lo que imaginaba, aunque por aquel callejón tampoco pasaba demasiados parisinos.
Por inercia, me puse de nuevo la capucha. La noche trae a las sombras más oscuras, y más, si eres un gitano. Y más todavía, si estabas en París.
Llegué a la plaza de Notre Dame. Todas, absolutamente todas las tiendas estaban vacías, y la hermosa catedral se erigía imponente sobre la noche. Su rosetón me trajo con él, aquella vez que me topé con la magia, y lo peligrosa que podía llegar a ser. Unas pisadas me sacaron de mi ensoñamiento, me giré con brusquedad.
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Sabía que volverías por aquí, rata —Vidocq, así recordé que se llamaba, apareció de pronto de entre las sombras.
Y entendí de pronto el porqué de las calles vacías. Me habían tendido una trampa, y había caído como una vulgar rata en pos del queso. Me puse en posición de defensa, sin decir nada, si tenía que luchar contra aquel malnacido, lo haría.
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Esta vez no habrá piedad para ti por parte de ninguno de mis hombres —avanzó hacia mí con seguridad, y yo retrocedí—.
Me he garantizado de que sólo me acompañen los hombres más valientes y… eficaces.Aparecieron cuatro caballeros enfundados en una armadura en las cuatro esquinas de la plaza. No había posibilidad de escapar, así que tendría que luchar. Suspiré hondo.
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Cuatro contra uno —anuncié, solemnemente—.
Muy valiente por tu parte, orejudo.Vidocq compuso una expresión de ira, y desenfundó su espada. La luz de la luna brilló con fuerza en el filo. Escuché como los otros caballeros hacían lo propio. Recordé todo el entrenamiento de Bastión Hueco. No me había dejado la piel para nada. No les iba a dar tregua.
Invoqué la Llave, aún sabiendo que no debería. Los caballeros parecieron dudar un poco al ver aparecer un arma de la nada, pero Vidocq no se dejó sorprender.
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¡Sólo es un sucio gitano! —Gritó—.
¡Y vosotros sois soldados! Cuando todo esto acabe, irás a la guillotina por brujo.Le dirigí una mirada ácida. Y, sin más, la pelea estalló.
Hice una finta para esquivar al guardia que había ido primero. Nuestros aceros chocaron en una lluvia de metal. Un segundo guardia estuvo a punto de interceptarme, en cuanto conseguí zafarme del primero; pero ejecuté el hechizo electro y éste quedó fuera de combate. Me guardé la magia para más adelante.
Al ver que un rayo cayó del cielo, los guardias retrocedieron con el arma en ristre. Los miré con una sonrisa ladina, hasta que Vidocq apareció en mi campo de visión.
Paré su estocada, pero no lo suficiente como para que me hiciera un corte en el hombro. La sangre brotó en el mismo momento que mi agresor formara una sonrisa de complicidad. Una camisa perdida. Me zafé de su agarre e invoqué otro electro para otro guardia que se acercaba por detrás. Los otros dos no se movieron ni un ápice al ver a su compañero tostado.
Vidocq efectuó un mandoble y yo estuve a punto de perder el equilibrio, esto no pasó desadvertido para el soldado y me derribó al suelo. Paré su espada con la Llave, pude oler su aliento, de lo cerca que estábamos.
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¿Sabes, gitano? —me preguntó soberbio, susurrando. Mi Llave temblando por la fuerza que tenía que hacer—.
Me esperaba una pelea más interesante.—
Y yo me esperaba una armadura más pesada.Sin decir más, le empujé desde el suelo, con ayuda de Ráfaga. Vidocq cayó al suelo con un estrépito y me apresuré a quitarle su espada y blandirla contra él, a la par que apuntaba con la Llave a los otros guardias, que retrocedían asustados. De pronto, ya no estaban.
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No voy a matarte—le amenacé, clavando la espada en su piel. Tenía una expresión colérica—.
A no ser que decidas no desaparecer de mi vista.Él se incorporó y me dirigió una mirada venenosa. Se fue a paso lento hacia las calles y se fundió entre las sombras. Me dejé caer al suelo, derrotado. El sudor corría libremente por mi piel, y jadeaba intentando buscar oxígeno. Solté la espada, y el sonido metálico reverberó unos instantes en mi cabeza.